Memoria

En sus 40 años como camarógrafo y sonidista, Héctor Ochoa cubrió diversas situaciones de peligro durante el conflicto armado de los 80. | Foto: Luis Galdámez
El conflicto armado enfocado por periodistas veteranos
Cobertura de combates «siempre horribles, siempre inhumanos»
Raquel Kanorroel*
Fotografías: Luis Galdámez, cortesía de Ivan Manzano y de Héctor Ochoa
Abril 18, 2025
Sería la primera vez que Héctor Ochoa se subiría a un helicóptero en sus 25 años de vida, después de filmar los desfiles del 15 de septiembre de 1984 en San Miguel. «¡Ni pude dormir bien la noche anterior de la emoción!», expresa el camarógrafo y sonidista con cuarenta años de experiencia.
Pero el entusiasmo por esos aparatos se le terminó precisamente en ese primer viaje; pues, luego de que en San Miguel su compañero camarógrafo, Israel Martínez, y él —sonidista— se subieran al «pájaro» (como les decían coloquialmente a los helicópteros), llamaron de la Base al poco rato a los pilotos para que fueran a Chalatenango a apoyar un combate. Llegaron y la «bienvenida» no se hizo esperar: los insurgentes comienzan a atacarlos desde tierra.
Entonces «Baretta» —que así apodaron a Ochoa en su primer empleo (un taller de mecánica) porque usaba una gorra igual a la del protagonista de una serie televisiva del mismo nombre— se colocó en medio de los dos pilotos, quienes tenían platinas de acero alrededor de los asientos. Sin embargo, los casquillos de las balas provenientes de la ametralladora M60, muy calientes, siempre podían caerles encima y quemarlos.
De pronto, Héctor suspiró, aliviado: el helicóptero comenzó a retirarse de allí… pero fue sólo para dar vuelta y colocarse de tal modo que el otro artillero pudiera disparar, mientras el que había estado ametrallando primero destrababa su arma. Y así se estuvieron dando vueltas alrededor de una hora. A todo esto, «Baretta» se preguntaba por qué diablos había dejado el trabajo en el taller, pues en ese momento el hecho de que el diésel y el aceite le generaran urticaria le pareció una nimiedad frente a la probabilidad de terminar baleado, estrellado o achicharrado.
Al volver, ya no quería ni ver los mentados helicópteros, pero se fue acostumbrando. «Cuando uno entra a este oficio, se le olvida todo: ya usted ve normal (el peligro), como un trabajo», comenta. Ejemplo de esto era Israel, quien ya tenía ratos como camarógrafo: su estrés durante el vuelo fue mucho menor al de su primerizo «marañón», como solía llamárseles a los sonidistas entonces.
«Es como un militar: puede que al principio se vea en aprietos, pero ya después (…) lo ve normal. Al inicio, el periodista como que no reaccionaba al trabajo en que se estaba metiendo, a lo que había en ese momento: no eran fiestas o entrevistas o desfiles lo que se cubriría principalmente, sino la muerte, el dolor, el horror… Operativos fuertes que duraban varias horas», manifiesta Ochoa.
IVEPO tenía ante el público y la prensa una
connotación siniestra: a quienes trabajaban allí se les consideraba orejas del gobierno.
Trabajando para el Instituto Venezolano de Educación Popular
A mediados de 1984, cuando ya José Napoleón Duarte había ganado la Presidencia del país, Israel —quien para entonces laboraba en IVEPO (Instituto Venezolano de Educación Popular)— le preguntó a Héctor si le interesaría trabajar para la televisión y éste se entusiasmó: era de noche y se había ido la corriente, pero la invitación de su amigo fue una luz en medio de la incertidumbre, pues ya había renunciado al taller por el problema de las erupciones cutáneas.
Israel le explicó que habían llevado equipo nuevo y necesitaban sonidistas (o asistentes de cámara), primer paso para todo el que aspiraba a camarógrafo en ese entonces. En IVEPO —manejado por chilenos, aunque de origen venezolano— a «Baretta» lo entrevistó quien fuera cámara principal en el entonces popular programa de «Don Francisco» y ahora jefe de camarógrafos allí. La entrevista versó sobre cuestiones básicas y no técnicas, pues sabían que Ochoa era un total inexperto.
