Memoria
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Carlos Mario Márquez, actual corresponsal para la Agencia Francesa de Prensa, AFP, y veterano locutor de Radio YSU, durante entrevista de la Radio Farabundo Martí el 16 de enero de 1992. | Foto: Giuseppe Dezza
El conflicto armado enfocado por periodistas veteranos
Idealismo setentero, solidaridad ochentera y paz noventera
Texto: Raquel Kanorroel*
Febrero 21, 2025
Cuando el 22 de mayo de 1984 las instalaciones de la Universidad de El Salvador, UES, son devueltas por el gobierno luego de estar tomadas por los militares desde junio de 1980, Carlos Mario Márquez, estudiante de periodismo desde marzo de 1983, pudo apreciar —junto con el resto de sus compañeros y el profesorado— que aquel gran recinto educativo nacional era hoy un gran zacatal que ocultaba una gran letrina, pues los elementos de la Guardia Nacional que lo tuvieron bajo su «custodia» no vieron ningún problema en utilizarlo como inodoro al aire libre.
El otro «detalle» era que habían saqueado todo, hasta los libros de la Biblioteca. Pero a ello ya estaban acostumbrados, pues, mientras estuvieron en el exilio y alquilaban edificios afuera, apenas contaban con recursos en el Departamento de Periodismo —así como en el resto de facultades— para trabajar y hacer prácticas. Tenían entonces que «rebuscarse» para aprender.
Los estudiantes llevaban su propia máquina de escribir. A puras fotocopias lograron ilustrarse sobre las tendencias en periodismo. Carlos Mario recuerda cómo con Luis Galdámez iba a las librerías del Centro a buscar revistas sobre fotografía. Allí encontró un valioso libro de fotoperiodismo, el cual se volvió casi «de uso público», porque se lo pidieron prestado varios compañeros y regresó a él como 3 años después. Y es que «uno compartía lo poquito que había», recuerda Márquez, conmovido. Porque aquella fue una época pletórica de cipotes idealistas y solidarios.
«Mirábamos la necesidad de ejercer un periodismo que tratara al menos de acercarse a la verdad sobre lo que pasaba en el país (…). Queríamos formarnos en una carrera a la que toda la familia le tenía miedo, porque habían matado ya a varios periodistas», señala Carlos Mario. Y la prueba de que esos cipotes buscaban formarse por pura convicción y no motivados por el mundano éxito, fue que ingresaron 89 estudiantes —de entre más aspirantes— a estudiar la carrera en aquel ominoso entonces: ¿Por qué tantos? ¿Adónde pensaban conseguir trabajo?
Ingreso a YSU y al periodismo de guerra
Desde los cinco años supo que sería periodista: su padre escuchaba las noticias en Radio Cadena YSU, así que él se dijo a sí mismo que algún día trabajaría allí, convicción que aumentó a raíz del golpe de estado de octubre del 79. Hubo entonces una gran censura: el gobierno impuso a todas las emisoras una cadena nacional interminable, dejándoles ciertos períodos para funcionar independientemente, pero sólo había un noticiero oficial.
En aquel tiempo, «la onda corta de la radio era como internet ahora», explica Márquez: se escuchaban en ella noticias nacionales reporteadas por corresponsales de agencias extranjeras, fuera de la consabida censura. Él sintonizaba entonces radios hondureñas, así como la BBC de Londres, Radio Netherlands (ya desaparecida) y la Voz de América para enterarse de lo que realmente pasaba.
Cuando se transmitía en vivo la denuncia de un capturado,
se le respetaban la vida; al no hacerla podía
quedar como desaparecido.
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Joven guerrillero conduce a periodistas al puesto de mando del FMLN en Santa Rosa de Lima. Márquez cubrió con diligencia el conflicto, pero se interesó especialmente en los diálogos de paz, por lo que la ONU le dio un reconocimiento. | Foto: Iván Montesinos
De modo que, cuando en aquella UES exiliada y precaria los exhortaron a entrar a medios ya establecidos para realizar sus prácticas —es decir, a meritorear, pues no se recibía pago por ello—, Carlos Mario ya sabía adónde ir: ingresó a YSU en diciembre de 1983. Le otorgaron la única plaza disponible: la corresponsalía en el departamento de Usulután. Como él es originario de esa zona, no tuvo problema en trasladarse a trabajar allá, pero sin dejar sus estudios.
