Memoria
Chinchilla, quien ahora trabaja como free lance en diversos espacios, recuerda la gran camaradería que se vivió hasta hace algunos años en el ambiente periodístico nacional. | Foto: Luis Galdámez
El conflicto armado enfocado por fotoperiodistas veteranos
El periodista que invocó la paz
Raquel Kanorroel *
Enero 10, 2025
El joven vendedor desempacó, entusiasmado, la mercadería: una linda vajilla de mesa por la que el potencial cliente preguntó con igual entusiasmo… sólo para decir después de verla: «Está bonita, pero… ¡qué lástima, porque no tengo pisto!». Y aquel joven, aún adolescente, sólo sonrió y la volvió a empacar, pensando que quizá el próximo cliente no se quedaría «en potencial»…
Pero del potencial que ninguno de los dos sospechó en ese entonces —a mediados de los ochentas— era del que anidaba en el futuro del cipote comerciante (no sólo de vajillas, sino también de casetes, dulces, diarios…) llamado Rigoberto Chinchilla, quien llegó a ser presidente de la Asociación de Periodistas de El Salvador, APES (2018-2019), entre otras «gracias».
Se interesó en el periodismo a través de un amigo, Carlos Cubías, entonces camarógrafo de Antonio «Tony» Mineros, popular presentador de Noticiero Al Día de Canal 12 y conocido por sus amigos como «El Negro». A escondidas Cubías llevaba a Rigoberto al canal los fines de semana para que los acompañase en sus rondas, y así fue como a éste lo sedujo el periodismo.
Además, se sintió inspirado por el ejemplo de «Tony», quien, sin haber recibido formación académica, llegó a ser muy reconocido. A raíz de esta experiencia fue como Chinchilla se decidió a estudiar la carrera en la Universidad de El Salvador, UES.
Sobre temibles guerrilleros y valientes soldados
Cierto día, Rigoberto —de 17 años y recién ingresado como estudiante de periodismo— vio un anuncio clasificado de Radio YSAX, La Voz Panamericana, en el que se solicitaban los servicios de un periodista. En aquellos días, «la Iglesia Católica era perseguida, y no era ése un trabajo que le interesara a alguien», acota Chinchilla. Pero, aun así, el inexperto muchacho decidió irse a vender a sí mismo con el mismo garbo que tuvo anteriormente al ofrecer su mercadería.
Al llegar, y para su sorpresa, había una larga fila de aspirantes al puesto —algunos de ellos reconocidos, como el poeta Javier Alas—, todos ellos con sus currículos en regla y cartas de recomendación. El joven —quien no llevaba consigo más que su intrepidez— se le acercó entonces a la secretaria recepcionista y le dijo que él no llevaba nada. Ella no se mosqueó, sólo le entregó un papel en blanco y le dijo que escribiera sus datos. Rigoberto lo hizo y se fue a hacer cola.
Al pasar con el padre Roberto Toruella, Rigoberto no dudó un minuto en decirle abiertamente: «No busque a nadie más, que yo soy el indicado». El sorprendido sacerdote le preguntó si sabía redactar y él avispado cipote contestó que no, pero que podía aprender con facilidad. Toruella sólo lo miraba y se reía. Y, claro está, lo contrató.
Ya como reportero para YSAX, Rigoberto fue por primera vez a un frente de guerra y conoció a los insurgentes, a los que imaginaba «perversos», dada la machacona propaganda oficial. Pero los «temibles» guerrilleros que conoció fueron en realidad «temibles» guerrilleras, y su impresión al respecto fue muy diferente a la que la propaganda del sistema declaraba que debía ser.
El padre Jon Cortina entregó a Rigoberto un mensaje dirigido a monseñor Rivera y Damas sobre el asesinato de un repoblaor de Nueva Trinidad.
Cierta vez, la YSAX envió a Rigoberto junto a dos compañeros a visitar al padre Jon Cortina en Arcatao, Chalatenango. Allí tuvo la oportunidad de conocer a los valientes soldados de la Fuerza Armada Salvadoreña, quienes «le habían dado su merecido» a un repoblador de Nueva Trinidad porque tuvo la osadía de no querer llenarles de agua la caramañola. Como era de esperarse, ningún medio hablaba de tal hecho «aislado».
Chinchilla y sus colegas atravesaron Chalatenango a pie en dos días. Al llegar a su destino, encontraron a los militares divirtiéndose arrojando yataganes a un trozo de madera, donde los clavaban certeramente.
