Memoria

Fotoilustración: Luis Galdámez
Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla *
Marzo 21, 2025
Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta también al contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos fragmentos de su obra correspondientes al tercer capítulo del libro: «Sé que mi hora se acerca».
***
Golpe de Estado del 15 de octubre de 1979
En la homilía del domingo 7 de octubre, el arzobispo habló sobre el matrimonio y la familia. El matrimonio tiene una función social, decía, tiene que ser antorcha que ilumina a su alrededor. Hay que educar en el amor, seguía diciendo. Su modelo era obviamente el matrimonio de su madre doña Lupe y su padre don Santos, quienes como pobres que eran con muchas dificultades, pero siempre juntos, inculcaron tanto amor en el seno de la familia Romero Galdámez.
Después de la misa, como era habitual los domingos, se fue a casa de la familia Barraza donde almorzó y descansó luego de una semana saturada con amenazas y dolorosas inquietudes. Mientras se conducían en el automóvil, Salvador Barraza le comentaba sobre la homilía de aquella mañana acerca del matrimonio, y monseñor Romero le acotaba que ojalá todos los matrimonios fueran como el suyo, el de los Barraza. Por la tarde dijo, mientras revisaba una pequeña agenda que guardaba en el bolsillo de la sotana, tenía que regresar temprano al hospitalito ya que recibiría la visita de dos militares.
Se trataba del mayor Benjamín Ramos y del capitán Jorge Antonio Medrano, los dos del cuartel San Carlos, quienes llegaban en comisión a informarle sobre los planes de una conspiración contra el presidente. La conjura había surgido en el cuartel conocido como la Maestranza del Ejército dirigido por el coronel Abdul Gutiérrez, el Diablo le decían, quien era asesorado ni más ni menos que por el Chele Medrano, otra vez el Chele Medrano. La verdad era que había malestar general en las filas del ejército, y como siempre eran los capitanes y mayores quienes tomaban la iniciativa porque eran los oficiales más cercanos a la tropa. Uno de los principales líderes de aquella conjura fue el capitán Román Alfonso Barrera del cuartel de artillería en Opico. El arzobispo se estremeció al escuchar revelaciones tan drásticas, aunque en el fondo percibió una leve efervescencia de alegría. Se le vino al recuerdo que después de almorzar en casa de los Barraza, se había dormido un rato mientras escuchaba suave en un radito de batería «la danza macabra» de Camille Saint Saëns.
Entre los propósitos del golpe uno principal era la depuración de la Fuerza Armada (…)
Vean señores, les dijo, no quisiera seguir recogiendo cadáveres, de veras no es nada agradable, acotó mirándoles a los ojos. En 1978 hubo un promedio de 150 asesinatos, en 1979 la cifra se había cuadruplicado. Se tranquilizó al saber que aquellos militares se proponían proceder de manera incruenta, ni un disparo, prometieron. En aquel momento se le vino la frase latina que utilizaba la inquisición en la Edad Media: sine effusione sanguinis, «sin derramar sangre», puesto que se trataba de la horca o la hoguera. Además, le confesaron que contaban con el apoyo del gobierno del presidente Jimmy Carter. Todo, reafirmaron, está fríamente calculado. Entre los propósitos del golpe uno principal era la depuración de la Fuerza Armada y la eliminación de manera inmediata de estructuras terroristas como ORDEN y ANSESAL. El arzobispo los exhortó hacia la prudencia, primera de las virtudes cardinales, y lo menos que podía hacer como prelado en aquel momento era concederles el beneficio de la duda.
Los días siguientes el arzobispo tuvo otras reuniones con miembros civiles involucrados en el golpe, como Román Mayorga Quirós, Mario Andino y Guillermo Ungo. El 10 de octubre monseñor Romero se reunió en el colegio Belén de Santa Tecla con sacerdotes de la arquidiócesis para acordar la posición de la iglesia ante aquel inminente acontecimiento. Entre aquellos sacerdotes se encontraban monseñor Urioste, Ignacio Ellacuría y Jesús Delgado.
Así entonces una semana más tarde, el lunes 15 de octubre de 1979, al mediodía el general Carlos Humberto Romero Mena con su familia, salía exiliado rumbo a Guatemala, después de ser depuesto como mandatario de la república. El embajador Frank Devine acompañó al general derrocado junto con su familia y otros exfuncionarios hasta la escalinata del avión enviado por el gobierno militar de Guatemala.
Ese lunes 15 de octubre Roberto ni cuenta se daba del golpe contra el presidente. Amaneció tarde en casa de una amante que trabajaba como periodista para una cadena internacional de noticias. Él creía que aquella muchacha cuando la conoció en una conferencia de prensa, le serviría para conducirlo hacia los cabecillas de la guerrilla para liquidarlos uno por uno como en una película de mafias. Más de alguna vez la mujer le había compartido información fidedigna y comprobada con los archivos que manejaba en ANSESAL. Fue ella quien al levantarse desnuda aquella mañana encendió su radiotransmisor y fue así que se enteraron del golpe de Estado. Por la gran puta dijo el Mayor, vistiéndose apresuradamente, revisando la carga de su pistola y saliendo a la carrera sin despedirse ni lavarse la cara siquiera.