La información, obviamente, la monopolizaba el conflicto armado: «Era doloroso ver enfrentamientos y, dos horas después, a la gente actuar como si nada hubiera pasado y seguir con el día a día. Los que vivían cerca de las guarniciones militares sólo contabilizaban los daños sufridos», refiere Márquez, a quien posteriormente le dan chance de ingresar a la radio a tiempo completo y sin interferir en sus estudios.
«A YSU llegaba información de todas las partes involucradas en el conflicto. En ciertas ocasiones coroneles de cuarteles del interior del país reportaban telefónicamente la actividad más relevante en el día a día de la guerra. Lo mismo hacían comandantes de la guerrilla y la población civil: la radio fue el medio que más apertura y pluralidad mostró en la difusión de información», observa él.
Por entonces, los medios locales se comprometieron a denunciar las detenciones arbitrarias: como había Estado de Sitio, a cualquiera lo podían detener sin orden judicial. Sin embargo, una vez se transmitía en vivo una denuncia, le respetaban la vida al detenido; al no transmitirla, quedaba como desaparecido. De manera que mucha gente de sindicatos y de movimientos sociales llegaba constantemente a la radio a denunciar tales detenciones. Obviamente, eso no agradaba mucho a las autoridades de aquel tiempo…
1984: La bala solitaria y los compañeros solidarios
…al punto de que no era raro que a los periodistas los asustara algún «duende» mientras realizaban sus labores. En las elecciones de marzo de 1984 en Usulután, habían ido Francisco Valencia (actual director de COLATINO) y Márquez cerca del mediodía a cubrir el municipio de San Jorge, en las faldas del volcán de San Miguel, «porque allí casi toda la mañana no hubo elecciones por los grandes combates». Lograron fotografiar los cadáveres de algunos insurgentes. No circulaban más que vehículos de prensa porque había paro de transporte decretado por la guerrilla.
Cuando volvían a Usulután, le disparan al vehículo una ráfaga. Afortunadamente, un solo tiro le cayó a la placa… pero «ese solo tiro» bien pudo dar en el tanque y estallar. Nunca supieron quién les disparó —seguramente un «duende»— ni mucho menos detuvieron su labor: «Estábamos cargados de responsabilidad. El miedo quedaba para posterior», afirma Carlos Mario.
Los llevan a todos detenidos al Cuartel El Paraíso.
Como siempre, los militares los acusan de hacerle
el juego a la guerrilla
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Miembros de la prensa internacional en las instalaciones del Ministerio de Defensa por el caso de los periodistas holandeses: en los ochentas, los periodistas privilegiaron la solidaridad sobre la competencia, afirma Carlos Mario. | Foto: Iván Montesinos
Y tampoco el miedo impedía la solidaridad. Márquez recuerda cuando detuvieron a un compañero universitario y cómo él, junto con otros colegas —Marcos Alemán, Alberto Barrera, Carlos Rivera y Adrián Roberto Aldana, ya fallecido— fueron decididos a exigir que lo soltaran. Se reunieron con el presidente Duarte en CAPRES; luego el joven es liberado y sale al exilio a Canadá. Estos atropellos nunca trascendían: la política de las autoridades al respecto era la de «aquí no ha pasado nada».
Otro «susto» que se llevó Carlos Mario junto a varios colegas fue el 3 de enero de 1985, cuando el Comandante Salvador Guerra convocó una conferencia de prensa en Tenancingo, Cuscatlán, para anunciar el final de una tregua reciente: se realizó en una casa abandonada, pues aquel pueblo quedó fantasma desde 1983. En eso, comienzan los aviones militares a sobrevolar al ras del techo…
Guerra exclama: «¡Veo que los teléfonos de YSU están intervenidos!» —seguramente por unos «duendes» afines al gobierno—; así que, para no acabar todos como fantasmas, salieron rápido de allí. Afortunadamente, todos regresaron a la capital sin consecuencias.
1987: Una visita al «paraíso»
En agosto de 1987, días antes que se firmaran los Acuerdos de Esquipulas 2, la Comandancia del FMLN convocó a una conferencia de prensa en Chalatenango. Una veintena de periodistas nacionales e internacionales fueron hasta San Juan de la Cruz, al norte de Dulce Nombre de María. Entre ellos iba Márquez, quien el 1 de febrero de 1986 comenzara a laborar como segundo corresponsal para France Presse, AFP. Tanto a la ida como al regreso les tocó circular por aquellas carreteras que tenían años de no repararse, prácticamente intransitables…
…pero con unos parajes tan impresionantes, que los compensaban de las incomodidades y las hambreadas sufridas en aquel viaje, pues allá no había dónde comprar: San Juan era un pueblo abandonado. Así que sus ojos se deleitaron con el verdor de los pinos y las colinas y… los uniformes de los soldados de la 4ª Brigada de Infantería, quienes los esperaban en Dulce Nombre de María.
