Cultura

Ilustración: Luis Galdámez
El Prado I. Esopo y Menipo
José Miguel Benítez Casteleiro*
Mayo 2, 2025
Era mi cuarta visita a El Prado. En esta ocasión quería ver Ecce Homo y otras obras de Caravaggio; El fusilamiento de Torrijos, de Antonio Gisbert; Ticio y otras obras de Tiziano; Los Fusilamientos y los dibujos y estampas de Goya; y si me daba tiempo, otras obras al azar, pero sin empachos, para poder disfrutar y no correr el riesgo de caer en el síndrome de Stendhal, como me pasó en mi última visita a la National Gallery de Londres. Le pensaba dedicar hora y media como mucho, porque más tiempo, en mi opinión, es contraproducente. Vivo fuera de Madrid y el Museo del Prado es siempre una de mis prioridades cuando vengo a esta ciudad. Envidio a los madrileños por tener en cualquier momento a su disposición una maravilla colosal como El Prado.
Antes de la visita me invitaron a una cata de vinos, otra de mis pasiones. No podía imaginar hasta qué punto este hecho iba a cambiar mi percepción del Museo, de los artistas y de las obras allí expuestas. Se convirtió para mí en una experiencia singular, inclasificable y realmente inolvidable.
Embotados en parte mis sentidos por los ricos caldos que acababa de paladear, sobre todo los tintos, me sentía como en una nube, alegre y abierto a todo tipo de estímulos. Noté como mis sentidos amplificaban sus capacidades: podía oír la respiración del resto de la gente, veía, o creía ver, hasta las motas de polvo suspendidas en el aire y, lo más extraordinario de todo es que, por encima de las conversaciones de los visitantes que venían detrás mío, ya que había conseguido la hazaña de entrar el primero, oía diálogos en el interior del todavía vacío museo. El que más nítidamente me llegó en primer lugar fue el que mantenían dos antiguos filósofos griegos. Expectante, me dirigí hacia sus helénicas voces que llevaban a cabo la siguiente conversación:
—¡Ya han encendido las luces!, amigo fabulista, llega un nuevo día. No deja de impresionarme, cada mañana, la solemnidad de este palacio que nos alberga, la amplitud de sus salas, sus largos pasillos, sus bóvedas y, sobre todo, sus obras, admiradas cada día por los millones de visitantes anuales de todo origen y condición. Esto me reafirma en mi convicción en el carácter democrático y cosmopolita que deben tener la cultura y el arte, y que este museo tan bien representa. Es una maravilla contemplarlo, sobre todo en la quietud de esta hora del día, antes de que llegue la marabunta. ¿Cómo has amanecido hoy, amigo Esopo?
Este es realmente un tiempo de magia. No te extrañe, querido Menipo, que con el tiempo consigan que tomemos
forma humana. (Esopo)
—Bueno, teniendo en cuenta que nunca dormimos, aunque fantaseemos que sí lo hacemos, bastante bien querido cínico, con ganas de ver qué novedades nos traen hoy los visitantes. Tú te ríes de ellos, pero yo, aunque veo las misma carencias y defectos del pasado, siempre encuentro algo distinto en los diferentes orígenes y comportamientos y en sus habituales rutinas, y cada cierto tiempo aparece alguien con un invento nuevo. ¡Cuánto hemos aprendido en estos siglos sobre la evolución de las costumbres, de las ropas, de las lenguas, de los artilugios cada vez más mágicos. Somos unos privilegiados. Este es realmente un tiempo de magia. No te extrañe, querido Menipo, que con el tiempo consigan que tomemos forma humana y podamos pasear entre ellos.
—¡Sí, es un mundo mágico!, que no tiene nada que ver con el Hades que yo imaginé que nos acogería después de la muerte. Creíamos que tras nuestras «accidentadas» despedidas, yo con mi suicidio y tú con tu asesinato, íbamos a llegar al inframundo, al mundo de los muertos. De momento ese viaje lo hemos aplazado y en esta inesperada inmortalidad en la que nos encontramos, podemos disfrutar de una nueva fuente de conocimiento y de un mundo más divertido que el de los muertos. Y todo gracias a nuestro creador que nos dio una nueva forma de vida. Y le tenemos que agradecer también que tuviera la genialidad de crearnos juntos, esto no sería lo mismo para mí sin contar con tu compañía y tus sabias observaciones, y con quien poder compartir mi risa filosófica. Realmente hemos establecido una buena philia.
