Memoria
El fotoperiodista Óscar Machón labora de forma independiente en proyectos investigativos. Por casi 23 años trabajó con Diario El Mundo, a la vez que colaboraba con la Agencia EFE. | Foto: Rony González
El conflicto armado enfocado por fotoperiodistas veteranos
De la violencia uniformada a la violencia tatuada
Raquel Kanorroel*
Óscar Machón es un fotoperiodista a quien le tocó vivir, desde pequeño, varios periodos de violencia, antes, durante y después del conflicto armado en El Salvador. Conocedor de los riesgos que se viven en este tipo de contextos, desde que le diera una bala perdida, que lo confundieran con otro fulano o fulana hasta tener la mala suerte de encontrarse con miembros de las «fuerzas del orden» armados, malhumorados o drogados; o, años después de firmada la paz, tener esa misma mala suerte de encontrarse con miembros de las «maras» o «pandillas».
En 1976, cuatro años antes de que estallara el conflicto armado en el país, unos guardias vestidos de civil abordaron un autobús en la salida de Cuscatancingo, presumiblemente algo tomados. Uno de ellos solicitó al motorista que hiciera alto donde no había parada de buses. Cuando al fin el conductor se detuvo donde correspondía, el guardia que hizo la solicitud se bajó de la unidad molesto con él, se paró frente a ésta y lo insultó. El chofer guardaba la calma pero, de pronto y sin mediar palabra, el gendarme sacó la pistola y le disparó al motorista justo en medio del rostro. Aun así, la desventurada víctima logró hacerse a la orilla y aparcar el bus antes de morir.
28 años después, Óscar Machón, hijo de aquel chofer y hoy fotoperiodista independiente, recuerda cuando su padre lo llevaba sentado en su regazo mientras conducía, pero haciéndole creer al pequeño que era él quien timoneaba la unidad. La abuela paterna de Machón guardó para siempre el reloj Seiko cubierto de sangre de su hijo asesinado.
«Venimos de barrios bravos», expresa Óscar, nacido en 1970. En 1986 ingresó al Instituto Técnico Industrial, ITI, de donde salió como Bachiller en Mecánica General. La razón principal de su esfuerzo por estudiar fue la deuda moral que sentía respecto a su madre: ella se esforzaba mucho por sacarlos adelante a él y a su hermana mayor, quien a su vez lo inspiró a ejercer el periodismo. Óscar se refiere a su hermana como a una «gran emprendedora, cachimbona». Machón se crio, pues, en un matriarcado.
Al salir de bachiller en 1988, estudió Comunicaciones y Relaciones Públicas en la Universidad Nueva San Salvador, UNSSA, donde se interesó por la fotografía y aprendió las técnicas. Después trabajó en Diario El Mundo, desde 1999 —donde en 2003 fue nombrado editor de fotografía— hasta 2022.
A la violencia de la guerra a veces se sumaban las catástrofes naturales. Lugareños de Verapaz, San Vicente, observan el deslave que bajó del Volcán Chinchontepec durante la tormenta IDA en noviembre de 2009. | Foto: Óscar Machón
El inolvidable olor a violencia
Óscar siempre ha residido en el Barrio La Vega con su madre, originaria de Guaymango, Ahuachapán, uno de los municipios con más pobreza extrema del país. Cuando la señora juntaba algo para llevar a los familiares que residían allá, iban ella y sus dos hijos a dicho municipio. Al regreso, después de arribar a la terminal, los tres tomaban un bus al Centro y de allí caminaban hasta el mencionado barrio.
En una de esas ocasiones, cuando pasaban por la Sociedad de Meseros, ubicada en la Calle de La Amargura y donde se celebraba un agasajo, «vimos que un tipo —no sabíamos si soldado o qué— como que tiró una granada dentro del baile: ahí fue donde por primera vez sentí ese olor a pólvora; pero a pólvora con sangre, no como los cuetíos que yo reventaba (…)», relata.
Al pequeño Óscar lo impactó también que aparecieran de repente unos policías nacionales —a los que llamaban «los cardamomos», por el color verde de su uniforme— justo delante de su mamá, su hermana y él, mostrando sus G-3 y jalando a un sujeto de las manos. Óscar supone que el tipo había sido el hechor del atentado. Había sido, pues «ya iba muertito», recuerda él vívidamente.
Óscar no recuerda qué fue lo que dijo exactamente, sólo que molestó mucho al soldado, quien ya no lo dejó marcharse.
De crímenes de odio y soldados «barberos»
Para la Ofensiva Final de noviembre de 1989, cuando Óscar era todavía un adolescente, había toques de queda en las noches y nadie podía salir después de determinada hora: «Al siguiente día siempre nos decían: “¡Hey, hay un muerto por tal lado!”. Y uno de bicho, sin la supervisión de la mamá porque ésta andaba trabajando, iba de “Juan Vendémela” a verlos», recuerda Machón.