Los llevan a todos detenidos al Cuartel El Paraíso, como a las 8:00 p.m. Como siempre, los militares los acusan de hacerle el juego a la guerrilla, que era prácticamente lo mismo que llamarlos cómplices del enemigo, lo cual no hizo nada confortable la estadía de los periodistas en ese «paraíso». Mas, por las gestiones hechas —sobre todo por la prensa norteamericana, que por radio logró comunicarse con sus representantes diplomáticos— los soltaron como a las 2:00 a.m.
A Carlos Mario le quedó claro entonces, al igual que al resto de periodistas que cubrieron el conflicto —incluyendo al futuro presidente, Mauricio Funes, quien también pasó por aquel «paraíso» ese día—, que buscar la verdad de los hechos implicaba, como mínimo, ser «alojado» en un cuartel.
Llamaron a la YSU para denunciar la detención de toda la caravana de periodistas.
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Iván Montesinos (de frente, camisa roja) y Carlos Mario (primer plano) atraviesan el lago Suchitlán, que en ese tiempo era un atajo para llegar a una de las primeras repatriaciones en la zona de Cabañas. | Foto: Cortesía Iván Montesinos.
1988: Otro cuartel hospitalario y un campo de concentración humanitario
En Perquín, Morazán, los insurgentes convocaron a otra conferencia de prensa el domingo 27 de marzo. «Por supuesto, queríamos volver el mismo día. Pero los comandantes se movían con la oscuridad de la noche: la conferencia fue a las 7:00 p.m. En ese tiempo los periodistas no podíamos desplazarnos a ningún lugar si no teníamos un salvoconducto», expresa Márquez. Idearon entonces llevar vehículos blancos 4 x 4 para que parecieran de la Cruz Roja y para poder pasar en horas de la madrugada, pues en ese tiempo no existía el puente sobre el río Torola.
En esa conferencia, Joaquín Villalobos les anunció que habían comprado misiles y que las recientes elecciones legislativas «no eran trascendentes». Luego, vieron una transmisión en vivo de Radio Venceremos. Al regreso venían emocionados comentando la jornada, y se emocionaron más al ver que en Osicala los esperaban… unas tanquetas: a Carlos Mario y a Alberto Barrera los llevaron en una hasta el cuartel de San Francisco Gotera. Por lo visto, el camuflaje no sirvió.
Les decomisaron todo el material, el cual mandaron en helicóptero al Estado Mayor, donde les indicaron que se presentaran a retirarlo al siguiente día. «Por supuesto, uno siempre llevaba escondida cierta información, al menos apuntes, pero allí lo que había era el material que se transmitió de hecho: no era nada oculto», señala Márquez.
Como entraban y salían camiones militares y, además, no los tenían esposados, en un descuido de sus captores, salieron temerariamente él y Douglas Farah (entonces presidente de la Asociación de Corresponsales) a buscar en los alrededores quién les prestara un teléfono. Al encontrarlo, hicieron una llamada a la YSU, denunciando la detención de toda la caravana de periodistas. Las agencias transmitieron la noticia a nivel internacional y, en consecuencia, los soltaron la noche del lunes.
De hecho, lo que más rescata Márquez del período ochentero es «la solidaridad que había entre la prensa, a pesar de que sabíamos que éramos medios diferentes y que cada uno tenía interés en transmitir la información con exclusividad. Pero en aquel tiempo había que renunciar a ésta, porque había que unirse para protegerse: la misma situación de apremio que vivíamos nos unía».
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Niños reciben su alimento en el campamento de refugiados del ACNUR en La Virtud: de todo lo presenciado en los ominosos años ochenta, ver la condición de los infantes en tales campamentos fue lo que más conmovió a Márquez. | Foto: Gió Palazzo/Museo de la Palabra y la Imagen
Aunque en el extranjero se supo pronto de su liberación, las comunicaciones entre los militares en ese entonces eran tan obsoletas que, a la entrada de San Miguel, los vuelven a detener, y después en Chinameca, pues en ambos puestos ignoraban que ya les habían decomisado el material.
