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Para no arriesgarse a quedar perdidos o atrapados durante una huída o evacuación, es importante aprender a orientarse y mapear los lugares donde se vive o trabaja.
Programa de Protección a Periodistas Riesgo Cruzado:
Edgar Romero: «No existe el riesgo cero».
Segunda parte
Raquel Kanorroel *
Fotos: Cortesía Programa Riesgo Cruzado y Oscar Machon
Febrero 7, 2025
«Para qué voy a ir, si ya lo sé todo»: expresiones como esta ha escuchado muchas veces a lo largo de 14 años Edgar Romero, fotoperiodista retirado y hoy Coordinador de Preparación del Programa Riesgo Cruzado, en especial por parte de sus colegas salvadoreños, desde que comenzó a impartir los cursos de seguridad.
Como se expusiera en la primera parte de esta nota, estos cursos los comenzó a impartir Edgar en 2011 en forma individual, hasta tornarse en 2013 en el programa hoy existente, con base en un sueño acariciado por él desde los ochentas y gracias al empeño y la capacidad de la doctora en Comunicaciones Enayda Argueta, quien construyó el modelo según el cual se estructuró Riesgo Cruzado, cuyo alcance actual es internacional y que ha sido acreditado por ACOS Alliance (A Culture of Safety Alliance, por sus siglas en inglés).
Pero, ¿cuál es la condición física y mental del promedio de periodistas, para que algunos se sientan tan seguros de no necesitar pasar por el programa? Para empezar, el equipo de médicos de Riesgo Cruzado observó que los inscritos en los cursos se cansan rápido y se descompensan. Así que decidieron pedirles a los alumnos la batería médica básica: «Sólo eso es un choque para muchos, porque todos tenemos miedo de que algún día nos digan “Usted está enfermo(a)”», acota Edgar.
Romero asevera entonces que «el estado de salud de los periodistas es crítico. Después de la pandemia, peor: las generaciones jóvenes son hipertensas, diabéticas y tienen un gran problema de movilidad… pero igual quieren ir al riesgo, a la par de un Yuri Cortez, de un Luis Galdámez o de un Arnulfo Franco, cuando su condición de salud es deplorable. Da tristeza».
Luego, hay periodistas que, después del curso, buscan atención sicológica, no porque sean «enfermos mentales», sino porque existe la necesidad de sacar las emociones negativas acumuladas durante el ejercicio de su profesión: «Algunos han caído en crisis después de un simulacro, porque recuerdan infinidad de imágenes que llevan dentro», manifiesta Edgar, quien afirma que una gran proporción de periodistas padece de estrés postraumático.
No sólo eso: está la cuestión de las habilidades básicas que debería manejar todo periodista… haciendo énfasis en «debería», como podrá verse a continuación.
Algunos «detalles» que descuidan los periodistas hoy
Los colegas de Romero suelen ignorar los 4 puntos cardinales y no saben orientarse. Tampoco mapean las zonas donde viven o trabajan para evacuar durante una emergencia. No entienden el concepto de salvoconducto, que hay que solicitarlo, enviar lo más discretamente posible la información y andarlo siempre consigo. Por otra parte, uno de los cursos impartidos en Riesgo Cruzado trata sobre cómo arrancar una moto… pero hay quienes no pueden andar ni en bicicleta.
En cierta ocasión, tuvieron que suspender un curso sobre métodos de sobrevivencia sobre el agua en el último momento, ya que, de los treinta y dos periodistas que tomaban el curso, sólo cinco sabían nadar. «Entonces dijeron que era muy caro aprender. Un colega que trabajaba en las piscinas municipales les dijo que las mismas están super limpias, que llegaran y les enseñarían. De los veintisiete que no sabían… sólo llegaron dos», se lamenta Edgar.
«Y después se van a pasar el río fronterizo con México y se suben a esas llantas, los “brillantes”, o se van a cubrir la inundación en Honduras», continúa Romero. Otro ejemplo de «brillantez» con el que se encontró Romero fue un joven asistente al curso, quien le dijo un día que no andaba el DUI porque, si lo perdía, era muy caro reponerlo; que por eso andaba una fotocopia. «Y yo le digo: “¿Qué? ¡Un oficial te la va a romper y hasta allí vas a llegar, muchacho!”».
Portar casco y chaleco antibalas implica
colocarse 30 libras más de peso, por lo que los periodistas deben estar en buena forma.