—Yo la califico como una amistad sincera y duradera, que creo se debe a cómo nos creó el gran Velázquez y también a este incomparable entorno. No sé si nuestra relación sería la misma si hubiéramos coincidido en nuestra vida real.
De mí han dicho que fui un usurero, y muchos no me podían soportar por mis parodias, mis burlas
y mi sarcasmo. (Menipo)
—Es muy posible que yo acabaría riéndome también de ti y tú creando una o varias fábulas sobre mi vida en sus diferentes facetas. Pero aquí somos como los héroes de Homero, ellos necesitados de una gran amistad para poder llevar a cabo sus hazañas y nosotros de disfrutar y ampliar nuestros conocimientos sobre la vida de la humanidad.
—La amistad es la virtud fundamental de los hombres buenos, dijeron algunos en el pasado, y yo creo que es cierto.
—¡Bueno, tú!, amigo Esopo, por tu prudencia, tolerancia, fidelidad y por ser agradecido. De mí han dicho que fui un usurero, y muchos no me podían soportar por mis parodias, mis burlas y mi sarcasmo. Reconozco que fui bastante repelente. En fin, quería decir también que hemos de darle las gracias a nuestro amadísimo autor, por su decisión de crearnos y no de dejarse llevar por la moda de la época de pintar a la pareja que estaba entonces en boga: el «risitas» y el «llorón», como hicieron otros pintores como Rubens, que también los pintó con la intención, al parecer, de exhibirlos juntos. Me da que a diferencia de nuestra buena philia, ellos no se soportaban el uno al otro, por eso debe ser que los tienen separados en diferentes salas, al menos a los personajes creados por Rubens. Desde aquí podemos oír sus gritos, sus insultos y sus filosóficas discusiones, que mimetizan aunque sin tanto grito, porque están juntos en la misma sala, los dos personajes de Ribera. Yo me lo tomo con humor, otros no tanto: gozo con las amenazas de Saturno, que les ha dicho que si no se callan irá a por ellos después de acabar con su hijo, o de Atlas, que en más de una ocasión ha amagado con lanzar sobre Demócrito el Mundo, o de Prometeo diciéndole a Heráclito que le va a enseñar lo bien que prende el fuego en su harapiento hábito de filósofo.
—Entiendo tu sarcasmo y tu hartazgo, estimado Menipo, pero Demócrito y Heráclito hicieron importantes aportaciones a la filosofía y a la sociedad de la época.
Velázquez ha clavado tu mirada tan franca
y profunda, y ese aspecto de sabio humilde y cercano, del que te puedes fiar. (Menipo)
—Seguro que tienes razón buen amigo, y que los apodos son solo una simplificación, porque parece que siempre los pintan a uno riendo y al otro llorando, pero es que a mí me da pereza escucharlos, me aburre muchísimo su arrogancia, como la de la mayoría de ególatras que filosofaban sobre lo abstracto. A mí me gusta más como nos ha representado a nosotros Velázquez, no tanto en el aspecto, como mendigos, en eso nos parecemos al «risitas» y al «llorón», sino en cómo ha logrado captar la esencia de lo que fuimos o somos: a mí, girando la cabeza y con esa mirada de cínico, como diciendo: «Sí, sí, vosotros corred detrás de las riquezas, de la fama, del estatus social, que ya veréis cómo todo eso no os servirá de nada en el Hades, donde vais a ser iguales a cualquier esclavo». Aunque alguien ha dicho que mi mirada es de usurero, ¡en fin, allá ellos! Y de ti Velázquez ha clavado tu mirada tan franca y profunda, y ese aspecto de sabio humilde y cercano, del que te puedes fiar, un personaje erudito y bonachón.
