Memoria
Ilustración: Luis Galdámez
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla *
Enero 10, 2025
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta la infancia, juventud y vida adulta de estos dos salvadoreños, aludiendo también al contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra correspondientes al tercer capítulo del libro: «Sé que mi hora se acerca».
***
El plan del magnicidio se comienza a cumplir
El martes 11 de marzo monseñor Romero y monseñor Rivera se reunieron en Ayagualo con los otros obispos de la conferencia episcopal, encontrando en los prelados una mayor agresividad que en días anteriores. Ambos salieron tristes y decepcionados de aquella última reunión a la que asistiría el arzobispo. El lunes 17 de marzo el ejército había sitiado el campus de la Universidad de El Salvador y no dejaba salir a nadie. Fue hasta casi entrada la noche, luego de muchas suplicas del arzobispo que el ejército retiró el cerco y la gente temerosa y apurada pudo partir a sus casas. Igualmente, en un alarde de prepotencia e insubordinación el ejército cercó por unas horas el edificio de casa presidencial en el barrio San Jacinto.
El martes 18 de marzo por la noche monseñor Romero sostuvo una breve reunión confidencial con algunos comandantes de las FPL que mantenían secuestrado al embajador de Sudáfrica Archibald Gardner Dunn. El arzobispo ejercía como intercesor por la liberación del diplomático tal como se lo había pedido Ernesto Rivas Gallont. Los guerrilleros pedían dinero, pero sobre todo la publicación a nivel internacional de un extenso comunicado que el gobierno de Sudáfrica se negó a difundir. Desafortunadamente diez meses después del secuestro, el 8 de octubre las FPL emitieron un comunicado donde reivindicaban el ajusticiamiento del diplomático. Para entonces Monseñor ya había sido asesinado.
A partir del aviso del capitán Ávila Ávila, el Mayor y sus secuaces comenzaron a planificar el atentado del plan Piña. El recurso humano estaría compuesto por un tirador, un chofer y un seguridad. Necesitarían además un carro y un fusil con mira telescópica Starlight, también un par de granadas cuyo responsable sería el encargado de seguridad, aparte del arma personal de cada quien. El Mayor dijo que el chofer sería Amado Garay, hombre de su confianza, y el tirador uno de los guaruras de Mario Molina al que se le pagaría mil colones por el trabajito. El carro sería un VW Passatt color rojo del año, que Roberto Mathies Regalado había donado días atrás al Mayor en concepto de contribución para la causa antiguerrillera. Eduardo Lemus O´Byrne puso los mil pesos para pagar al tirador. En cierta manera el plan Piña era un emprendimiento delincuencial colectivo, una especie de cooperativa del terror en la cual todos aportaban casi como en prorrata. Su líder el mayor Roberto había despertado en cada uno de ellos el demonio predador.
La ley, dijo monseñor Romero, tiene que ser un servicio a la dignidad humana.
Obviamente el arzobispo tenía miedo. Sus últimos días fueron entre la serenidad de la oración y el abatimiento de la realidad. Repetía constantemente, como hablando, solo el Salmo 91, que se reza en situaciones de peligro: El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor, tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío.
El domingo 23 de marzo se levantó temprano, el clima estaba caluroso, era verano. Hizo sus oraciones matinales, luego sus ejercicios de calistenia tal cual había indicado el médico, luego se duchó y después revisó los apuntes para la homilía de más tarde. Antes de salir rumbo a la basílica bebió un té con una galleta antes de que llegara Salvador Barraza para llevarlo. Estaba especialmente complacido porque el padre Felipe Pick había llamado temprano para darle la noticia de que el transmisor de la radio ya estaba funcionando y la misa sería transmitida sin ninguna dificultad. Respiró profundo y dando gracias a Dios elevó la mirada al cielo límpido y celeste. La frente de Dios, pensó y le gustó la metáfora.
Ese domingo la basílica estaba a reventar. Acompañaban al arzobispo aquella mañana miembros de una misión ecuménica que visitaba el país para comprobar la violación de los derechos humanos. El Evangelio era Juan 8, 1-11. El caso de la mujer adúltera que los jueces según la ley querían lapidar, pero Jesús la salva en su dignidad al confrontar a los acusadores diciéndoles, quien se encuentre libre de culpa que lance la primera piedra, y todos cabizbajos comenzaron a retirarse, especialmente los viejos. El subtexto de aquella lectura era ¿quiénes de los militares del ejército se encontraban libres de culpa para matar a sus hermanos? La ley, dijo monseñor Romero, tiene que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos con los cuales se pisotea la honradez de las personas. Luego siguiendo el orden convencional habló sobre los hechos de la semana y luego sobre los hechos eclesiales.
Una tronazón de aplausos inundó entonces la nave del templo por cerca de un minuto.
Al final, antes del Credo, pronunció aquella exhortación que históricamente ha quedado grabada en las frases de los grandes profetas: Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios:
¡Cese la represión! Una tronazón de aplausos inundó entonces la nave del templo por cerca de un minuto. Muchos han dicho que aquellas fuertes palabras fueron el motivo del magnicidio al día siguiente, mas, la verdad fue que el asesinato era un plan que venía preparándose de días atrás, desde cuando el capitán Ávila Ávila llegó con la noticia de la misa de aniversario de la tía Sarita.
Luego de la misa, como era su costumbre, el arzobispo se despidió de los fieles (sin imaginar que se trataba de la última vez) en el atrio de la iglesia y luego tuvo su habitual conferencia de prensa con una gran cantidad de periodistas que lo esperaban en la sacristía. El periodista José Calderón Salazar del diario Excélsior de México, publicó al día siguiente del magnicidio una frase que según él había pronunciado Monseñor a una pregunta suya sobre la posibilidad de que lo mataran: si me matan resucitaré en el pueblo, respondió el prelado. Algunos han negado la veracidad de aquella frase, pero sea que fuese cierta o no, la verdad es que los hechos han demostrado que ciertamente Monseñor ha resucitado en el seno del alma universal y prueba de ello es la cantidad de expresiones artísticas y no artísticas, escolásticas y populares que se han generado en torno a su figura, tales como poemas, pinturas, canciones, murales, esculturas, monumentos, películas, novelas, dramas, obras de teatro, artesanías, libros biográficos, libros teológicos, avenidas, autopistas, aeropuertos, cementerios y centros pastorales que ahora llevan su nombre y que han abonado al imaginario nacional y universal, puesto que en el mismo momento de su martirio la gente popular ya lo llamaba San Romero de América, tal como lo bautizó el obispo brasileño Pedro Casaldáliga en un poema luego del asesinato.
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
A la venta en Librerías de la UCA
* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.
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