Allí se encontró Héctor con los hermanos Pineda (o «Los Pitufos»): Will Pineda —quien ya había pasado varias experiencias fuertes en la guerra— era entonces asistente de cámara de Israel y fue quien lo entrenó como sonidista, quien «se encargaba del audio (…), de que le llegara el vídeo a la máquina, de que nadie moviera al camarógrafo, de que no se atravesara nadie en la imagen (…) y debía tener cuidado de no patear el cable, de mantener la distancia adecuada. Porque si el cable que conectaba la cámara con el grabador fallaba, cuando se metía el casete a la máquina (reproductora) se miraban los cortes del vídeo, que salía todo chachajeado», acota «Baretta».
IVEPO, organismo pagado por la Democracia Cristiana de Venezuela y una de cuyas misiones era elaborar la propaganda para el Partido Demócrata Cristiano salvadoreño (en la presidencia en ese momento), tenía ante el público y la prensa una connotación siniestra: a quienes trabajaban allí se les consideraba orejas del gobierno. Así que en las manifestaciones solían atacarlos, tanto efemelenistas como areneros; en coberturas de tipo social los agredían y algunos colegas de otros medios los rehuían.
Pero, aunque fuese cierta la afiliación gubernamental, Ochoa ahora reflexiona y comenta que «en IVEPO, querámoslo o no, lo quiera o no la gente, los chilenos vinieron a hacer una escuela de televisión buena para los que quisieron aprender, como Guillermo Torres, Jorge Contreras (…), el mismo Israel Martínez, Aníbal Vega…». Muchos incluyen al mismo Héctor en esa lista.
IVEPO terminó operaciones en 1989, una jornada electoral donde varios periodistas resultaron muertos (como Mauricio Pineda y Roberto Navas).
«Estamos en el libro de la historia. Decían que éramos orejas… no importa: lo bueno que salió de allí fue que aprendimos un oficio. Fue una escuela», manifiesta «Baretta», quien considera que la calidad de la producción periodística televisiva ha bajado mucho de nivel; por lo que está de acuerdo con su colega, René Tobar, en que «hoy se sacrifica calidad por inmediatez».
IVEPO terminó operaciones al perder Fidel Chávez Mena la contienda presidencial frente a Alfredo Cristiani, de ARENA, en 1989, una jornada electoral donde varios periodistas resultaron muertos (como Mauricio Pineda y Roberto Navas) o seriamente lesionados, como Luis Galdámez. Los personeros del instituto se marchan en junio del mismo año. De allí en adelante, Ochoa pasó a trabajar free lance (alternando como camarógrafo o sonidista, según le requirieran) para medios internacionales como CNN, AP y UNIVISIÓN y en programas de alto rating, como Ocurrió Así y Primer Impacto.

Junto al salvadoreño Francisco Rubio: Ochoa no suele fotografiarse, pero aquí hizo una excepción, pues lo considera un ejemplo para los jóvenes. | Foto: Cortesía Héctor Ochoa
El vicio de la adrenalina
Al inicio, como asistente de Israel en IVEPO y antes de su tétrico primer viaje en helicóptero, enviaron a Héctor a cubrir eventos deportivos. La primera vez fue al Estadio Cuscatlán, la cual resultó también algo traumática, pero esta vez por apestosas razones: iban caminando, no se fijó y pateó el cable que une la filmadora con el equipo de sonido; por el brusco jalón Israel se elevó y entonces el implemento de la cámara por donde se ve se rompió, salió volando y… ¡plosh!…
…fue a caer a las aguas negras, pues por allí cerca andaban. Ambos se quedaron paralizados, pero por el asco. No obstante, «Baretta» tuvo que meterse a recogerlo para luego limpiarlo y colocarlo de nuevo manualmente en su sitio, aunque fue muy complicado trabajar así.