Por otra parte, «lo de esconderse tras la puerta del auto —como se ve en las películas— ya caducó, porque la puerta de los carros ahora es plástica, ya no metálica: ya no es aquel Ford que aguantaba hasta balas calibre 38. Pero todos siguen utilizando esa “técnica”», comenta Edgar, quien lo que más lamenta quizá es que «a veces les anulamos los teléfonos y entonces son materia frita».
Y en relación al uso del casco, el chaleco y la máscara, Romero explica que «con la máscara se pierde el 50% de visibilidad. Y, si usted no tiene condición física y se va desde El Salvador del Mundo hasta el Centro con todo eso encima, pues…», comenta él, haciendo un ademán de resignación, puesto que portar casco y chaleco antibalas implica colocarse 30 libras más de peso.
Edgar afirma que puede contar «miles de anécdotas que lo hacen a uno preguntarse si vale la pena seguir trabajando… Por eso tratamos que siempre llegue al grupo gente experimentada, porque eso sirve de inspiración», como es el caso del fotoperiodista Yuri Cortez, de Agence France Presse, AFP, quien, «con su nivel de experiencia, pero también con su humildad, viene y recibe el curso», reconoce Romero.
Yuri: «Éste es un curso serio para riesgos serios»
Cortez, quien soñaba en los ochentas junto a Edgar en crear un programa como Riesgo Cruzado, quiso entrar a éste porque «uno debe aprender todos los días. Y, por mucha experiencia que tenga, aprendo de cualquiera (…). Estoy muy abierto, pues, a la actualización del conocimiento, y siempre tomo muy en serio lo de aprender: no vengo a una aventura para relajear con los compañeros. No, esto es serio, y hay que tomarlo de esa manera».
Y es que él tiene muy claro que «el periodismo no es una aventura, sino una profesión muy comprometida socialmente, con el mundo —los que ejercemos en agencias internacionales— y con el propio país —los que ejercen localmente—».
También entró porque, durante los cursos, «se da el intercambio intergeneracional (…). Los jóvenes deciden pegarse al que tiene más experiencia para aprender de él. Y a mí me gusta compartir mis conocimientos (…): al compartirlos, uno aprende también. Debemos comprometernos con las nuevas generaciones (…). Me gusta que me pregunten y me gusta responder».
El curso correspondiente a 2024 fue en San Salvador Sur. Lo que los periodistas aprenden a lo largo del programa es de utilidad múltiple, pero el objetivo fundamental es otorgar herramientas para saber cómo evitar o escapar de situaciones peligrosas. Esto es, cómo mitigar riesgos.
Ver explotar una granada de gas lacrimógeno
o escuchar un disparo da una idea de la experiencia real y prepara al periodista.
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Enfocando y captando los hechos con pericia y agilidad. La condición física de algunos periodistas que llegan al programa no está a la altura de las exigencias.
Primero, se enfatiza la necesidad de la disciplina. Un instructor de drones que estuvo en Ucrania dijo algo que para Yuri resume todo: «Si no eres capaz de levantarte a las 5:00 a.m., no vayas a ningún lado. Esa costumbre se traduce en disciplina, responsabilidad y organización». El curso comienza precisamente a las 5:00, con un estiramiento corporal. Luego, dos minutos para ducharse, el desayuno y después el trabajo físico, el cual consta de varias etapas que incluyen los aspectos citados a continuación:
Técnicas de defensa personal, o cómo enfrentar intentos de agresión física directa: se enseña a presionar ciertos puntos del cuerpo del agresor que causan mucho dolor y que dan un margen de algunos segundos para poder escapar. También, la importancia de mantener la distancia respecto a la persona agresora (un metro y medio o dos en promedio), pues esto permite medir el grado de agresividad del oponente y, en consecuencia, decidir qué hacer.
En fin, se enseñan «cosas pequeñas que pueden, sin embargo, determinar el éxito o el fracaso en una situación, si te hieren o no te hieren, si obtienes la foto o el testimonio o no (…); cosas que, ya estando en el campo y si se sabe reaccionar y aplicarlas, te pueden librar hasta de la muerte», manifiesta Cortez.
Después vienen las simulaciones de enfrentamientos (como en protestas con antimotines), simulaciones lo más parecidas posibles a situaciones de la vida real. Sin embargo, la situación real puede ser mucho más fuerte que cómo se vive en el curso, aun cuando en éste la presión que se ejerce ya es fuerte. Pero el hecho mismo de ver explotar una granada de gas lacrimógeno, o de escuchar un disparo, da una idea de la experiencia real y prepara al periodista para ella.
