Memoria
Wifredo con su asistente y hermano mayor, Mauricio, cubren una repatriación de salvadoreños de Mesa Grande, Honduras, en la Frontera El Poy, en 1987.
El conflicto armado enfocado por fotoperiodistas veteranos
Del martillo a las cámaras
Texto: Raquel Kanorroel*
Fotografías: Archivo, cortesía de Edgar Wilfredo
Enero 24, 2025
La historia de tres hermanos que de carpinteros pasaron a camarógrafos de prensa a principios de los años 80 en El Salvador, durante el conflicto armado, sus encuentros (o encontronazos) con el peligro y la muerte y cómo aprendieron que documentar los atropellos con sus cámaras era la única defensa para sus vidas.
En el año 1982, tres hermanos carpinteros residentes en San Marcos, entre ellos Edgar Wilfredo Pineda, se encontraban bajando unos muebles de un camión, cuando un carro que iba hacia Santo Tomás pasó a su lado para luego retornar un poco más adelante. El conductor se dirigió a Mauricio (el mayor de los tres), diciéndole animadamente que se conocieron en una capacitación. El carpintero le respondió con amabilidad y «le siguió la corriente»… pues sabía que no era cierto. Seguramente lo confundía con otra persona.
Pero, acto seguido, el extraño le entregó una tarjeta, diciéndole que andaba por la zona precisamente en busca de carpinteros, pues en la oficina donde laboraba —IVEPO, el Instituto Venezolano de Educación Popular— necesitaban de tales servicios. «Dicha oficina era pagada por la Democracia Cristiana de Venezuela, y una de sus misiones era elaborar la propaganda para el Partido Demócrata Cristiano salvadoreño», explica el camarógrafo Edgar Wilfredo («Will») Pineda, alias «Pitufo», el menor de aquel trío de hermanos.
De modo que en octubre de 1982 llegó Mauricio Pineda a las incipientes oficinas de IVEPO en la Colonia Masferrer. Por estar iniciando labores en el país, el instituto necesitaba que se construyeran los foros donde se harían spots publicitarios y todo el trabajo de carpintería. El mayor de los Pineda hizo el contrato y llevó consigo a sus hermanos, Joel y Edgar, como ayudantes.
En noviembre montaron los stands de la Feria Internacional para Venezuela. En diciembre, el chileno que los contrató, Julio Pinkas, le ofreció a Mauricio quedarse laborando en IVEPO, siempre en carpintería, pero ahora incluyendo otras labores de mantenimiento, pues ese mes se terminaba su anterior contrato. Los Pineda comenzaron a trabajar de planta desde enero de 1983.
Y fue allí que contactaron con el otro aspecto de la institución: la labor periodística. Porque IVEPO «tenía servicio de corresponsalía: había un periodista chileno corresponsal de VENEVISIÓN, para Venezuela y Colombia, por la cuestión de la guerra», explica Pineda.
Al conocer Wilfredo y Joel los equipos de prensa, se despertó mucho su curiosidad, por lo novedoso.
De manera que aquellos hermanos (a los que en conjunto se llegó a conocer como «Los Pitufos») —nacidos en una familia de carpinteros y quienes habían proyectado sus vidas entre madera, serruchos, martillos y clavos— incursionaron en el mundo de las cámaras y las grabadoras a raíz de una extraña confusión. «Una bendita confusión», asevera hoy Edgar.
Edgar Wilfredo Pineda (2016 en la imagen) entró al mundo de la prensa a principios de los años 80.
En 1984 fue que «Will» y otros compañeros comenzaron a cubrir operativos de la Fuerza Armada Salvadoreña, FAS.
El salto del taller a la guerra
El 6 de marzo de 1983 vino por primera vez el Papa Juan Pablo II al país. En IVEPO conformaron los equipos de prensa para la cobertura y, «de la nada», les preguntaron a los menores de los Pineda si querían colaborar, a lo que respondieron con un entusiasta «¡Sí!». Entonces recibieron su primera credencial de prensa, como corresponsales de VENEVISIÓN: literalmente «de un momento a otro» habían incursionado en el periodismo. Obviamente, en esa ocasión trabajaron sólo como cargadores de equipos; no obstante, a los dos hermanos aquella experiencia los marcó.