Sin embargo, lo que más lo impactó de aquel período —además de ver cadáveres descabezados y sus respectivas cabezas ensartadas en los palos de los cercos— fueron los campamentos de refugiados de ACNUR en Ocotepeque, Mesa Grande, Honduras, en octubre. «Como en ese tiempo no había quién transmitiera una foto, había que ir a constatar», acota él, quien llegó allá con Iván Montesinos. El lugar estaba doblemente cercado: con una alambrada y por mal encarados soldados hondureños, «como si no fueran personas las que estuvieran allí», expresa el periodista.
Carlos Mario tuvo que regresar al país de emergencia por la Ofensiva Hasta el Tope. Parecía que el diálogo sostenido en México se diluía en la nada.
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Campamento de refugiados del ACNUR, La Virtud, Honduras, 1981. Márquez elogia el papel jugado del entonces Arzobispo de San Salvador, Monseñor Arturo Rivera y Damas, en pro de la repatriación de dichos refugiados. | Foto: Gió Palazzo/Museo de la Palabra y la Imagen
Y es que había como 4,000 personas hacinadas como ganado: aquello era un campo de concentración. Conmovidos, Carlos Mario e Iván realizaron su trabajo. Lo que más les conmovió fueron los niños. «Y, con ese hacinamiento, las cipotas eran más propensas a ser abusadas y a quedar embarazadas a temprana edad», lamenta Márquez. Fue una cobertura muy dura, de dos días, entrando y saliendo de territorio hondureño.
A él lo alegró mucho, por tanto, cuando toda aquella gente retornó a la zona norte de Cabañas, a Santa Marta, en decenas de buses: «Sentimos que era la reivindicación de aquellas personas (…)».
1989: Rompiendo cadenas, diálogos y corazones
«¡Te la jugaste: rompiste una cadena nacional!», le decían colegas y amigos a Carlos Mario, luego de darse en México el primer diálogo entre el gobierno de Alfredo Cristiani y la guerrilla, con la Iglesia Católica como mediadora. Márquez y otros periodistas viajaron al país azteca para atender el evento, ocurrido los días 13, 14 y 15 de septiembre de 1989. Así que acá se celebraban los Actos de Independencia mientras allá se terminaba dicho primer diálogo.
Márquez estaba deseoso de dar a conocer aquella importantísima información de última hora y, además, justo en ese momento tenía a su disposición el teléfono para hacerlo. Así que, con base en su olfato periodístico y con la anuencia de un jefe inmediato, «me eché ese tiro: romper una cadena nacional de radio no era fácil (…). Quizá porque participaban allí delegados del GOES y no sólo de la guerrilla, al final no hubo reclamo».
El siguiente diálogo fue en octubre, en Moravia, Costa Rica. Lógicamente, en noviembre hubiese continuado otro diálogo; pero, históricamente, lo que siguió fue la Ofensiva final Hasta el Tope.
Carlos Mario estaba en Estados Unidos cuando comenzó, así que tuvo que volver de emergencia, anonadado: parecía que su entusiasta anuncio del diálogo sostenido en México se diluía en la nada, impresión que se acentuó con el asesinato de los jesuitas. Pero fue hasta el 2 de diciembre que «se produce el hecho más doloroso que viví entonces: durante la cobertura que hacía en Soyapango, el colega Eloy Guevara Páiz es blanco de los disparos». Eloy trabajaba como free lance con AFP.
Lo informan del hecho hacia el mediodía, mientras cubría una conferencia. Por entonces había estado de sitio y toque de queda a partir de las 6:00 p.m., así que tenía que correr, pues ya para esa fecha era el Corresponsal Delegado de AFP y, como tal, responsable de la oficina de la agencia. Le tocó hacer las gestiones de los funerales e ir a buscar al Centro un traje para que vistieran el cuerpo. Luego, «casi me desmayo al ver su cadáver… Me conmovió tanto», recuerda Márquez. Tan lamentables gestiones lo agarraron afuera faltando diez para las 6:00 p.m, así que acudió a un lugar seguro.
Al siguiente día, gestionó con Comandos de Salvamento el traslado del cadáver a Lolotique, de donde Eloy era originario, porque tampoco era fácil trasladar un ataúd en ese tiempo. La mañana del 3 de diciembre Monseñor Gregorio Rosa Chávez celebra un responso por el difunto y brinda un mensaje de fortaleza a la prensa. Después se traslada el cadáver y se hacen arreglos para ayudar a la familia doliente, la cual recibió una generosa indemnización por parte de France Presse.
Por otro lado, tras la Ofensiva quedó prohibido sacar entrevistas con dirigentes del FMLN. Pero el 17 de diciembre Schafick Handal llama a YSU para avisar que decretarían una tregua: en la radio hasta pusieron los efectos de última hora para anunciar que se paraba la guerra. Otra vez, Carlos Mario —quien ya era Jefe de Información de la emisora— «se la jugó».