También se enseña cómo desplazarse en un terreno desconocido, natural o urbano, y qué puede suceder en ése camino. Pero, ante todo, se enseña cómo vencer miedos, «y a veces se tienen que enfrentar con presión encima, como simulaciones de disparos o humo», acota el fotoperiodista.
Porque «con o sin experiencia, a la hora de que los balazos zumban, a todos nos da miedo», afirma Yuri, quien ha cubierto la guerra en Afganistán, Irak, Gaza, Palestina, Israel, Haití…: «Por mi parte, estoy bastante “ambientado”: he escuchado disparos, explosiones, alarmas de misiles (…): en el caso de estas alarmas, no sabes por dónde viene el proyectil ni por dónde caerá hasta que cae el primero. No sabes si está cerca, lejos… o encima de ti».
Otro tema vital es el de los primeros auxilios: se aprende, por ejemplo, a vendar y a parar hemorragias sin usar torniquete, pues éste ya es obsoleto por ser muy riesgoso.
Todo lo anterior implica que los periodistas deben mantener religiosamente una buena condición física. Cortez señala que, en general, los miembros de la prensa descuidan su salud corporal «por las largas jornadas de trabajo y las malas pagas». Pone como ejemplo la ingesta frecuente de comida chatarra, sobre todo en coberturas que se prolongan.
También se les enseñó allá sobre minas terrestres:
diferentes tipos, cómo funcionan, dónde se colocan,
para qué se usan, etc.
Otro tema importantísimo que se estudia, y al que casi nadie pone atención fuera de los cursos, es el de las aseguradoras: cuando, en una situación de guerra, un periodista viste un uniforme militar y le sucede algo, la compañía de seguros puede alegar que dicho periodista no estaba allí cubriendo sino participando en la contienda y, en consecuencia, no pagar la póliza.
Así que los miembros de la prensa pueden perfectamente negarse a vestir tal uniforme, en el caso de que un ejército determinado les solicite hacerlo en aras de permitirle acompañar a sus soldados en alguna misión. Además, por ley no pueden obligar a un periodista a uniformarse militarmente: «Lo digo yo, que estuve con los gringos en Irak y Afganistán y que guardo como recuerdo los uniformes que me dieron», asevera Yuri.
Hace algunos meses, él tomó un curso en una academia en Colombia, con una unidad militar. La diferencia con Riesgo Cruzado es que allá hubo un módulo sobre drones y ataques con éstos, cuestión que ahora está «de moda», comenta Cortez. «Por eso ya no se ven aquellas fotos donde salen soldados combatiendo o armas disparándose con las vainillas saliéndoseles, o de trincheras, helicópteros, artilleros… No, ahora las guerras son por teléfono: desde estos aparatos se comandan los drones que “caen del cielo” (…). Ahora “todo viene del cielo”», dice con sorna.
También se les enseñó allá sobre minas terrestres: diferentes tipos, cómo funcionan, dónde se colocan, para qué se usan, etc. Luego los llevaron a un campo minado para aprender a detectarlas. Como examen, les tocó poner «minas»; cuando algún compañero pisaba una, ésta «explotaba». Igualmente, aprendieron sobre cartas bomba, libros bomba, teléfonos bomba… artefactos que hoy en día se utilizan a menudo: «La primera regla es: no toque nada hasta que no esté seguro».
Los cursos de seguridad a periodistas, pues, no son cosa nueva. Pero, por mucho tiempo, los medios fueron renuentes a invertir en ellos por consideraciones económicas. Afortunadamente, ahora han dejado de ser tan renuentes, debido a la alta incidencia del estrés postraumático en muchos periodistas, como menciona Edgar Romero al inicio de esta nota.
Yuri comenta que, antes, un reportero podía quedarse cubriendo un conflicto por meses, pretendiendo estar bien debido al estímulo otorgado por la adrenalina. Ahora, por norma, se le permite cubrir un conflicto por tres semanas. Después, tienen que relevarlo y él/ella pasar por un proceso de descanso o «desintoxicación». Y, si se quiere, por consultas sicológicas.
Fue desde hace unos 10 años que comenzó a formalizarse esta situación. Y han sido las grandes agencias las precursoras, porque su personal es el de primera línea cuando surge cualquier evento.