—Pues yo me veo demasiado feo y barrigón, y no me recuerdo así, aunque supongo que después de tantos siglos mi memoria quiera complacer más mis deseos que la realidad. Pero sí, coincido que ha captado bien nuestra forma de ser: a ti, además, con los libros en el suelo, como burlándote de ellos y con un jarrón en equilibrio, con el que dicen que Velázquez quiso resaltar tu visión sobre la inestabilidad y lo efímero de la vida. A mí con un libro en una de mis manos, resaltando la importancia que yo sí les doy, con un balde de agua a mi izquierda, símbolo de mi pasado de esclavo y, como contraste, con esa especie de corona real a mi izquierda.
—¡Sí, la esclavitud!, esa es otra de las cosas que nos unen, y que a ambos nos ha dado, una vez libertos, una visión más completa de la vida. ¡Escucha!, ¡ya viene la gente! Unos con sus prisas porque quieren verlo todo y lo único que consiguen es perderse casi todo y quedar exhaustos, otros con sus guías dándoles sabias explicaciones y recordándoles, a veces con enojo por tener que reiterárselo, que no hagan fotos. ¡Y ese!, ¡te has fijado!, el de la corona de Hipócrates, el calvito con espejuelos, por su sonrisita y su inestable caminar, parece que viene de hacer un buen homenaje a Dionisio. Si no fuera por los ropajes, parecería un personaje de El triunfo de Baco de Leonardo Alenza o de Los Borrachos, de nuestro Velázquez, no me extrañaría que cuando los vea se quede allí contemplándolos extasiado.
Esto lo escuché claramente y me ruboricé porque sin duda el filósofo se refería a mí. Me quedé un rato escuchándolos, a la vez que tomaba nota de la sugerencia que sin querer me hacía el sabio de visitar a los beodos creados por Velázquez y Alenza. Al rato llegaron, y se pusieron a mi lado, un hombre de edad avanzada y uno joven que parecía ser su nieto.
(Menipo) utilizaba la burla, el sarcasmo,
la parodia. Y el otro, Esopo, era un afamado fabulista, tremendamente popular. (Abuelo)
—¿Ves, Fermín?, aquí están Esopo y Menipo, dos personajes cuyo modo de ver la vida coincide en parte con el mío y cuyas críticas a la sociedad de entonces, siguen hoy vigentes. Fueron esclavos pero con el tiempo consiguieron la libertad. Eso les marcó para desarrollar su pensamiento: Menipo, al que se le acusaba de usurero, y de hecho se dice que se suicidó tiempo después de perder su fortuna, era conocido sobre todo por sus sátiras menipeas, a través de las cuales lanzaba sus sarcásticos dardos contra los valores de la época: la riqueza, la ostentación, el estatus y la ansiedad por la fama, y usaba lo que llamaba su risa filosófica, para reírse de los filósofos de su tiempo, a los que criticaba por pasar sus días debatiendo sobre conceptos abstractos, en lugar de debatir sobre cómo aplicar la filosofía a mejorar la vida de la gente. Utilizaba la burla, el sarcasmo, la parodia. Y el otro, Esopo, era un afamado fabulista, tremendamente popular, seguido incluso por otros filósofos como Aristófanes, Platón o Herodoto. Por cierto, en este cuadro me recuerda a un conocido cantautor protesta de mi época, que se llama Paco, como yo, y del que he visto una foto reciente en la que tiene un pelo y una mirada parecidos, y seguramente coinciden en más cosas en sus respectivas obras.
—¡Hostias, abuelo! Son tal como me los describiste. El uno tiene una mirada que me recuerda a ti cuando yo era un niño, con tu paciencia y tu manera de explicarme las cosas, y el otro me recuerda a tío Juanín, siempre con sus bromas e ironías y a la vez su mala leche. Por lo que me cuentas, hoy los dos serían habituales de las redes sociales: Tik-tok, Twitter, Facebook, Instagram, Menipo más como un monologuista sarcástico, y Esopo como un influencer.
—¡Ja, ja, ja! Tú lo has dicho, y sin duda tendrían millones de seguidores, o followers como les llaman ahora. Pues estos dos personajes, querido nieto, podrían aparecer en los programas con mayor audiencia en los que tratan de los problemas del mundo, o incluso en los de entretenimiento. Estoy seguro que tendrían mucho que aportar. Uno con su irreprimible tendencia a burlarse de los poderosos, de la fatuidad del éxito, y también por su capacidad para reírse de sí mismo.