El sacerdote jesuita salió a recibirlos y les dijo a los desconfiados soldados que él respondía por ellos, aunque en realidad no sabía quiénes eran. Una vez adentro de la residencia del religioso, éste les preguntó qué hacían allí y los exhortó a que tuvieran cuidado. Pero, al explicarle ellos que eran reporteros de la YSAX, manifestó su satisfacción de que llegaran. Entonces el religioso insertó tres hojas de papel bond y dos de papel carbón en su gran máquina mecanográfica Triumph, y procedió a redactar la denuncia del asesinato del repoblador.
Cuando terminó, Cortina le dio una hoja a cada uno, diciéndoles «que se las metieran en el zapato» y pidiéndoles por favor que alguno se la entregara a monseñor Rivera y Damas —arzobispo de San Salvador por aquellos días—, que él sabría qué hacer al respecto. Y así, con aquellos comprometedores mensajes, Rigoberto y sus compañeros volvieron a pasar por donde los soldados continuaban divirtiéndose clavando yataganes.
Chinchilla era ya por entonces el encargado de transmitir desde Catedral los domingos, de modo que se sintió muy emocionado al escuchar al Arzobispo hacer pública la denuncia de aquel crimen, misma que él y sus colegas habían traído clandestinamente desde Arcatao: lo impresionaba el hecho de que se le diera la importancia debida al asesinato de una sola persona «de a pie» en medio de la guerra, en la cual solía dársele relevancia sólo a las masacres de grupos de civiles…
…pero también lo impresionó percatarse del hecho de que él y sus compañeros pudieron tomar el lugar de aquel trozo de madera, si a los soldados les hubiera dado por registrarlos acuciosamente.
La importancia de ser salvadoreño
En 1991, la YSAX envió a Chinchilla y otros jóvenes periodistas a México, becados por la Universidad Autónoma de Puebla. De aquí, un grupo de mexicanos, hondureños y salvadoreños viajaron al Distrito Federal, donde el plan inicial era conocer los estudios de TELEVISA, la prestigiosa y multimillonaria cadena azteca de noticias y telenovelas; pero se dieron cuenta de que el famoso trovador cubano Silvio Rodríguez daría un concierto llamado Venga la esperanza en el Palacio de los Deportes, así que decidieron asistir a este último evento.
Una vez en el lugar, Rigoberto volvió a sentir aquel ímpetu que le hizo entrar ante el padre Toruella a prácticamente auto-contratarse en la radio: se fue muy cerca del escenario, a ver si podía reportear el concierto como los periodistas acreditados para ello. Allí encontró a una muchacha y un joven —obviamente asistentes del cantante—, quienes discutían precisamente sobre alguien que quiso ingresar sin credenciales al área y al que ellos despacharon.
Sin embargo, eso no amilanó a Chinchilla: fue hasta ellos y les confesó que pretendía cubrir el concierto, pero que no tenía credenciales y que era salvadoreño. Rigoberto no sabe si mencionar su nacionalidad tuvo un efecto «mágico»: sólo recuerda que al poco rato la joven le pregunta si en realidad era salvadoreño, a lo que él contesta que sí. Entonces ella le dijo que a Silvio le interesaría saber que estaba él allí, y añadió: «¡Qué bueno, El Salvador está presente!».
«¡Qué bonito, de El Salvador!», exclamó Silvio (Rodríguez) y todo mundo comenzó a vitorear y corear «¡Salvador!», mientras se levantaba de sus asientos.
Rigoberto Chinchilla en México DF (1991), junto al afiche del concierto Venga la Esperanza, evento gracias al cual –quizás– vino al fin la paz a El Salvador… | Foto: Cortesía Rigoberto Chinchilla
Acto seguido lo dejó cerca de la tarima, donde se hallaban los reporteros de las revistas más prestigiosas de México. Ni cuenta se dio de cuándo y cómo apareció Silvio, sólo que de pronto lo tenía sentado enfrente y con su guitarra, como a metro y medio de distancia. Y aquellas luces… «Nunca había visto un sistema de iluminación más profesional», expresa Rigoberto.
Luego de cantar varias melodías, el trovador saludó al público azteca y pidió que acercaran al escenario a una persona en silla de ruedas que no consiguió cupo, pues había lleno completo. El público ovacionó aquel gesto y Rodríguez aprovechó para lanzarle piropos a los mexicanos. En ese momento, Rigoberto sintió que debía hacer algo, aunque no sabía qué…
El augur del mágico Silvio
…pero en eso llegó la asistente y les dijo a todos los reporteros que ya era hora de retirarse. Chinchilla sintió «que se me acababan los cinco pesos». Sin embargo, la joven lo miró y le preguntó si se iba o se quedaba. Rigoberto le preguntó emocionado que si podía quedarse y ella no sólo le respondió que sí, sino que lo envió al palco número 11, allí cerca: era un sector exclusivo, de gente encorbatada, el cual contaba hasta con servicio de bar. Pero Chinchilla siguió enfocado en Silvio, quien continuaba hablándole al público.