Pero su primera vez como camarógrafo fue en 1986: justo cuando le dan la cámara, lo envían a Nicaragua a cubrir noticias de índole política para VENEVISIÓN, no enfrentamientos, aunque para entonces ya estaba activa allá la insurgencia derechista llamada «Resistencia Nicaragüense» o «Contra», que atacaba al gobierno sandinista de izquierda (totalmente lo opuesto a lo que pasaba en El Salvador). Iba sobre todo a Managua, a cubrir las frecuentes manifestaciones que allí se armaban en apoyo al régimen del comandante Daniel Ortega.
Lo enviaron allá en varias ocasiones, donde se alejó un poco de lo gubernamental para trabajar con compañías extranjeras, como EUROVISIÓN. En uno de esos viajes conoció al comandante de la «Contra», Israel Galeano Cornejo —«Franklin»—, quien fue el último «Jefe del Estado Mayor» de la ya mencionada «Resistencia Nicaragüense». También viajó a Nicaragua con el periodista italiano Franco Capucci, de la Radiotelevisión Italiana (RAI), a quien en IVEPO le arrendaban local y equipo para realizar sus coberturas. En esos días, Mauricio Pineda trabajó como asistente de Ochoa.
Cuando llegan al lugar acordado, aparece de
nuevo la Cuchampul… (avioneta) y los ataca, confundiéndolos con insurgentes.
Ya de vuelta en El Salvador, su primera labor como cámara fue filmar la cotidianidad de los soldados dentro de los cuarteles. Para entonces, el Comité de Prensa de la Fuerza Armada (COPREFA) —institución creada con la asesoría del IVEPO— aún no terminaba de armarse completamente. También lo envían a cubrir operativos militares.
Recuerda uno liderado por el coronel Sigifredo Ochoa Pérez en Ojos de Agua, Chalatenango, al que los soldados se peleaban por ir, incluso los que andaban lesionados: estaban ansiosos por combatir, pues la adrenalina tiende a volverse una droga. Y Héctor tenía una edad «en la que se tiene fuerza para seguirles el ritmo a los soldados, pues uno no se podía quedar (rezagado), ya que los militares no iban a esperar a nadie por cansado que anduviera», acota el veterano periodista.
«Quien se pasa de vivo, se pasa a pend…enciero»
En los operativos era raro que hubiese enfrentamientos, pues a veces iba con la tropa una PRAL (Patrulla de Reconocimiento de Alcance Largo), cuerpo de choque del Ejército que se encargaba de indicar en qué lugares andaban los insurgentes. Cierta vez «Baretta» —luciendo feliz unos tenis Adidas nuevos color blanco— fue a cubrir un operativo relámpago en Cinquera.
Primero debían esperar a que la avioneta Cuchampul —como llamaban coloquialmente tanto militares como guerrilleros a la avioneta OB2 Push and Pull— bombardeara el terreno donde aterrizarían. Cuando ya estaba despejado, aterrizaba la PRAL y el resto de la tropa que venía en los helicópteros. «La Cuchampul la ocupaban para bombardear y tirar propaganda, disuadiendo a la gente de involucrarse con la guerrilla. A veces andaban parlantes para ese mismo fin. Y es que había en el Estado Mayor una sección llamada OPSIS, que era como el sistema de propaganda de ellos», acota Ochoa.
Pero esa vez los «pájaros» no pudieron aterrizar, porque, al ir bajando, los pilotos percibieron que los insurgentes habían cruzado unos cables transparentes en el lugar para que la nave se enredara en ellos. Así que tiraron unos lazos, cuyos extremos colgaban todavía a una considerable altura: tuvieron entonces que aventarse desde allí, lanzando primero el equipo. Terminaron «desembarcando» de los helicópteros como a las 8:00 a.m. Siempre andaban sobre todo por quebradas para evitar las minas. Caminaron hasta llegar a Cinquera alrededor de las 5:00 p.m.
La PRAL llevaba en esa ocasión a un excomandante guerrillero delator, quien les mostraría por dónde andaban los «muchachos». Una vez localizados, se trabó un combate rápido y sólo se capturaron unos cuantos guerrilleros. Cuando llegan al lugar acordado para que los helicópteros los recogieran, aparece de nuevo la Cuchampul… y los ataca, confundiéndolos con una columna de insurgentes, gritándoles desde los parlantes que eran unos «guerrinches hijos de puta» disfrazados.