—¡Este es de los míos, querido Esopo!, ¡qué bien me ha definido!—. Creo que nos perdimos algo grande, llevamos tiempo escuchando eso de las redes sociales, de los links, de los influencers, de trending topic, de memes y de los mensajes virales. Es todo un mundo de nuevas posibilidades que seguro yo hubiera disfrutado mucho.
—Sí, Menipo, pero recuerda lo que dicen de lo haters, de los trolls, de las fake news, de los bulos que utilizan hoy para insultar, amenazar y para acosar y denigrar a personas que incomodan por su forma de pensar, y tú incomodabas mucho.
Los nuevos césares, emperadores y
señores feudales (…), son multimillonarios que han conseguido imponer sus yugos. (Abuelo)
—Pero precisamente yo ya tenía mis odiadores particulares, mis haters, cada vez que lanzaba mis sátiras, y nunca me amedrentaron ni me callaron, al contrario, conseguían que me riera aún más.
—Sería bueno, abuelo, que a estos dos sabios los conocieran algunos de mis compañeros. Yo les digo que son unos gilipollas, aunque creo que es peor, porque se enfadan mucho y me hacen aún menos caso. Dicen que no les falte al respeto, pero yo les digo que los que se faltan al respeto son ellos mismos, que se creen rebeldes cuando en realidad están reivindicando un pasado represivo que desconocen, y tratan de imitar a los líderes que más gritan y más insultan, y que utilizan la mentira para conseguir sus objetivos.
—Son los nuevos pseudólogos. ¡Sí, no me mires así Fermín!, así se llamaban los seguidores de Dolos, el dios griego de la mentira.
—¡Esta me la apunto, abuelo!
—Y es que no hay nada nuevo. Y lo malo es que a una gran parte de la juventud de hoy, ni en los institutos ni en sus casas les ha enseñado la realidad del pasado, y solo se quedan con lemas sencillos y pegadizos que son medias verdades o absolutamente falsos. No conocen la historia, y el que no aprende del pasado está condenado a repetirlo.
—Me dices abuelo que Menipo y Esopo fueron esclavos en una época en la que la esclavitud estaba normalizada, pero ellos eran plenamente conscientes de su situación. Hoy muchos son esclavos sin saberlo, aunque es otro tipo de esclavitud, más sutil. En la actualidad, los nuevos césares, emperadores y señores feudales que, al igual que ayer, se creen dioses o elegidos por los dioses, son multimillonarios que, junto a sus secuaces, han conseguido imponer sus yugos y han atrapado en sus redes, y nunca mejor dicho, a millones de personas en el mundo. A Esopo y Menipo les dieron la libertad, pero los nuevos esclavistas no tienen intención de hacerlo con sus seguidores, al contrario, hoy tienen más medios para seguir esclavizándolos.
La situación actual me recuerda a Mad Max,
una saga de películas que reflejaba un mundo futurista dominado por tiranos. (Abuelo)
—Cierto Fermín. A mí hay amigos, que no piensan como yo, y tienen sus razones, que dicen que soy un alarmista y que no es para tanto, pero yo les recuerdo que lo mismo decían otros en épocas anteriores, y pasó lo que pasó: millones de muertos, torturados y discriminados, la locura total. La situación actual me recuerda a Mad Max, una saga de películas que reflejaba un mundo futurista caótico dominado por tiranos dedicados al pillaje que tenían subyugada a la población. Uno de estos líderes era Immortan Joe, un tipo con melena estrafalaria, que tenía que estar conectado a unos cables y usar una terrorífica máscara, para poder respirar y sobrevivir, y al que sus esclavos le temían, pero a la vez lo adoraban. Y hoy, además de seguir a ese tipo de personajes, tratan de imitar su maldad, su grosería, su falta de escrúpulos. Los personajes que mienten, los más maleducados, los que más insultan e incluso justifican con prepotencia su maldad, presentándose falsamente como antisistemas, son los más aplaudidos y votados en todo el mundo.
