Cultura

Fotoilustración: Luis Galdámez
El Prado II. Escena goyesca de un muy español debate
José Miguel Benítez Casteleiro*
Mayo 16, 2025
Buscando las obras de Goya, antes de entrar en la sala 067, escucho una acalorada discusión que me recuerda escenas más cotidianas de lo que desearía.
—¡Toma, hijo de las mil leches!, ¡te voy a partir hasta el alma!
—¡Calla, mangurrián! ¡Hasta para pegar necesitas que alguien te enseñe! Voy a hacerte un hoyo en la mollera, a ver si se te mete algo de ciencia.
—¡Dijo el burro al caballo, rebuznando! Tienes suerte de tener la cabeza más dura que la muela de un molino, pero ¡te juro que te la desharé a pedacitos!
—¡Grita todo lo que quieras, mamerto, pero antes tienes que aprender que el garrote se agarra por la parte más delgada! Eres el berzotas que vive más lejos de Villa Inteligencia, y no sabes llegar porque siempre que lo has intentado te has perdido.
—¡Vaya con el mondregote!, ¡te voy a sacar a garrotazos esa cara de arrastracueros!, ¡Toma, toma y toma!
En ese momento entro en la sala y veo a dos hombres adultos, vestidos de manera parecida, enterrados hasta sus rodillas en la tierra, en un paisaje con tonos oscuros y negros, con montañas a la derecha y un cielo gris y azul al fondo, uno de frente y con barba, el otro casi de espaldas con la cara tapada por su brazo izquierdo, dándose de garrotazos. La brutal pelea de ese par de energúmenos parecía no tener fin.
—¿Eso es todo lo que puedes pegar? ¡Si hasta un niño pega más fuerte! ¡Robaperas!, ¡calzamonas! Te voy a dejar la nariz tan metida en esa cara de gorrino, ¡que vas a tener que respirar por las orejas!
—¿Te estás oyendo, aburrevacas? Casi me duermes, y no precisamente por los garrotazos, sino por tu somnífera charla. ¡Encaja este porrazo, lechuguino!
—Es que no tienes ni fuerza ¡culopollo! Te voy a sacar las manías de pitofloro, chismoso zarrapastroso, para que no vuelvas a dañar con tus habladurías a buena gente como a mi tía Juana, a la que has traído tantas desgracias, ¡y la voy a vengar a porrazos, vive Dios!
—¡Para, para! ¿Qué tía Juana? No conozco a ninguna tía Juana.
En ese momento las dos bestias con cuerpo de hombre cesaron momentáneamente su disputa.
«Entonces, ¿por qué nos estamos peleando?», preguntó Santiaguín. «Por la costumbre», dije yo.
—¡Cuál va a ser, la del tío Ramón! Tus chismes sobre ella han acabado con su salud, maldito sinvergüenza!
—¡Pero si no los conozco! ¿Quiénes son?
—No te hagas ahora el tragasante ¿Todo el mundo sabe que tú, el hijo del tío Cascorro, el de la tía Jacinta, es el que ha divulgado todos esos falsos chismes sobre mi tía.
—¡No, no, no! ¡Yo soy Santiaguín, el sobrino de tía Isabel.
—¿Qué tía Isabel, la de la virginal imagen?
—La misma. Y tú, ¿no eres Paquillo, el de los Benito de Villacorneja del Medio?, ¿el que le debe muchos reales a mi abuelo?
—¡No, no! Yo soy Albertico, ¡de las Tierras del Norte!
—Entonces, ¿por qué nos estamos peleando?
—Por la costumbre —dije yo, con mi maldita manía de meterme donde no me llaman, observando esta obra emblemática del parlamentarismo patrio. Llevaba buen rato dialogando de tú a tú con diferentes personajes del Museo, animado por el estado de felicidad etílica que me desinhibía de cualquier razonamiento y me empujaba a disfrutar del momento. No había intervenido hasta ese momento por precaución, no fuera a recibir yo alguno de los garrotazos.
—Pues seguro que tiene razón este desconocido caballero, que tan amable ha sido en ayudarnos a aclarar esta situación —dijo uno de los combatientes.
—¡Por costumbre dice este mentecato entrometido! ¿Cómo te atreves a defenderlo, Albertico de las Tierras del Norte! —dijo nuevamente airado el otro.
—¡Ese tonito no te lo consiento, botarate!, y no te consiento tampoco que insultes a este buen hombre tan educado.
—¿Botarate, yo? ¡No me insultes, que me enciendo! ¡Malparido!
—Te mereces todos los garrotazos que di al susodicho Paquillo en tu cabeza, ¡leproso!
—¡Toma, piojoso cagalindes! ¡Aguanta este garrotazo!
—¡Uy!, ¡esto sí que me ha dolido!, ¡lo de piojoso, digo! Aquí te va un golpe de verdad, ¡besunto despreciable! ¡que hueles como una piara entera!
—¡Eh, tú!, ¡no huyas, que también tengo para ti, señoritingo de tres al cuarto —gritó el Santiaguín con aviesas intenciones, al verme escapar hacia la siguiente sala aprovechando el reinicio de las hostilidades entre los contendientes de aquel muy español debate.
* José Miguel es un periodista español nacido hace 67 años en la localidad gallega de Ferrol (A Coruña). Ha vivido 17 años en Centroamérica (a la que considera su segunda madre, y en donde han nacido sus hijos), en la que ejerció como free lance y colaboró con diferentes medios locales. Ha sido corresponsal en diversos medios como la Agencia Efe y la revista Carrer (Calle) de Barcelona, entre otros. Desde su regreso de Centroamérica vive en Barcelona, su ciudad fetiche y a la que siempre vuelve.
Más Cultura
-
El Prado I. Esopo y Menipo
Era mi cuarta visita a El Prado. En esta ocasión quería ver Ecce Homo y otras obras de Caravaggio; El fusilamiento de Torrijos, de Antonio…
-
Plastiglomerados
Froi fue toda su vida un mantenido. Su familia era propietaria de una gran constructora con importantes inversiones en múltiples sectores: industria armamentista; derivados del…
-
El cuadro
Nunca más volví a aquella galería de arte, aunque nunca salí de ella. Me gustaba recorrer periódicamente las galerías del barrio Gótico barcelonés: las más…
EN ESTA EDICIÓN
-
La infancia de Gaza asesinada por el hambre
Palestina: 70.000 niños gravemente desnutridos y 57 muertos desde el inicio de la ofensiva israelí. Los pasos fronterizos cerrados se utilizan como arma contra la población civil.…
-
La importancia de la recepción crítica en la sociedad
La comunicación masiva siempre ha suscitado debates en la sociedad sobre su calidad, verosimilitud, fidelidad con los acontecimientos y la comprensión sobre los intereses que están en juego…
-
El plan Piña en marcha
La oligarquía salvadoreña estaba harta de las denuncias de aquel arzobispo comunista. Muchos y muchas exigían su cabeza, azuzaban al Ejército para imponer orden en la casa,…
-
El Prado II. Escena goyesca de un muy español debate
Buscando las obras de Goya, antes de entrar en la sala 067, escucho una acalorada discusión que me recuerda escenas más cotidianas de lo que desearía. —¡Toma, hijo de las mil leches!,…