Según Carlos Mario, la firma de los Acuerdos fue una jornada muy silenciosa y temerosa, porque, con los rumores, todo mundo tenía miedo.
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Con la cúpula de la catedral de San Salvador de fondo, durante la celebración de los Acuerdos de Paz, Carlos Mario entrevista a Carlos Henríquez Consalvi («Santiago», al centro y con uniforme camuflado) y a Justo Sierra, locutor de Radio Farabundo Martí. | Foto: Giuseppe Dezza (Cortesía Carlos Mario Márquez)
1991: Una Ofensiva privada
Márquez no sufrió violencia durante la Ofensiva del 89, aunque lo impactó emocionalmente, y hasta el momento había cubierto el conflicto «allá afuera». Pero el destino se encargaría de llevar la guerra hasta su casa: «El 22 de mayo, comandos urbanos del FMLN atacaron en San Salvador el cuartel de la Primera Brigada de Infantería con cargas explosivas artesanales en tambos de gas propano que llamaban “tepezcuintles”, al estilo de la “era Picapiedra”», declara Carlos Mario, quien vivía en la Colonia Layco, a pocas cuadras del cuartel.
«Ese acontecimiento me dolió en el alma: una bomba de las muchas que fueron lanzadas chocó en la rama de un árbol, resultando herido el dueño de una panadería frente a mi casa. Las esquirlas del artefacto dañaron el techo de mi vivienda, perforaron un ropero de cedro y… la cuna de mi primer hijo», expresa estremecido, pues, «como fue un ataque por distintos flancos, a la primera explosión mi esposa sacó al niño y fue a la sala a hablarme por teléfono y narrarme lo aterrada que estaba».
Eso valió para que su hijo se salvara. Sin embargo, dos mujeres murieron a consecuencia del ataque y una tercera víctima falleció días después. Márquez denunció dicho ataque cuando unos periodistas que llegaron a cubrir la refriega lo entrevistaron, «porque la población civil resultó afectada».
1992: Recibiendo la paz con mucho miedo
Pero había que continuar la lucha por la paz, así que se da el primer diálogo bajo la égida de las Naciones Unidas (ONU), el 4 de abril de 1990, hasta que al fin llegan los ansiados Acuerdos en enero de 1992. Sin embargo, «existía mucha incertidumbre al respecto, pues había bastantes comentarios de gente desafecta a tales Acuerdos, tanto de uno como de otro bando», acota Carlos Mario.
De la Presidencia llaman a Márquez junto a otros colegas para la transmisión de la histórica firma en Chapultepec. YSU sería la estación piloto de la transmisión desde México. Entonces, para prever cualquier intento de silenciar la radio, se creó de forma secreta un estudio en el Hotel Presidente, donde se llevó todo el equipo pertinente, incluyendo una consola, previendo también que cortaran la energía, aunque había allí un enlace directo con las plantas transmisoras en el volcán. En fin, nadie supo después dónde estuvo el epicentro de esa transmisión.
Se le llamó Cadena por la Paz: se trataba de estimular en la población la idea de que aquellos Acuerdos eran lo mejor que podía ocurrir en ese momento. Hubo corresponsales de dicha cadena en todos los departamentos. En San Salvador acompañó a Carlos Mario el veterano locutor Hernán Mónico, y en México fueron destacados Armando Segovia (ya fallecido) y Raúl Beltrán Bonilla.
Con la Cadena por la Paz se intentó también captar cómo la gente en los distintos departamentos percibía la firma de los Acuerdos. «Fue una jornada muy silenciosa y temerosa, porque, con los rumores, todo mundo tenía miedo (…). Afortunadamente, fueron muy pocos los eventos violentos que se dieron después de Chapultepec», comenta Márquez.
En fin, la década del ochenta «fue un período de mucho peligro y mucha creatividad para quienes queríamos ejercer el periodismo. Los jóvenes de hoy, en la distancia, no pueden dimensionar ese trabajo y ese servicio que se le prestó al país. Se trató de ser equilibrado en la información; pero, sobre todo, de ponerse de parte de quién más sufría: la población civil», concluye Carlos Mario.
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De izquierda a derecha: Roxana Lemus, Jorge Armando Contreras, Carlos Mario Márquez y René Hurtado, participan en una videoconferencia con la diplomática estadounidense ante la ONU, Jeane Kirkpatrick. | Foto: Cortesía Carlos Mario Márquez
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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