Entonces otra vez aquel ímpetu tan suyo invadió a Rigoberto y de inmediato supo qué hacer: escribió rápidamente en un trozo de papel «algo muy panfletario, pero también muy sentido» (sobre que El Salvador se merecía la paz)… y se lo pasó al trovador. De allí en adelante, la magia de aquel inolvidable concierto se intensificó.
«¡Qué bonito, de El Salvador!», exclamó Silvio. Nomás dijo esto, todo mundo en aquel enorme recinto comenzó a vitorear y corear «¡Salvador!», mientras se levantaba de sus asientos. Las luces se encendieron y Rigoberto pudo ver a la multitud ovacionando a su patria: «Se me hicieron mariposas en el estómago, pues sentí que el país estaba presente», expresa, aún emocionado.
Y eso mismo pensó Rodríguez: «Parece que El Salvador está presente: ¡bendito El Salvador, que se merece la paz! (…)», exclama de nuevo Silvio, y todos aplaudieron a rabiar. Luego, el trovador cubano prosiguió el concierto, y una de las melodías que cantó fue El tiempo está a favor de los pequeños, «como si realmente estuviera evocando la paz para el país», acota Chinchilla.
De hecho, esa misma canción la tocó anteriormente Silvio en 1984, durante un concierto en Argentina, dedicándosela efectivamente «al heroico pueblo de El Salvador» y «a mi hermano querido, mártir y poeta de la revolución de Latinoamérica, Roque Dalton».
Rigoberto recuerda que todos los templos católicos acordaron repicar al unísono, el 16 de enero, sus campanas al mediodía.
Y, definitivamente, aquello fue un ritual masivo que en efecto invocó la paz, pues ésta arribó sólo meses después, el 16 de enero de 1992. Rigoberto —quien por entonces laboraba en el turno de la mañana en YSAX— recuerda que todos los templos católicos acordaron repicar al unísono en esa fecha sus campanas al mediodía, de modo que su sonido se esparcía por doquier precisamente cuando él terminaba sus labores. Además, fue él uno de los primeros salvadoreños entrevistados por los medios internacionales vía teléfono, específicamente por Radio Habana Cuba.
De modo que, cuando él se unió al resto del pueblo que celebraba en las calles, los parques y las plazas de la ciudad, no podía menos que recordar con gratitud al «mago Silvio», a quien él «provocó» en México casi un año antes para que invocara la paz…
Postguerra: amigables mareros, nuevas ideas, viejas mañas…
Después de la firma de los Acuerdos, Chinchilla pasó a ser parte del proyecto para formar una radio comunitaria (La versátil), rebautizada meses después como La cabal (1300 AM), porque, en una reunión donde el equipo discutía al respecto, todos respondían a cada afirmación acertada emitida por alguno de los presentes con la expresión «¡Cabal!».
Después fue parte de Radio Corporación Salvadoreña, RCS (92.5 FM), dirigida por Nacho Castillo, a donde Rigoberto llegó gracias a la solicitud del director chileno, en cuyo Consejo Editorial estaban varias personalidades de la época. Fue en este medio donde Chinchilla conoció a un temible encorbatado —según se relata más abajo— y, aunque con el tiempo se disolvió, Rigoberto pasó a laborar en Canal 33, donde tuvo oportunidad de cubrir el sonado caso de un asesino de travestis. Después trabajó un mes en la Alcaldía de Santa Tecla.
A raíz de este trabajo fue nombrado encargado de Comunicaciones de la fracción del FMLN, siendo votado para ello por el mismo Schafick Handal, a quien —según Chinchilla— le encantaba hacerse pasar por enojado, pero en realidad no lo era. De hecho, era muy unido a su familia y un terrible bromista: cierta vez que Rigoberto lo encontró en el baño viéndose al espejo, Handal le pidió en el tono más normal que le prestara un peine… sabedor de que Rigoberto es calvo desde los 23 años, por herencia paterna (calvicie de la que Chinchilla se enorgullece, por cierto).