Volvieron a sus labores habituales. Pero, en junio del mismo año, Pinkas envió a Wilfredo a la oficina del Jefe de Prensa. Éste le ofreció formalmente el puesto de asistente de cámara, siempre para VENEVISIÓN: de 360 colones pasó a ganar, de un mes a otro, 700. Sus compañeros le enseñaron el «teje y maneje». Comenzó en ese puesto el 1 de julio del 83, apenas con 15 años de edad. Por tanto, a Edgar no le pagaban por planilla ni tampoco el Seguro Social. Cuando tenía que salir del país en el ejercicio de sus funciones, necesitaba del permiso escrito de sus padres.
IVEPO se encargó de la campaña del ingeniero José Napoleón Duarte, ganador de las elecciones presidenciales de 1984. Posteriormente, adiestró a personal seleccionado del Comité de Prensa de la Fuerza Armada de El Salvador, COPREFA. Fue por entonces que «Will» y otros compañeros comenzaron a cubrir operativos de la Fuerza Armada Salvadoreña, FAS. Edgar trabajaba como asistente para Israel Martínez, quien hoy labora en UNIVISIÓN. Y fue en Gotera, Morazán, donde se les asignó a ambos su primera misión periodística en zona de combate.
De modo que cierto día, a las 6 a.m., subieron a un helicóptero que los llevó al Cerro Borroñoso, en Morazán. Llegaron allí con el equipo mínimo necesario; en ese tiempo utilizaban cámaras conectadas a grabadoras. Al bajar del helicóptero, vieron a varios soldados cargando en camillas a un montón de compañeros heridos o fallecidos, a los que luego colocaban en helicópteros.
Israel y Edgar prepararon el equipo para filmar, pero en eso llegó un teniente que, en tono tajante, le dice al primero: «¡No grabés!». El camarógrafo le respondió que no había problema, que ellos eran periodistas del COPREFA. El teniente insistió en que no grabaran, e Israel alegó entonces que iban con el Coronel Cruz, Jefe de la Brigada. Entonces el militar utilizó el argumento más convincente de todos: cargó el fusil y le encañonó la cabeza, exclamando: «¡Que no grabés, hijo de p…!». Posteriormente se enteraron de que aquel energúmeno era apodado «El Indio».
El camarógrafo quedó mitad afuera y mitad adentro
del helicóptero, pataleando en el aire. Edgar lo agarró del cinturón y lo haló fuertemente.
Edgar Wilfredo Pineda (con la cámara) en 1982 durante una conferencia de prensa con mandos guerrilleros en La Joya, San Vicente.
Ambos periodistas se cortaron, colocaron en el suelo el equipo y se sentaron al lado de un cerco, sólo a ver cómo cargaban a las víctimas del combate anteriormente sostenido con la guerrilla. «Quedamos frikeados: aquél era un militar que había peleado toda la noche en ese lugar (…) y desvelado: lo mínimo que podía hacer era estresarse y disparar», comenta Wilfredo. Pero, al rato, llegó «El Indio» a disculparse con ellos: «¡Es que ayer nos pegaron una gran vergueada!» Comprensiblemente, el leal militar no quería que quedara récord de aquella derrota.
Después les indicó que comenzaran a caminar con ellos. Caminaron casi todo el día en despoblado. En el trayecto, los soldados capturaron a un hombre y a una mujer, supuestamente guerrilleros. A mediados de la tarde, subieron a una loma, donde ellos siguieron grabando y los militares sacaron un mapa para trazar estrategias. Enfrente había un cerro grande y escabroso, donde aterrizaría el helicóptero que llegaría a recogerlos. A Israel y a Edgar eso les extrañó, pues no había allí ninguna planicie donde aquel artefacto pudiera aterrizar.