Cierta vez, un muerto un tanto «especial» apareció en una de las colonias más bonitas que siempre hubo en la zona del Barrio La Vega: «En mi pequeño mundo, esas casas eran como la Escalón para mí», manifiesta el ahora fotoperiodista free lance. Y en ese «distinguido» ambiente se dio —sin que Óscar lo interpretara así en ese entonces— el primer crimen de odio que él conociera.
La víctima lucía una camisa brillante blanca, manga larga y abundante cabellera, «semejante al cantante Rigo Tovar en sus shows», afirma Machón. Pero su característica peculiar eran las uñas largas, lo cual «no le cuadraba» al Óscar de entonces. Hasta después cayó en la cuenta de que lo mataron precisamente porque era homosexual, amparados en el toque de queda.
Óscar Machón había experimentado en 1988 y «en cabello propio» la aversión que los chafarotes profesaban por cualquier look que se apartara de lo convencional: ya bachiller y camino a una reunión de su promoción en Metrocentro, Machón iba con el pelo largo, unos jeans rotos por él mismo —«porque siempre nos ha gustado el rock», aclara— y sandalias… justo a toparse en el Ángel de la Independencia con un grupo de soldados que lucían boinas rojas, indumentaria característica de la Fuerza Aérea: «Nunca olvido a esos cabrones», expresa él.
Los militares le preguntaron que para dónde iba, y él les dijo que a una reunión. Entonces le preguntaron si iría a la Universidad, a lo que él respondió que eso esperaba. «¡Ah, con razón!: se nota a leguas el plantecito de que querés ser rebeldito», comentó uno de ellos con sorna. Óscar contestó que no sabía qué era eso y que sólo quería estudiar; pero no recuerda qué fue lo que dijo después exactamente, sólo que molestó mucho al soldado, quien ya no lo dejó marcharse.
Para colmo, Machón no andaba carnet de minoridad ni ningún documento. Lo tuvieron sentado tanto tiempo que se le pasó la hora de su reunión. Entonces le preguntó al militar que lo retenía que qué harían con él, y aquél contestó: «Creo que te vamos a reclutar (…). Pero vamos a hacer un trato: te voy a dejar ir, pero te voy a mochar el pelo». Óscar rezongó ante la propuesta, aunque siempre en tono amigable. «Bueno, si querés», le espetó el soldado. Y lo dejó ignorado de nuevo.
Entonces Machón se resignó a su destino de Sansón afeitado y se lo comunicó al militar. Este, sentado, sacó unas tijeras y le ordenó a Óscar que se acercara. El soldado barbero solicitó a sus compañeros que le propinaran un «vergazo» al «rebeldito» para que se agachara. De allí agarró del pelo a Machón y se lo cortó, aventándole los cabellos después. El joven quería llorar de cólera. «¡Andate a la mierda!», le espetó con aspereza el militar.
Óscar manifiesta que, contrariamente a otras madres de la época, a la suya le gustaba que él usara pelo largo desde pequeño. Pero los militares, nada maternales, siempre que veían a un hombre con el cabello largo y vestimenta hippie, «lo llamaban, lo vergueaban y le quitaban el pelo».
Otro se levantó la camisa y le mostró la cacha de una pistola; pero Óscar sabía que, si entraba, no volvería a salir.
Entrando dos veces «a la mera boca del lobo»
Cierto 15 de septiembre, allá por 2012, en pleno apogeo de las pandillas y con Machón ya laborando para Diario El Mundo, había tres cadáveres masculinos sobre la antigua calle a Tonacatepeque, justo a la entrada de La Campanera, y dos carros atravesados. «Uno trataba de retratar esa violencia no siendo tan directo, sino de suavizar las cosas; pero a la vez dar a entender qué era lo que sucedía allí realmente», explica él.
Como la calle estaba cerrada, el único acceso que dejó la policía para entrar y salir a los peatones eran unas graditas que provenían de un pasaje de la colonia; cerca de allí estaba uno de los cuerpos. De repente, Óscar vio que venían una madre con su niña. La mujer, al ver el cadáver, jaloneó a la pequeña para apurarla. Ésta traía un vestido bicolor, azul y blanco: para el fotoperiodista, fue como ver aparecer a la bandera misma de El Salvador en esa escena de violencia. «No sé si fue suerte mía, pero a mí esa foto me pareció muy simbólica», comenta.
Madre abraza a su pequeña al pasar por la escena del homicidio de un motorista de la ruta 11 B, en el barrio Santa Anita (junio 2015). | Foto: Óscar Machón
En 2013, tuvo un altercado nada simbólico y potencialmente mortal con unos pandilleros de la Mara 18 en los alrededores de la Colonia 29 de agosto. De hecho, fue su primera experiencia personal directa con los mareros. Ese día no andaba laborando, sino ejercitándose sobre el Boulevard Venezuela; pero portaba un walkie talkie que le proporcionó el periódico. Cabe señalar que en el Barrio La Vega dominaba la pandilla contraria a la de la mencionada colonia.