Aquí tuve ganas de intervenir en las dos conversaciones, pero me dio apuro meterme en la charla del abuelo con el nieto, era como entrar en casa de un desconocido sin ser invitado, y hacerlo con los filósofos, aparte de no estar lógicamente a su altura, seguro que tanto el anciano y el joven, como el resto de visitantes me iban a tratar de loco, así que decidí finalmente no intervenir. Pero tenía ganas de decirles que lo que estaban comentando me recordó a mi época escolar cuando fui acosado y agredido en diferentes ocasiones por el matón de la clase, y nadie intervino a mi favor, incluso había un grupito que jaleaba al matón. Hoy, aunque es un problema transversal, veo como grupos de jóvenes de clase media alta y alta se visten o portan símbolos violentos, e incluso de muerte, presumiendo de duros o «malotes», con un comportamiento vil y despreciable, totalmente injustificable, con el que tratan de imitar a los energúmenos que actúan de la misma manera desde las tribunas.
—Yo estoy cansado de intentar hacerles cambiar de opinión a mis amigos, abuelo, y les digo que no puedo entender que se crean tanta basura, que los pongo claramente delante del espejo y que son incapaces de ver su desnudez y sus cadenas, pero me contestan que acusándolos de crédulos les ofendo, que el engañado soy yo. Estoy por tirar la toalla, porque es como darse de cabezazos contra la pared, pero creo que debo de seguir intentándolo. El otro día en clase nos hablaron de Goethe, que entre otras muchas cosas decía que «no hay nadie más esclavo que el que se cree libre sin serlo».
—Por cierto Fermín, a Esopo, un grupo de sacerdotes y políticos de Delfos le montaron una campaña de desprestigio, lo que hoy se llama un lawfer: Como no podían combatirlo con argumentos, lo acusaron falsamente de quedarse con un dinero destinado al dios Júpiter y lo despeñaron por uno de los riscos de Delfos. Luego, cuando fueron desenmascarados, trataron de compensar su crimen con sacrificios a Júpiter e indemnizando al hijo del que fuera el amo del gran fabulista. Hoy hay personajes así en los medios, en las redes y, lo que es peor, en las instituciones.
Los necios desprecian la verdadera sabiduría, porque se sienten más seguros en su privada ignorancia. (Menipo)
—Sí, querido Menipo, me parece muy acertada esa idea del lawfer, porque eso fue exactamente lo que me hicieron, y me sentí totalmente indefenso, mis asesinos no pagaron realmente por ello. Parece que este tipo de canalladas se repiten. Hoy, por lo que oímos diariamente a muchos visitantes, siguen destrozando la vida de personas inocentes, aunque no acaben, como conmigo, empujándoles desde un despeñadero.
—Menipo hablaba de lo efímero de la vida, y yo, querido Fermín, que por mi edad sé el valor que eso tiene, creo que no hay nada más efímero que la memoria, y sin memoria se puede repetir lo peor del pasado. Pero también te digo que parte de estos problemas son responsabilidad de los que no hicimos nada, o hicimos poco, cuando lo vimos venir, o de los que como yo, cuando estuve en responsabilidades de gobierno, aunque fuera el municipal, nos acomodamos. Tenemos que aprender también de nuestros errores, como me lo recuerdan esos amigos que te comentaba, lo asumo. No debemos de repetir esos comportamientos, para enfrentar de otra manera los oscuros tiempos que creo que se avecinan. Estamos viendo como se vuelve a elegir a Incitatos, para dirigir los países: personas con cabeza de caballo que no solo no saben gobernar, sino que impulsan medidas que van en contra de la salud, el bien común y la casa de todos, que es la Tierra, y lo hacen, al igual que en el pasado reciente, generando miedo, odio y mentiras. «La verdad no importa, importa el sentimiento», dicen, y si para llegar al sentimiento y conseguir sus objetivos hay que mentir, mienten. No sé que fábula de Esopo podría recoger todo esto y qué capacidad tendría para influenciar con ella y cambiar las tornas, pero mucho me temo que al igual que los odiadores de ayer le montaron el lawfare, hoy lo arrojarían a la cárcel y al desprestigio, a la muerte social, o incluso, consciente o inconscientemente, empujarían a algún loco fanático a acabar con su vida. ¡Uf!, estoy bastante negativo, pero es que estamos sumidos en otro ciclo de avance-retroceso en el que nos estamos yendo muy atrás.