Y ambos supieron eso porque alguien les dijo que se fueran al cerro a esperar la nave. Fueron y subieron aquella rocosa elevación… sólo para que de allá los mandaran de vuelta a la loma. Y, ya de vuelta en ésta, el coronel y su comitiva les indicaron que se fueran con ellos… al cerro, que allí los recogería el transporte aéreo. Llegó primero un helicóptero que permaneció sobrevolando a cierta altura, desde el cual comenzaron a tirar redes con alimentos para la tropa.
Al poco rato llegó el que los llevaría, el cual se quedó sobrevolando lo más bajo que el piloto pudo, sobre una roca. Así que ellos debían subirse casi aventándose desde la roca, lo más pronto que pudieran, pues había peligro de que los guerrilleros atacaran de nuevo. Los periodistas tiraron literalmente el equipo al interior de la nave, luego de que se subieran los altos mandos. Ellos dos subirían de último: «Will» lo hizo primero y, cuando Israel iba subiendo…
…arranca el helicóptero, quedando el camarógrafo mitad afuera y mitad adentro, pataleando en el aire. Edgar lo agarró del cinturón y lo haló fuertemente. Volaron como tres minutos así, hasta que lograron entrarlo completamente a la nave. De repente, comienzan a disparar desde tierra los insurgentes. Ambos periodistas, asustados, se acostaron en el piso de la nave aérea, pero los militares les indicaron que no se pusieran así, «¡no ven que de abajo están disparando!».
Martínez y Pineda esperaban que el helicóptero se alejara de la zona cuanto antes… sin embargo, el piloto hizo una curva y bajó de altura, para que el artillero comenzara a repeler a los «guerrinches». A Israel y a Wilfredo les caían encima las vainillas calientes; sin embargo, se apresuraron a grabar una de las tomas más inolvidables de su vida… algo nada que ver con un tranquilo «Pitufo» laborando en un taller de carpintería.
Un gran valor infundido por… un gran terror
Tiempo después, y siempre en Morazán, regresaban Israel y Edgar junto a tres equipos de periodistas extranjeros de un evento realizado en el entonces municipio de Corinto: el General Eugenio Vides Casanova —Ministro de Defensa en ese entonces—, junto a otros altos mandos, había ido allí para darle ánimo a la tropa, ya que, durante la noche anterior, había sucedido lo mismo que en el Cerro Borroñoso: la guerrilla se había impuesto al ejército, obligándolo esta vez a bajar de la Cordillera El Tablón hasta el poblado.
Unidos por los cables, Israel y Wilfredo se jalaban mutuamente a causa del miedo, buscando ponerse a resguardo de la balacera.
Edgar, «Will» Pineda, como asistente de Jorge Sepúlveda, cubren para VENEVISIÓN la zona donde hubo un enfrentamiento en las riberas del Lempa.
Sobre una loma allí cerca llegaría el helicóptero en el cual se regresarían Martínez y «Will», junto a la comitiva de Vides Casanova, al cuartel. Desde dicha loma se miraba la carretera que llevaba al pueblo y una quebrada; también había algunas viviendas alrededor.
De repente, un oficial divisó una columna de gente bajando de uno de los cerros, con uniformes variopintos: seguramente guerrilleros. Entonces el oficial se apostó en la loma y, con un fusil de francotirador, empezó a apuntarles. Los periodistas filmaron. El militar se detuvo; pero, luego de unos veinte minutos, escuchan un bombazo: al poco rato llegan soldados agitando sus gorras y avisando que era un ataque insurgente.
Comienza una terrible balacera y caen más bombas. Detrás de Edgar se puso un militar a tirar con una ametralladora, cayéndole al asistente las vainillas calientes encima, tal como sucediera en la aventura del Cerro Borroñoso. Mientras tanto, los oficiales pedían refuerzos a gritos por las radios. Wifredo alcanzó a escuchar que venían tropas de Gotera, pero que no podían pasar porque las habían emboscado los insurgentes.