Por último, en múltiples charlas académicas y pláticas diversas, Cortez siempre les dice a los jóvenes que el aprendizaje comienza en las aulas: «Hay que ir a una universidad y graduarse, porque los principios éticos y las bases para ser un buen profesional se siembran allí. Pero… no hay universidad que prepare para cubrir un conflicto armado (…): “No es lo mismo verla venir que tenerla enfrente”». Para ello están los programas como Riesgo Cruzado.
«Los que estamos en Riesgo Cruzado (…) vivíamos en San Bartolo, Mejicanos, Soyapango, donde nos tocó convivir con las estructuras criminales». Edgar Romero.
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En el programa se aprende a mitigar al máximo los peligros atravesados en el ejercicio de la profesión.
Un programa abierto a todos… pero no a cualquiera
La experiencia adquirida por Edgar Romero a través de Riesgo Cruzado le ha permitido incidir en los pensum utilizados actualmente en, por ejemplo, la Asociación de Periodistas de El Salvador, APES, donde creó el sistema de alertas que hoy allí utilizan. En cuanto al utilizado en las universidades, Romero es enfático en señalar que «hay que hacerle una reforma estructural al modelo educativo».
Esto mismo les dijo él a los representantes de la UNESCO: que, si verdaderamente querían abordar el problema, entonces debían reformar los pensum de las escuelas de comunicaciones y periodismo. En la Universidad Nacional, por ejemplo, que tiene una Escuela de Medicina, deberían incluir en su pensum el curso de Primeros Auxilios. Y, como también se imparte allí la Licenciatura en Física y Deportes, deberían incluir al menos dos ciclos en los que se concientice a los estudiantes de periodismo sobre la necesidad de mantener una sana condición corporal.
Paradójicamente, sin embargo, en Riesgo Cruzado no capacitan estudiantes, porque «en los últimos años, las pandillas habían infiltrado a los alumnos de periodismo. Y entonces, ¿le vamos a dar las armas al león? (…). El punto es que ellos —los delincuentes— no sepan lo que nosotros sabemos (…), porque entonces irá el criminal a aprender una técnica peor. Por eso les insistimos a quienes lo reciben que el curso es sólo para ellos».
«Nosotros capacitamos gente que ya tiene un nivel de compromiso y una ética», enfatiza Romero.
Por otra parte, es un hecho que no todos los que ejercen periodismo están sometidos al mismo nivel de riesgo. Por ejemplo, un redactor está expuesto, pero no de la misma forma que un reportero o un fotoperiodista. Igualmente, no todos habitan en zonas con el mismo nivel de peligrosidad.
Por ello, en Riesgo Cruzado siempre prefieren becar a quienes estén más expuestos en el ejercicio de sus labores o que habiten en las zonas de más alto riesgo, «pero hay periodistas a los que les gusta victimizarse y no se arriesgan.
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Durante las capacitaciones del programa ocurre un intercambio generacional entre los más jóvenes y quienes tienen años de dedicarse al oficio.
No obstante, de repente les dan grandes becas —señala Edgar—, y esos que se victimizan son los que pasan pidiendo recursos a los cooperantes para sobrevivir, y está bien. Porque periodismo hay de primera, segunda y tercera clase».
En contraste, expresa Romero, «los que estamos en Riesgo Cruzado todos venimos de abajo: vivíamos en San Bartolo, San Jacinto, Mejicanos, Soyapango, donde nos tocó convivir con las estructuras criminales. Cuando usted alcanza a recibir cierta cantidad de recursos, entonces se traslada a una colonita donde ya se la pasa regular. Pero hay otros que están ahora viviendo bien en multifamiliares y desde allí es fácil decir que se está en riesgo».
Entonces, «esos periodistas que se victimizan» preguntan por qué Riesgo Cruzado no los prepara a ellos también, y él responde: «La invitación es abierta, pero si a mí me llega una solicitud de sectores más vulnerables, no me voy a perder: la posibilidad de éste frente a la de aquel otro es distinta».
«Ya hemos capacitado a todo el personal de EFE Centroamérica y estamos por capacitar a todo EFE Latinoamérica», expresa Edgar Romero.