Majano observó al Mayor detenidamente y le ordenó para el día siguiente un informe sobre los archivos de ANSESAL.
En el camino iba recordando las pláticas con el presidente; por pendejo, mi general, yo se lo dije, repetía el mayor en voz alta mientras conducía solitario. Aquel domingo había dado licencia a sus guaruras durante el tiempo que estuviera con la periodista. Al arribar a Casa Presidencial el ambiente se miraba tranquilo, hasta llegó a pensar que lo del golpe era mentira. Respiró profundo. En el portón no tuvo problemas con el ingreso porque los centinelas se le cuadraron. De todas maneras, se enteró que los golpistas habían optado por instalar la comandancia en el cuartel San Carlos al norte de San Salvador. Un teniente le entregó una copia de la proclama, la cual había sido redactada por el teniente coronel Mariano Castro Morán, militar retirado, escritor e historiador. Uno de los primeros lineamientos de aquel documento era la disolución de ORDEN. Todo mundo sabía que dicha organización terrorista era producto suyo y del chele Medrano. Pero aun así no se ahuevó.
Al llegar al cuartel San Carlos se le cuadró al nuevo jefe coronel Adolfo Majano, quien había sido nombrado presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno. Ayayay hijo de puta, pensó el Mayor, bien le decía yo a mi general Romero que este Majano andaba enmierdado queriendo derrocarlo. Días antes del golpe el presidente había llamado a su despacho al coronel Majano para interrogarlo sobre el mentado rumor de golpe, pero el coronel negó todo y se mostró casi indignado por la pregunta. Majano observó al Mayor detenidamente de pies a cabeza y le ordenó para el día siguiente un informe completo sobre los archivos de ANSESAL. A la orden, mi coronel, le dijo todavía con aliento agrio. De pronto vio salir de uno de los pabellones del cuartel a Guillermo Ungo, reconocido comunista quien conversaba con el rector de la UCA, Román Mayorga Quirós, otro que bien bailaba. A la puta, dijo para sí, no puede ser que tenga que obedecer a estos piricuacos. Y fue entonces que ahí mismo decidió pedir la baja. Pero antes debería efectuar algunos contactos.
Tenía que rescatar subrepticiamente los archivos de ANSESAL. En aquel momento el Mayor tenía los niveles de rabia elevados a la putísima potencia, sin embargo, debía de controlarse porque sabía que de un momento a otro los conjurados podían capturarlo. Se sentía desolado, casi agobiado. Santibáñez había partido junto al general en el mismo avión. Por un momento quiso huir también, pero decidió oponer resistencia. Comenzó a reunirse en la clandestinidad con algunos miembros de la derecha como su compadre Roberto Angulo, Fernando «el negro» Sagrera, Antonio Cornejo Arango, Orlando Desola y Alfredo Mena Lagos. Según se ha dicho los archivos de ANSESAL los escondió en casa de otro compinche escuadronero cuyo nombre era Orlando Llovera Ballet.
Lo básico es organizar la derecha tal cual hace la guerrilla,
de abajo para arriba.
Obviamente la orden que le dio el coronel Majano se la pasó por el arco del triunfo y el 31 de octubre causó baja en el Ejército. Lo básico ahora les decía a los ricos, es organizar la derecha tal cual hace la guerrilla, de abajo para arriba. Traía a la memoria lo que había aprendido en Taiwán y otros cursos de contrainsurgencia con los gringos. Al principio los ricos oligarcas no le tenían mucha confianza, el «guardión» ese, le llamaban despectivamente, habla como «grencho» decían otros, pero alguien más atinado dijo que precisamente era su principal virtud, hablar campechano como aquel personaje de televisión Aniceto Porsisoca ¿se acuerdan? o también el bayunco Chilango, o el Primo Chomo, mencionó otro más allá. Entonces le dieron el beneficio de la duda y el Mayor comenzó a organizar a los ricos primeramente a través del Frente Amplio Nacional FAN, antecedente del partido Arena. En toda esta logística contaba con el apoyo y los consejos de su antiguo mentor, el general Medrano. Este chele Medrano loco como era, pero andaba en todo. La organización incluía instrucción sobre manejo de armas. Otra táctica que Roberto puso en práctica fue visitar a los exjefes de ORDEN que habían quedado cesantes. La idea era reorganizar la derecha de abajo para arriba. Los 100 mil miembros que tenía ORDEN eran la base para su plan fuego contra fuego.
Si atado con el dogal de la disciplina castrense Roberto el Mayor se salía del guacal a cada rato, rota la cadena de la sujeción militar y el freno del código penal militar, el hombre asumió la total impunidad de un lobo en cacería al frente de una jauría de cánidos sedientos de sangre.

Recogiendo cadáveres
Miguel Ángel Chinchilla
A la venta en Librerías de la UCA
* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate.
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