Unidos por los cables, Israel y Wilfredo se jalaban mutuamente a causa del miedo, buscando ponerse a resguardo: al rato, eran los únicos periodistas que corrían de un lado a otro —cual «Pitufos» asustados—, entre filmando y huyendo, protegiéndose en los bordos de la calle. En contraste, los extranjeros permanecieron agazapados dentro de una casita cercana durante todo el enfrentamiento —cosa que a aquellos dos los sorprendió mucho—, el cual duró alrededor de una hora interminable…
Edgar recuerda que muchas veces sintieron las balas pasándoles cerca, con aquel sonido agudo característico… y escalofriante. Hasta que el helicóptero que los recogería llegó al fin, repeliendo con artillería a los insurgentes. Pudieron salir de allí cerca de dos horas después. De modo que, como no llegaron refuerzos, el Ejército no pudo perseguir a los guerrilleros, sino únicamente mantener su posición dentro de Corinto.
Fatal elección… y compresión
A finales de 1983, también Joel pasó a ser asistente de camarógrafo, pues dentro de IVEPO organizaron varios equipos de prensa. Le dijeron a Mauricio entonces que llevara a otros dos ayudantes de carpintería. Pero, al año siguiente, el mayor de los Pineda le pidió al jefe que también le dieran a él la oportunidad de incursionar en Prensa, siempre como asistente. Pinkas, bromeando, dijo que los hermanos «eran unos traidores», pero en realidad estaba satisfecho de darles chance de superarse. Por su lado, en 1987, Edgar pasó a laborar ya como camarógrafo.
Para las elecciones del domingo 19 de marzo de 1989, se armaron varios equipos para cubrirlas. Un día antes, fue «Will» con el suyo a dormir a San Miguel. En ese momento, él y Mauricio trabajaban siempre como periodistas de IVEPO, pero colaboraban para la ocasión con Canal 12, mientras que Joel ya laboraba en este medio. El equipo de Wilfredo estaba compuesto por Mauricio, su hermano mayor; Raúl Beltrán Bonilla —quien cubría las elecciones también para Canal 12—; Sergio Rodríguez, apodado «El Primo» —quien lo hacía para Radio YSKL— y otro compañero de la KL.
Al cruzar el pick up de prensa para el carril que conduce hacia oriente, los soldados comenzaron a dispararles.
Se conducían en un pick up del mencionado canal televisivo, el cual andaba «un poco malo», pero plenamente identificado, pues «cargaba logos por todas partes y las consabidas letras TV con tirro en todos los vidrios», acota Edgar. Cabe señalar que ni Raúl ni Sergio ni el otro compañero locutor sabían que ambos Pineda eran hermanos.
Por entonces los sorprende la noticia de la muerte del colega Roberto Navas a manos de la Fuerza Aérea, incidente en el que resultó gravemente lesionado el fotoperiodista Luis Galdámez: había, pues, una gran tensión, porque para ese tiempo la prensa en general era considerada por el ejército como una amenaza.
Ese domingo 19 se levantaron a las 5:00 para cubrir el evento, ya que en esa época la apertura de urnas se realizaba puntualmente. Tomaron atol shuco y fueron a un par de centros de votación. Como a las 6:30 ya tenían listo un casete de grabación para enviarlo por Taxis Aéreos a San Salvador: como de San Miguel irían a La Unión, pasarían dejando el casete por el camino, pues la mencionada empresa quedaba a la salida de la ciudad. Saliendo iban de la ciudad oriental cuando venía un convoy militar.
Raúl, quien manejaba, realizó una maniobra que causó una compresión en el vehículo, provocando el sonido de una explosión. Pero los periodistas no le dieron importancia al asunto y siguieron. Pasaron dejando el casete en Taxis Aéreos y prosiguieron su ruta hacia La Unión. Cuando iban por un triángulo sobre la carretera, estaban ya apostados en la zona unos soldados.
Al nomás cruzar el pick up de prensa para el carril que conduce hacia oriente, comienzan a dispararles: Sergio grita, Raúl se detiene y Edgar voltea a ver a la cama del vehículo. Entonces ve a su hermano doblado de dolor, pero aún vivo. «Will» comienza a gritar que le habían dado a Mauricio. Los periodistas salen del carro con las banderas blancas gritando «¡Prensa, no disparen!», a la vez que Wilfredo le pedía a Sergio que llevaran a Mauricio a algún hospital: su angustia suscitó extrañeza en Rodríguez. Pero, a los pocos minutos, el herido expira…
Mientras tanto, los soldados venían avanzando hacia ellos y apuntándoles con los fusiles. Sergio le dice entonces a Edgar: «¡Primo, ya no responde! ¡Grabe mejor!». Edgar no entiende qué le pasó en ese momento, «quizá fue el shock… pero tomé el equipo y comencé a grabar».