El teniente a cargo de la operación era «de fila», esto es, no graduado de la Escuela Militar, sino salido de la pura experiencia como soldado raso o cabo (y, por eso mismo, más temible): «Había estado en el Atlacatl; era fornido, un indión negro cara de bravo», apunta Héctor. Dicho Teniente les dijo a todos que se cubrieran mientras tiraban granadas con humo de colores para indicar que eran de los mismos… pero nada: los de la Cuchampul gritaron que «se las habían conseguido».
Así que todos se disgregaron para protegerse en la zona boscosa; hasta que el teniente logró comunicarse por radio a la base aérea y notificar la situación los dejaron en paz. Mandaron unos «pájaros» a recogerlos y el militar se aventó furioso del helicóptero al llegar a la base. Huelga decir que los tenis nuevos de «Baretta» quedaron hechos una calamidad (cualquier cosa menos blancos); pero prefería eso a estar en los zapatos de aquellos pilotos de la Cuchampul…
Se dirigían hacia el Barrio Lourdes, cuando les informan que habían puesto una bomba en el local de FENASTRAS.

Junto a David Méndez, durante la producción de un audiovisual en homenaje a Christian Poveda, periodista asesinado por pandilleros en los noventas.| Foto: Luis Galdámez
El abominable Halloween de 1989
El 31 de octubre de 1989, Ochoa fue a sacarse sangre para un examen y, en el proceso, se le manchó la manga de la camisa, lo cual lo molestó mucho. Regresó entonces en carro con su colega Tomás Serrano —«Chelito Popo»— hacia el Barrio Lourdes, donde entonces residía, por la zona del Mercado Ex Cuartel, cuando les informan que habían puesto una bomba en el local de la Federación Nacional Sindical de Trabajadores Salvadoreños (FENASTRAS), ubicada precisamente en esa misma zona.
Ambos trabajaban para CNN en esa época, Héctor como camarógrafo y Serrano como su asistente. De casualidad andaban con el equipo, pues ese día solicitaron permiso. Fueron inmediatamente al lugar a cubrir aquella fatalidad.
Afuera, carros volcados y negocios destruidos entre polvo y vidrios rotos presagiaban la escena que encontrarían al entrar al local, donde «Baretta» vio más sangre, pero esta vez la de otros y en ingentes cantidades… Aclimatado ya al horror, ese día sintió sin embargo la agonía ajena al contemplar aquellos cuerpos destrozados y miembros diversos tirados aquí y allá, a causa de una poderosa bomba de 15 libras que no era expansiva, sino que implosionó, según explica él.
En eso, Ochoa vuelve a ver a un lado, hacia las gradas estrechas que conducían hasta la segunda planta: nunca olvidará a una mujer «arrecostada» sobre ellas, sin cabeza. Desde aquel cuerpo acéfalo lo miraban el vacío y la muerte absolutos: esa jornada fue un auténtico Día de Brujas. A raíz de la tragedia, el incipiente diálogo por el cese al fuego que sostenían el Gobierno y la guerrilla se suspendió por parte de ésta.
Agonía de guerra en medio de un desarme
En 1990, mientras acá se reanudaban los diálogos de paz, en Nicaragua se daba el desarme de la «Contra». Había, pues, una gran cantidad de periodistas locales e internacionales en ese país, al que Héctor visitaba por enésima vez, ahora con el equipo de UNIVISIÓN y trabajando como sonidista, ya que le cubría dos semanas a un colega y el camarógrafo Iván Manzano cubría a Guillermo Torres. De casualidad llegó el prestigioso periodista cubano Carlos Verdecia donde estaban ambos.
Armaron el equipo para la cobertura y, cuando «Baretta» encendió la grabadora, ésta comenzó a echar humo, agarró fuego y se quemó: no pudieron hacer nada. Solicitaron entonces material a VIZ News y se dedicaron a pajarear, hasta que llegó el momento de volver en helicóptero a la ciudad, en unos de fabricación rusa (Mil Mi 24), que se distinguen de los UH porque sólo tienen dos aspas y se elevan muy rápidamente.
