Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla *
Enero 10, 2025
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, aludiendo también al contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra correspondientes al tercer capítulo del libro: «Sé que mi hora se acerca».
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Duarte besa la bandera, Roberto elige el día
Estaba claro que la aparente autoridad de la Junta tenía en la nuca la bota del ala más perversa y represiva del ejército, por tanto, uno de sus miembros de la Democracia Cristiana, Héctor Dada renuncia al cargo y al partido, acompañado de otros dirigentes del PDC, aduciendo que ellos no querían ser cómplices de un ejército tan criminal. Luego entonces la silla vacía que dejaba Dada Hirezi, inmediatamente fue ocupada por el ingeniero José Napoleón Duarte, cuya actitud de sumisión con el imperio lo llevó años después, siendo presidente de la república, a la ridiculez de besar el pabellón de Estados Unidos en presencia del presidente Reagan, el 14 de octubre de 1987 en los jardines de la Casa Blanca, provocando una serie de burlas a nivel internacional. El mayor Roberto bebiendo con sus secuaces dijo respecto al beso, yo creí que a sonarse los mocos iba cuando agarró la bandera, este Duarte está loco de veras, acotó mientras todos reían. Un periódico de Washington dijo al día siguiente: El esclavo debe saber en qué momento rendirle tributo al amo. Duarte era el mandatario que los militares de El Salvador necesitaban.
La oligarquía salvadoreña estaba harta de las denuncias de aquel arzobispo comunista. Muchos y muchas exigían su cabeza, azuzaban al ejército para imponer orden en la casa, en su casa de ellos, solo de ellos. El Mayor hubiera eliminado al cura hijueputa como él lo llamaba, desde el periodo del general Romero Mena, pero el viejo se oponía quizá porque no los tenía bien rayados. Por esa época el mayor todavía no era perseguido para ser capturado, pero no había duda que el coronel Majano lo tenía bien marcado, por ello la mayor parte del tiempo lo pasaba en Guatemala. Solo era cosa de esperar el momento oportuno en el cual la operación Piña fuera fácil de ejecutar.
En una de aquellas reuniones clandestinas en casa de Roberto Daglio o tal vez en la de Max Cáceres, ambas en colonia Escalón, mientras bebían cervezas, algunos inhalaban coca y otros fumaban monte, surgió la información de parte del capitán Eduardo Ávila Ávila, que su primo el periodista Jorge Pinto hijo, ofrecería una misa por el primer aniversario del fallecimiento de su madre, doña Sarita Meardi viuda de Pinto, descendiente de una de las familias cafetaleras de mayor prestigio en el país. La misa sería en la capilla del hospital La Divina Providencia, del que la niña Sarita había sido benefactora, y sería oficiada por el arzobispo monseñor Romero. Jorge Pinto como periodista tenía filiación democrática y muchos militares lo consideraban un comunista, tanto así que en los últimos días su periódico también había sufrido atentados con bombas. Con su padre fundaron el semanario El Independiente. Pinto había sido amigo del poeta Roque Dalton y también era amigo de monseñor Romero.
Démosle a Chespirito su jugo de piña para terminar de una vez esta riña. Mario Molina se carcajeaba con el juego de rimas y frotaba sus manos con fruición.
Al escuchar aquella información del capitán, el Mayor dibujó en su rostro una sonrisa de rictus y encendió otro cigarro. La niña Sarita, dijo en voz alta, niña rima con piña, démosle entonces al plan piña por la niña, la niña Sarita pues. Piña colada, mi Mayor, acotó Ávila Ávila. Démosle entonces a Chespirito su jugo de piña para terminar de una vez esta riña. Mario Molina se carcajeaba con el juego de rimas y frotaba sus manos con fruición.
El italiano Mauricio Meardi Scaffini había migrado a El Salvador en 1877 en el preciso momento que el presidente Rafael Zaldívar arrebataba las tierras ejidales y comunales a las poblaciones indígenas para repartirlas entre los extranjeros que traían algún capital y quisieran arriesgar con el nuevo cultivo de café. En un primer momento Meardi Scaffini se convierte en contador de la compañía Dreyfus May, pero luego se independiza y adquiere fincas en distintas partes del país. Asimismo, facilita la migración hacia El Salvador de otras familias italianas, como los Cristiani, Borgonovo y Betaglio, que de igual manera llegan aprovechando la apertura del gobierno que hacía negocio con tierras ajenas cuyos verdaderos propietarios eran los pueblos originarios.
El aviso se conocerá a través de un anuncio publicado en los diarios anunciando la celebración de la misa, dijo el capitán Ávila Ávila, la cual seguramente será el 24 de marzo. La invitación, a petición de la hermana de la niña Sarita, sería rubricada por las familias cercanas a los Meardi: Kriete, Baldoqui, Quiñonez, Palomo, Guirola, Weyler, Borgonovo, Cristiani y los Ávila Ávila a la cual pertenecía el capitán Eduardo. Curiosamente se trataba de familias oligarcas contrarias a la pastoral del arzobispo. Algunas de estas señoras cuestionaban porqué mejor no habían llamado a monseñor Álvarez, o Revelo, o Aparicio, para oficiar la misa, y también comentaban que hubiera sido más conveniente conmemorar el cabo de año de la tía Sarita en la parroquia de San José de la Montaña. El Mayor dijo con una sonrisa malévola que lo que iba a suceder en dicha capilla sería en homenaje a esas honorables familias que asistirían a la misa.
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
A la venta en Librerías de la UCA
* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.
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