“No hay profeta en su tierra” … ni mucha plata en la bolsa
«Hoy día, Riesgo Cruzado sirve para abrir la mente y es para quienes sientan que lo necesitan. A nadie se le obliga. Pero después…», comenta Romero, dejando entrever lo que ya se mencionó en la primera parte: que pronto llegará el momento en el cual la acreditación por recibir cursos de seguridad no será opcional, sino obligatoria. Es decir, que tal acreditación —sujeta a una actualización permanente— será requisito para poder cobrar las pólizas de seguros.
Edgar ilustra esta aseveración con el caso del primer reportero del New York Times que murió en la guerra de Ucrania: la aseguradora no le pagó a su familia el seguro, porque ya había vencido su acreditación. Pero una gran proporción de periodistas salvadoreños —para quienes se diseñó expresamente Riesgo Cruzado— continúa renuente a adquirirla. En cambio, «ya hemos capacitado a todo el personal de EFE Centroamérica y estamos por capacitar a todo EFE Latinoamérica», expresa Romero, satisfecho.
Por otra parte, Edgar menciona que los extranjeros muestran mejor disposición al sacrificio para entrar a Riesgo Cruzado, como es el caso de algunos periodistas hondureños, quienes viven ahorrando a fin de venir sin problemas el día que les toque recibir su formación. En retribución, «como no podemos traerlos en avión, tratamos de traerlos lo más cómodos posible por tierra».
«También capacitamos a veces a periodistas que vienen de lugares como Quezaltenango, casi llegando a México: ellos tienen que salir en la noche de allá para llegar temprano a Ciudad de Guatemala y agarrar el bus hasta acá, y lo mismo al regreso», comenta Romero. En cuanto a quienes vienen de San Pedro Sula, Honduras, «la calle está “hecha leña” y tienen que ir a dar vuelta hasta Tegucigalpa para poder llegar. Cuando venían colegas de Nicaragua, hacían hasta 18 horas por tierra… cuando los podíamos sacar, pues nuestros recursos no daban».
De modo que, quienes vienen de otros países a recibir el curso, sacrifican días de vacaciones y pagan su pasaje hasta acá, aunque Riesgo Cruzado les cubre su estadía como parte de la beca. Sin embargo, como ya se mencionó en la primera parte, el programa enfrenta dificultades con los recursos. Y lo preocupante es que muchos periodistas no pueden costearse los gastos.
Pero, acá en el país, se perdieron en cierta ocasión «tranquilamente» dos becas porque, a última hora, dos veteranos salvadoreños no quisieron llegar a recibir los cursos… En contraste, está el caso de la entusiasta periodista hondureña Olga Pinoth.
Olga, una feliz integrante de la Familia Riesgo Cruzado
«Riesgo Cruzado tiene un enfoque integral, holístico», expresa animada Olga, de 41 años e integrante del programa desde hace siete. «Somos más de 300 miembros en Latinoamérica. Algunos ya no están porque fueron expatriados, y otros no continuaron por cuestiones de horarios o movilización. Pero el ojo del programa está incluso sobre los que se han tenido que salir, viendo cómo se encuentran y qué necesitan (…), porque el proyecto no saca a nadie».
Y prosigue, visiblemente emocionada: «Eso es lo bonito de Riesgo Cruzado: que vamos haciendo esa familia, ese trabajo integral, apoyándonos ante cualquier situación. Por eso estoy enamorada de El Salvador y lo veo como a mi segunda casa, el país que me pone centro y me reinicia (…). Para mí, ellos (los demás participantes) no son mis compañeros, sino mis hermanos y amigos».
Los temas que les impartieron en Riesgo Cruzado fueron narcotráfico, crimen organizado, maras y pandillas, inseguridad y protestas.
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Un compañero ha caído víctima de agotamiento por calor. Por situaciones como esta, todos los salvadoreños deberíamos saber sobre primeros auxilios.
Sus palabras denotan claramente que la Familia Riesgo Cruzado de la que habló Edgar Romero en la primera parte es una realidad patente: «Aquí no tomas los 3 días del curso y después te vas para tu casa, sino que ellos —los organizadores— están pendientes de ti ante cualquier situación riesgosa que se presente adonde vivas o trabajes», continúa Olga, y explica que el espectro del riesgo va desde la persecución política y el abuso policial hasta las catástrofes naturales.