De repente, de un pasajito salió un cipote, quien lo detuvo y le preguntó: «¿Qué ondas? ¿Qué andás haciendo?». Machón respondió que sólo andaba ejercitándose, e intentó proseguir su camino. Pero el joven lo detuvo y al rato aparecieron tres más. Le ordenaron que se metiera al pasaje de donde habían salido ellos. Óscar les dijo entonces que él ya estaba viejo para andar metido en pandillas, y ellos le respondieron que tenía «plante de jura». Esto es, de policía.
Al rato, el más joven —quien aparentemente andaba drogado, sin camisa y que todavía no lucía tatuajes— exclamó: «¡Bueno, este hijueputa ya me aburrió!». Agarró un ladrillo y le volvió a ordenar que pasara al pasaje. Otro se levantó la camisa y le mostró la cacha de una pistola; pero Óscar sabía que, si entraba, no volvería a salir.
«Ese bicho que andaba acelerado quizá me salvó», afirma hoy Machón. Y es que el pandillero le dejó ir el ladrillazo, que dio en el blanco. En el momento le brotó la sangre. Pero entonces Óscar vio cómo su radio salió volando hasta media calle, «y sólo oí el frenón de un tráiler. Yo lo quise ir a recoger, pero cuando quise hacerlo se me doblaron las piernas». Sin embargo, logró recuperarlo.
Los mareros se quedaron puteándose entre ellos y decidieron largarse, diciendo: «¡Ahí dejen a ese pendejo!». Cuando dijeron eso, él intentó correr; pero, golpeado como estaba, le falló el equilibrio. Así que siguió caminando y tomando aire, con un ojo cerrado por la sangre que le brotaba de la frente. La gente, al verlo, sólo se apartaba. Al llegar a la Iglesia de Candelaria, no aguantó más y se tiró en la entrada.
Los pandilleros comenzaron a registrarlo. Le encontraron el carnet (…): «¡Vos sos jura! (policía) ¿Por qué andás el carnet de la Presidencia?».
Sujetos armados atacaron a policías que custodiaban las oficinas del Parlamento Centroamericano en San Salvador, en julio de 2015, en el que falleció uno de los oficiales. En la imagen, un policía herido sobreviviente. | Foto: Óscar Machón
Recordó entonces que entre sus contactos andaba a Francisco Campos, vicepresidente honorario de Comandos de Salvamento. Con la voz entrecortada por pensar en lo que podría haberle sucedido, relató el hecho a su colega y le pidió que no hiciese bulla al respecto. A los diez minutos los Comandos llegaron a llevárselo.
En 2015 tuvo otro altercado nada simbólico y potencialmente mortal con aquellos «muchachos». En el periódico le habían dado una moto para que fuera a cubrir inmediatamente los percances que surgieran. Enrique García, quien monitoreaba la actividad policial, le notificó que había un muerto por la Colonia Santa Lucía, cerca de El Matazano.
Óscar vestía en esa ocasión una chaqueta verde olivo, camuflajeada, y el carnet que portaba tenía a un lado los datos de Diario El Mundo y al otro los de la toma presidencial de Sánchez Cerén, acontecida en 2014: «Se sentía chivo porque, como tenía el sello del Batallón Presidencial, cuando te lo miraban los policías, te tenían como un poquito más de consideración, digamos», manifiesta.
Se metió en el callejón que lleva a la Comunidad «13 de enero», la cual no tiene otra salida. Allí vio a tres vehículos repartidores de diferentes empresas, y a varios cipotes que estaban con ellos, frente a una de las tiendas grandecitas del lugar. Pasó con su moto y notó que los jóvenes se pusieron en actitud de alerta; así que —según él para no inspirar desconfianza— decidió acercarse directamente y preguntarles si sabían del homicidio. «Todos ellos eran bien bichos», recuerda.
Se voltearon a ver entre ellos. Inmediatamente, los que estaban en la acera de la tienda saltaron hasta la mitad de la calle. Los otros lo rodearon y directamente le apagaron la moto. Machón se puso nervioso, pues aquello le recordó lo ocurrido cuando se ejercitaba por su casa. Los pandilleros le dijeron que se esperara y comenzaron a registrarlo. Le encontraron el carnet: «¿Por qué andás este carnet? ¡Vos sos jura! ¿Por qué andás el carnet de la Presidencia?», exclamaban.