Los militares los acusaban de haberles «disparado» —la bendita compresión—, y ellos respondieron que eran de la Prensa, que no andaban armas. Raúl le insistió a Wilfredo que no dejara de grabar, porque ésa era la única garantía que ellos tenían en aquella circunstancia. Y, efectivamente, unos soldados se acercaron al pick up portando armas cortas… con la intención de depositarlas en el carro. «Will» los filma en el intento y los soldados —al igual que «El Indio» a Israel en el Cerro Borroñoso— le ordenaron tajantes que no grabara.
En ese tiempo corríamos más peligro por parte de la Fuerza Armada que por parte de la guerrilla, afirma Pineda.
Pero, a diferencia de aquella ocasión, Edgar les contestó enfático que por qué no, si eran Prensa. En fin, hacer esas tomas les valió para que no les plantaran las armas y los inculparan… o los mataran.
En eso, los soldados se dispersaron. Y es que alguien notificó al entonces Comandante de la Tercera Brigada en San Miguel, coronel Mauricio Vargas, sobre el mortal percance. Edgar vio que después llegaron otros y, al rato, llegó el mismo coronel Vargas, ofreciéndoles disculpas y ayuda a los periodistas: les dijo que habían ubicado a los agresores y que ya estaban acuartelados. Sin embargo, un año después, en un juicio militar, fueron exonerados.
Al parecer, el «detalle» de haber abierto fuego a un vehículo que gritaba «¡PRENSA!» por todos sus costados fue pasado por alto. Pero, volviendo a la trágica escena de aquel 19 de marzo, al disiparse el peligro, el peso del dolor cayó rotundo sobre William, quien sólo se sentó a llorar: fue allí que todos se dieron cuenta de que Mauricio Pineda era su hermano, quien murió a causa de una bala que le entró por la espalda y le salió por la pierna, destrozándole órganos internos.
Para entonces, la noticia de que un equipo de prensa había sido atacado por el Ejército, dejando como saldo la muerte de Mauricio, estaba siendo transmitida desde Canal 12. «La prensa era un objetivo para el Ejército. De hecho, mataron a más periodistas ese día: entonces corríamos más peligro por parte de la Fuerza Armada que por parte de la guerrilla», afirma Pineda.
Por otra parte, al ganar Alfredo Cristiani la Presidencia por parte de Alianza Republicana Nacionalista, ARENA, la razón de ser de IVEPO en el país terminó y el instituto se disolvió. Nacho Castillo, entonces director de Noticiero Al Día de Canal 12, le ofreció a Edgar ser camarógrafo en el mismo noticiero, en consideración a lo anterior y a la tragedia de su hermano mayor.
«Will» cubrió muchas escenas espeluznantes y vivió infinidad de situaciones de peligro hasta la firma de los Acuerdos de Paz, cubriendo también los diálogos que llevaron a tales Acuerdos. Señala que las experiencias de muerte y destrucción vuelven a los periodistas a la vez sensibles e insensibles. Sensibles, por el contacto con la cruda realidad que los concientiza como a pocos de la existencia del dolor, la opresión y la injusticia. Insensibles, porque, como los médicos, tienen que desarrollar cierto grado de frialdad para no quebrarse y así cumplir con su misión.
Pero presenciar la muerte de su hermano a causa de una absurda confusión y filmar su cadáver después no podía menos que romper la escarcha de su aprendida frialdad, pues fue lo más doloroso que aquel monstruoso «Gargamel» —la guerra— pudo causarle.
Los hermanos Pineda durante un descanso en El Poy, 1987: provenientes de una familia de carpinteros, su incursión en la Prensa se tradujo tanto en alegría como en tragedia.
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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