«El proyecto está allí para asesorarte no sólo en situaciones de riesgo, sino incluso en situaciones personales, como cuando te atrapa la ansiedad en una conferencia de prensa (…). La doctora del programa y los sicólogos nos dan seguimiento. Así que, quien no usa las herramientas, es porque no quiere», asevera Pinoth. Junto a la hermandad generada en Riesgo Cruzado, lo que más le gusta a ella del proyecto «es que, cada vez que venimos, son cosas nuevas»: aunque Olga ya terminó sus cuatro años, sigue recibiendo refreshs o actualizaciones.
Comenzó siendo todavía estudiante de periodismo, aunque ya trabajaba como reportera en un medio cristiano que también daba noticias. Entró al programa por decisión propia, luego de que se lo sugiriera una de las catedráticas de la Universidad Autónoma de Honduras, la Licenciada Leyla Banegas —esposa del corresponsal de CNN allá, Elvin Sandoval—. Banegas le dijo a Olga que llegarían de Riesgo Cruzado a dar una capacitación y que debería participar, «pues a usted le encanta la calle. Es algo nuevo. Intente y me cuenta qué es».
Se inscribió y se presentó al Centro Cultural España del vecino país en la fecha indicada. «Allí conocí los rostros del programa: Edgar, Enayda, Víctor, Andresón… Sólo los vemos a ellos, pero detrás hay un gran equipazo», comenta. De modo que los organizadores viajaban a cada país para hacer las introducciones (o primer training): «Allí se definía quiénes seguirían, porque ellos nunca sacan a nadie, pero se permanece según el nivel de compromiso mostrado por cada cual», aclara Pinoth.
Enviaron otra convocatoria para el segundo training, el cual se desarrolló ya en El Salvador, y en su grupo quedaron Jorge Burgos (de Revista Criterio), Miriam Duarte, Emilio Flores (de El Heraldo) y ella. Por ese entonces, Olga se cambió de medio y, debido a las protestas contra el entonces mandatario Juan Orlando Hernández (quien no tenía reparos en usar la fuerza), la cuestión se puso muy riesgosa en Honduras, lo cual la estimuló aún más a permanecer en el programa.
Allá resonaba por doquier la consigna «¡FUERA JOH!» Y, para sorpresa de Pinoth, los temas que les impartieron en Riesgo Cruzado durante el segundo training eran las realidades que se vivían en su país: narcotráfico, crimen organizado, maras y pandillas, inseguridad y protestas. Se realizó un simulacro sumamente realista, con gases lacrimógenos, ambulancias y hasta un comando militar de la UMO. El jefe policial en aquel tiempo era Howard Cotto.
Olga de repente se quedó sola en medio del evento y, al voltear a ver hacia atrás, ve a Alex Peña, quien le dice: «No la voy a defender, pero le voy a enseñar cómo usted tiene que atacar al gas para que el gas no la tire a usted». Olga se conmovió, porque una persona que no la conocía y que tenía que cuidarse a sí misma la ayudó. Desde entonces ambos son buenos amigos.
Olga Pinoth explica que el periodista no puede hablar, en ningún caso, como si fuese un juez que emite veredictos.
También en esa ocasión les enseñaron a darle tratamiento a la noticia policial y judicial; por ejemplo, a no ser crudos o amarillistas a la hora de presentar escenas sobre víctimas. Después, ya de vuelta en Honduras, Pinoth le decía a su camarógrafo que sólo enfocara los pies o las manos de la víctima, dijera lo que dijera el director del medio, «porque aquella era mi nota», declara enfática.
Luego la envían a cubrir un «encostalado», que resultó ser una niña de 13 años, a quien su madre buscaba desde hacía una semana: ella y su camarógrafo la reconocieron, pues lograron verle el rostro. «La habían violado, matado y doblado (quebrado) para meterla en el saco (…) En mi cámara, la madre no vería esas imágenes», manifiesta Olga, todavía consternada.
En cuanto al tratamiento de la noticia judicial, en el programa les dejaron muy claro que el manejo de los términos en ese ámbito es muy delicado, sobre todo al tratarse de maras y pandillas: el periodista no puede hablar, en estos casos, como si fuese un juez que emite veredictos.
Refiere Pinoth que en su país no reciben este tipo de cursos por parte de la Corte Suprema de Justicia ni del Ministerio Público, pero que acá la Fiscalía General de la República le dio un diploma tras recibir el de Riesgo Cruzado. De modo que, como las leyes hondureñas son muy similares a las salvadoreñas, Olga aprendió a darle el tratamiento adecuado a las noticias de esa índole allá.