En 2004, ya dentro de la Asamblea y luego de cumplir su compromiso con la fracción del FMLN, Rigoberto organizó y estableció Radio Legislativa. De esta época, Chinchilla recuerda especialmente un 14 de febrero, Día del Amor y la Amistad, cuando tuvo un encuentro muy cercano con… dos pandilleros, quienes lo agarraron a puñetazos en el garaje de su casa, debido a que tuvo la osadía de preguntarles momentos antes —cuando ingresaba en su vehículo a la colonia donde vivía y al ser interceptado por ellos— que quiénes eran.
Años después, ya trabajando en Televisión Legislativa —la cual Rigoberto también organizó— y coincidiendo con la llegada de Nuevas Ideas al gobierno, sufrió un accidente cerebrovascular.
“El cerebro no necesita pelo para pensar”, afirma Rigoberto, orgulloso de su tempranera calvicie. | Foto: Luis Galdámez
Estuvo tres meses incapacitado, volvió un tiempo a la televisora institucional, decidió retirarse —habiendo ya totalizado 13 años como periodista en el Congreso— y, como homenaje a su labor… le cancelaron muchísimo menos que el monto debido.
El sujeto en cuestión, dueño de cierto parque recreativo de aquel entonces, estaba acusado por doce personas de robarles terrenos a través de documentación falsa.
… y temibles encorbatados elegantes
Durante el tiempo que laboró en RCS, Chinchilla entró cierta vez a la elegante oficina de un elegante sujeto que había entrado al elegante edificio momentos antes que él y que quería entrevistar. Nomás penetró en el recinto, el periodista vio sentado al tipo en su elegante escritorio y, tras él, un largo letrero —de diseño también elegante— que decía: A mí no me jode quien quiere, sino quien puede.
El sujeto en cuestión —dueño, entre otras muchas empresas, de cierto famoso parque recreativo de aquel entonces— estaba acusado por doce personas de distintos rangos socioeconómicos de robarles terrenos a través de documentación falseada. Rigoberto cubría el caso desde hacía ratos, e informó al empresario que ése era el tema de la entrevista; pero el tipo —nada elegantemente— lo interrumpió para decirle que «esa gente» era quien lo difamaba y estafaba a él, pobre víctima.
Entonces Chinchilla sacó una de las evidencias que andaba consigo y el encorbatado le espetó de inmediato que sus abogados ya se estaban encargando de eso. A continuación, Rigoberto le dijo con todo respeto que procedería a grabar su testimonio, a lo cual el hombre se negó rotundo, alegando que su voz era demasiado fea. Fue allí que Chinchilla se dio cuenta de que era inútil insistir, y cortésmente se despidió.
Saliendo iba cuando alcanzó a escuchar que el encorbatado preguntaba: «¿Quién es ese hijueputa?». Ante tales elegantes palabras Rigoberto se detuvo y dio la vuelta, entonces, el tipo lo vio y lo llamó, ordenándole que se calmara mientras lo llevaba de nuevo a su oficina, donde abrió su caja fuerte, diciéndole al periodista que le mostraría algo. Chinchilla adivinó las intenciones del empresaurio y ésta vez fue él quien le dijo al ricachón que se tranquilizara, que no necesitaba enseñarle nada, y se marchó.
Al llegar a las oficinas de RCS —ubicadas en una torre de cristal—, le contó a Nacho Castillo lo sucedido y que redactaría algo al respecto. Éste le dijo «¡Dale!» y salió. A «darle» iba Rigoberto a la nota cuando, a través de los cristales, vio cómo cinco elegantes abogados interceptaron al chileno Castillo. Tuvieron una conversación rápida y así, rápidamente, volvió Nacho donde Chinchilla, instruyéndolo para que ya no «le diera» a la bendita nota.
Y es que los leguleyos habían instruido a Castillo, diciéndole que, desde el momento que el medio no era la Fiscalía ni una agencia de investigadores ni nada por el estilo, ninguna nota relativa al caso tenía por qué pasar (y a saber cuántas cosas más dijeron). «¡Así que esa nota no pasa!», dijo tajante Nacho. Rigoberto reclamó, rezongó y hasta amenazó, pero la nota no pasó.
Lo que sí pasó fue que, de repente, los empleados de RCS recibieron entradas gratis y boletos para comida rápida de cierto famoso parque recreativo de aquel entonces, y la radio captó de pronto varios nuevos anunciantes, entre éstos el famoso parque… De modo que Rigoberto Chinchilla se subió a las ruedas y comió hamburguesas mientras pensaba en qué maravilloso era vivir en paz.
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* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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