Los helicópteros inician una verdadera danza macabra con los agónicos pasajeros rebotando dentro (…).
Saldrían tres helicópteros con alrededor de 12 periodistas en total. Ochoa, Iván, una periodista francesa y unos corresponsales mexicanos se subieron al mismo helicóptero, mientras que Verdecia tomó otro. Héctor se sentó en la ventanilla donde normalmente iría el artillero y se sujetó al caño donde se coloca la ametralladora M60, e Iván se acostó en una suerte de banca, que en realidad eran unos frenos que les ponían a las llantas de los helicópteros. Había municiones y dos tanques de gasolina.
Primero se levantó la nave donde iba «Baretta» y luego otra, casi exactamente debajo de la que acababa de despegar; pero Héctor la vio acercarse mucho: sintió que chocarían e instintivamente se sujetó más. En eso, las aspas de ambos helicópteros se enredan: «Allí ya siente usted otra experiencia», comenta él. Los helicópteros inician una verdadera danza macabra con los agónicos pasajeros rebotando dentro, «como bolitas dentro de una tómbola de lotería», pues los helicópteros no caen de una vez, sino que comienzan a dar vueltas y vueltas…
Ochoa ya se sentía muerto, ¿qué más podía sentir?… Miraba a los tres pilotos apagando los motores rápidamente, para que no agarrara fuego la nave al caer. En eso, la cola del helicóptero topó con un árbol, se desprendió y la nave, siempre dando vueltas, cayó en una loma y rodó cuesta abajo. A todo esto, Héctor nunca se soltó del caño. Al parar de rodar, abrió los ojos, sintió que aún vivía, vio un agujero y, sin acordarse de nada ni de nadie, fue el primero en salir gateando de allí.
Corrió, cubierto de sangre, hasta un cerco, donde al rato llegaron varias personas a ayudarlo y a sacar a los otros pasajeros. En el zarandeo, Iván —quien no iba agarrado a nada— se quebró un pie y una costilla, mientras que la francesa tenía prácticamente despegada una mejilla: pareciera que aquellos artefactos de combate hubiesen cobrado vida propia y decidido derramar sangre en pleno evento pacífico… Otra vez los mentados helicópteros hicieron sudar helado a «Baretta».

«Baretta» (derecha) ayuda a transportar a Iván Manzano tras el accidente de helicópteros en Nicaragua en 1990. Héctor también resultó lesionado. | Foto: Cortesía de Iván Manzano
Dando la bienvenida a la paz con pañoletas rojas
La Ofensiva Final Hasta el Tope de 1989, bautizada en honor a la líder sindical Febe Elizabeth Velásquez, Secretaria General de FENASTRAS —fallecida el 31 de octubre del mismo año durante el ya mencionado atentado con una bomba— constó de combates que Ochoa considera muy similares a los que él se acostumbró a cubrir desde 1984. Es decir, combates siempre horribles, siempre inhumanos; pero que eran casi el mismo enfrentamiento repitiéndose una y otra vez.
En cuanto al arribo de la paloma de la paz, Héctor confirma que se recibió con mucha desconfianza: cuando llegan a Catedral los ahora ex comandantes guerrilleros —que en ese entonces eran seres casi míticos—, la mayoría esperaba algún tipo de zafarrancho, de vendettas… pero no. Caminaron por el Centro Histórico «como Pedro por su casa» porque, al fin y al cabo, era su casa.
Siempre laborando para CNN, «Baretta» fue con Israel a cubrir a dichos ex comandantes cuando llegaron a pie a la Basílica del Sagrado Corazón, sobre la Calle Arce. Los grabaron temiendo que apareciera algún loco por allí invocando al cuervo de la guerra… pero no. Eso sí, ambos se pusieron pañoletas rojas al cuello, en señal de celebración: como muchos periodistas locales, en el fondo siempre simpatizaron con los «muchachos». «Ya terminó el conflicto, no va a pasar nada», se dijeron. Pero muchas, muchas voces les aconsejaron que se las quitaran, «por si las moscas»…
¿Qué tal si anduvieran rondando todavía por allí algunos con grandes ojos y grandes orejas?
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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