Volviendo al abordaje de la noticia policial, en el caso de los mareros muertos les enseñaron a enfocarse en el rostro o algún tatuaje. Explica Pinoth que, aunque la doliente de un crimen sea la mamá de un delincuente, su dolor es digno de igual respeto que el de cualquier otra persona. A ella no le gusta por eso referirse con sorna al pandillero muerto como «angelito», porque a él lo llora igual una familia: «No puedo meterme con ese dolor ni sólo quedarme con el de la víctima: tengo que informar lo más imparcialmente que pueda, sobre todo en esos temas».
Actualmente, Olga trabaja como coordinadora de prensa. Esto implica que está bajo una línea editorial y, por tanto, debe velar porque lo que se publique en el medio o en las redes sociales de éste no atente contra dicha línea editorial ni contra los anunciantes ni contra los colaboradores del medio. Aprenden entonces a ser y a parecer, a no desbocarse para no suscitar represalias que pudieron evitarse, ya que, al fin y al cabo, «también tenemos una familia que cuidar».
Porque «el riesgo está también en las redes: emites una opinión y te empiezan a atacar y a perseguir dentro de las mismas: los miembros del gobierno te comienzan a “seguir” en ellas, entonces hay que permanecer alerta para captar cuando algo está raro», declara Pinoth.
Y, claro, también les enseñan a fortalecer la parte emocional, pues los problemas familiares afectan el desempeño y se reflejan en las labores periodísticas. Por último, aunque no menos importante, les enseñan a respetar su propio tiempo. Pinoth, progenitora de una hija, hasta se perdía los Días de la Madre en el centro educativo de su pequeña, por ejemplo. Ahora sí respeta su tiempo… y por eso mismo se vino en sus vacaciones para acá en 2024, a recibir un refresh en Riesgo Cruzado.
Romero indica que los periodistas deben
dejar instrucciones en caso de que los sorprenda una emergencia o la misma Parca.
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El fotógrafo panameño Bienvenido Velasco (quinto de izq. a der.), de la agencia EFE, junto a dos colegas de la misma agencia durante una cobertura en el Darién, Panamá: los tres han recibido los cursos de Riesgo Cruzado. | Foto: Cortesía Agencia EFE
Haciendo las paces con la muerte
«Nosotros les insistimos mucho con el protocolo de actuación a quienes asisten al curso, por duro que sea, pero es algo necesario», indica Romero, refiriéndose con «protocolo de actuación» al conjunto de instrucciones que los periodistas deberían dejar establecidas en caso de que los sorprenda una emergencia o la misma Parca, para que así sus allegados sepan cómo actuar en tal circunstancia. Obviamente, una tarea nada agradable de acometer, pero que quienes se dedican a la cuarta profesión más peligrosa del mundo no deben soslayar.
En ese sentido, Olga manifiesta que les enseñan a detectar quiénes conforman su círculo de confianza, es decir, esas personas que el (o la) periodista sabe que actuarán conforme a su protocolo de actuación: «No es mi mamá, porque si a ella la llaman y le dicen que me ha pasado algo, lo primero que hará es ponerse a llorar».
«Cuando comenzamos los cursos —relata Edgar—, alguien indicó que había que enseñar tales protocolos. Entonces no entendí qué eran. En eso, yo estaba depurando mi correo electrónico y comencé a ver los de Christian Poveda. Entre ellos, había uno que me había llegado hacía años (…). En aquél entonces me había dicho él que lo leyera, pero no lo hice». Era un documento de Word donde Christian escribió precisamente su protocolo de actuación: «En caso de muerte, no quiero regresar a Europa»… «Deben incinerarme, porque no quiero ser buitre de nosotros mismos»…
… y agregaba una serie de emotivos detalles con los que dejaba claro cómo quería que fuese su despedida. También decía enfáticamente que, «si mi compañera de vida está aquí al fallecer yo, ella no debe aparecer», como sospechando que los «pobres muchachos» a quienes documentaba en el film La Vida Loca terminarían comportándose como los delincuentes que realmente eran…
«Lamentablemente, Poveda tuvo que morir para que existiera el programa», expresa Pinoth. Y es que, según se mencionó en la primera parte, Riesgo Cruzado no es propiamente un negocio, sino, como afirma Edgar Romero, «un proceso educativo, un apostolado. La gran pregunta es quiénes asumirán este apostolado cuando los de mi generación ya no estemos: éste es el gran reto».
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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