—Parece que no ha cambiado mucho el mundo desde que lo dejamos, querido Esopo. Hay una vieja leyenda que podría encajar en alguna de tus fábulas, y que trata sobre una nave cuyos tripulantes consiguen alejarla de la costa de los peligros de la guerra y las tiranías, pero que tras un tiempo, parte de la tripulación, la que más fuerza consigue, olvidando los peligros pasados, exige y consigue volver a la costa. Así que, amigo mío, sigamos bromeando y aprendiendo desde esta cómoda atalaya en la que nos ha colocado nuestro autor. Para nosotros el tiempo no importa, y podemos esperar a otro ciclo de progreso, tal como lo define el abuelo, y mientras tanto, visto lo visto, yo seguiré burlándome de todo y de todos, y de los que hoy, como ayer, se creen sabios y desprecian los avisos del peligro, demostrando con ello su ignorancia, porque los necios desprecian la verdadera sabiduría, porque se sienten más seguros en su privada ignorancia.
A lo largo de la historia, para mantener y
ampliar sus privilegios, los poderosos han utilizado diferentes formas de engaño. (Abuelo)
—Es difícil, abuelo, es un momento muy difícil, pero somos muchos los jóvenes que estamos dispuestos a resistir. Y no es mala idea usar la risa, la ironía, como herramientas, en lugar de la confrontación directa, para contrarrestar tanta estupidez y tanta insana locura. Tenemos que aprender mucho de Menipo.
—Me halaga este muchacho y me da esperanza, amigo fabulista, lástima que no tuviera yo un alumno así en mis buenos tiempos.
—Son muchos, Fermín, los obstáculos. A lo largo de la historia, para mantener y ampliar sus privilegios, los poderosos han utilizado diferentes formas de engaño, vendiendo a la gente gato por liebre. Antiguamente vendían espejos, baratijas y estandartes; luego vendieron la supremacía de la raza, con odio, mentiras y banderas; hace poco vendieron las tóxicas hipotecas basura, y con ellas la bandera de la patria de propietarios; hoy vuelven a vender mentiras, odio y banderas, siempre banderas. Cuando alguien te enseñe una bandera o te hable de patria sin más argumento, esconde tu cartera, gritan en algunas manifestaciones. Creo que esto hay que desenmascararlo las veces que haga falta. Y las sátiras de Menipo y las fábulas de Esopo pueden ser un buen instrumento.
—Tú te reirás, amigo cínico, pero a mí no deja de producirme cierta tristeza lo que cuentan. Nosotros seguiremos aquí, como tú dices, a esperar otro cambio de ciclo, a no ser que algún incendio, o un nuevo sátrapa de los que dicen que la cultura y el arte son nefastos y peligrosos, que los hubo y los hay, quiera acabar con nosotros, o que esta loca humanidad, que sigue sin saber a dónde va, destruya su propia casa. Hoy lo tienen todo y de todo carecen, que decía el bueno de Séneca.
—Y nosotros, que carecemos de todo, todo lo tenemos desde aquí. Ojalá pudiéramos intercambiar opiniones con el abuelo y el nieto. Pero somos lo que somos. A pesar de que nos crearon hace siglos, somos también efímeros, nacemos cada mañana y morimos en la noche cuando nadie nos contempla.
* José Miguel es un periodista español nacido hace 67 años en la localidad gallega de Ferrol (A Coruña). Ha vivido 17 años en Centroamérica (a la que considera su segunda madre, y en donde han nacido sus hijos), en la que ejerció como free lance y colaboró con diferentes medios locales. Ha sido corresponsal en diversos medios como la Agencia Efe y la revista Carrer (Calle) de Barcelona, entre otros. Desde su regreso de Centroamérica vive en Barcelona, su ciudad fetiche y a la que siempre vuelve.
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