Él les explicó que eso no tenía nada qué ver con ser policía. Entonces le pidieron el Documento Único de Identidad (DUI). Afortunadamente, allí eran de la misma pandilla que en San Jacinto. El que agarró su identificación se alejó y se puso a hablar por teléfono «con el “mero mero” del lugar. Quizá ese chavo estaba por allá y nos estaba viendo». Mientras tanto, los otros le preguntaron que por qué estaba todo nervioso y, acto seguido —tal vez para «calmarlo»—, «me pegaron un gran vergazo en el pecho (…)», relata.
Se dijo a sí mismo que tenía que tranquilizarse. Al rato llegó el que andaba con su DUI diciéndole que el «mero mero» quería hablar con él. «Cuando me lo pasaron, me calmé porque no estaba viendo a nadie y estaba hablando con alguien que, quizá, entendía un poco más la situación por ser mayor y ser líder». Óscar comenzó a explicarle que era periodista, pero el «mero mero» rezongó que no entendía qué andaba haciendo él allí, pues ellos andaban «trabajando» …
«¡Si vos llegás a decir algo de lo que andábamos haciendo allí…! (…) Tenelo por seguro, maje, que allá donde vos vivís sólo pegamos un telefonazo y te llegan a traer». Jefe pandillero
Enfrentamiento entre policías y vendedores de discos compactos piratas en la Alameda Juan Pablo II, tras la realización de capturas y decomisos de mercadería en 2008. | Foto: Óscar Machón
Es decir, extorsionando a los de los vehículos comerciales. De hecho, los motoristas de tales vehículos sólo miraban a Machón, como preguntándose también qué diablos andaba él haciendo allí. Óscar se calmó y continuó explicándole a su interlocutor su función periodística, hasta que el «mero mero» pareció entender, aunque no por eso dejó de sonar escalofriante…
«Hagamos una cosa —dijo el líder pandillero—: estos perros ya tienen tu carnet y tu DUI. Ya saben dónde vivís, quién es tu nana, cuál es tu dirección y hasta el número de casa de tu mujer tenemos. ¡Si vos llegás a decir algo de lo que andábamos haciendo allí…! (…) Tenelo por seguro, maje, que allá donde vos vivís sólo pegamos un telefonazo y te llegan a traer. Allá tenemos a nuestro homeboy (…). Te llegan a traer, y quizá no te van a hacer nada a vos, sino que a un hijo tuyo o a alguien que tengás, para que veás que con nosotros no se juega: el dolor te lo vamos a trasladar a vos».
Machón juró que no diría nada, ni siquiera lo que allí había sucedido. Entonces el marero dijo: «¡Más te vale! ¡Pasame a esos pendejos!». De modo que «los pendejos» le devolvieron los documentos, aunque indicándole que les dejara «mínimo para la soda»: el único billete de a $5.00 que andaba les entregó. Aliviado, se dispuso a irse; aunque ni arrancar la moto podía de los nervios.
«Violencia, maldita violencia»
En ambas experiencias, Óscar sabía perfectamente lo desalmados que podían ser aquellos «mareros»; pues, alrededor de 2012, por la época de la simbólica foto que tomara en La Campanera, fue impactado por una de las imágenes más desgarradoras que ha podido captar con su cámara.
Una pobre familia llegaba en aquellos días al Parque Industrial Plan de la Laguna, en Antiguo Cuscatlán, a vender pupusas. Dicha familia arribaba cada madrugada a las cuatro a alistar todo y, obviamente, los adultos tenían que llevar a sus niños. Hasta que, en cierta ocasión y en plena faena, los siniestros «mareros» llegaron, no a encargarles pupusas, sino a «encargarse» de ellos, disparándoles a quemarropa.
Tal vez los mareros les habían exigido la renta y no la habían pagado, o tal vez fue por simple «gana de joder»; pero el hecho fue que los pequeños de aquella desventurada familia, «uno de 8 y otro como de 3, quizá estaban dormidos en unas cestitas por ahí y despertaron. El mayorcito, en su inocencia, quiso acuerpar a su hermanito chiquito, como diciendo: “Yo me pongo aquí y no te pasará nada”», rememora Machón, consternado hasta las lágrimas.
«Llegar y ver ese tipo de escenas, donde están dos hermanitos tirados en una esquinita por allá… a mí eso me cortó. Fue yuca esa fotografía para mí. La primera vez que lo conté me tiré a llorar. Son cosas que, como uno nunca las externa o las suelta, se te quedan. Como una cicatriz, pero por dentro. Y allí es donde uno ve cómo fue esta gran escalada de violencia que nos tocó vivir», concluye, quizá recordando aquella famosa melodía del compositor colombiano José Barros:
«Violencia, ¿por qué no permites (…) que puedan los niños
dormir en sus cunas sonriendo de amor?»
Captura del ex fiscal general Luis Martínez en agosto de 2016, acusado de enriquecimiento ilícito, fraude procesal y omisión de investigación. | Foto: Óscar Machón
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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