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Memoria

Patricia Meza, a sus 57 años, es una orgullosa madre soltera y abuela, que ha ejercido el periodismo por más de 30 años. | Foto: Luis Galdámez

El conflicto armado enfocado por periodistas veteranos

Paty Meza: la patita que venció al gavilán

Raquel Kanorroel*

Mayo 16, 2025

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A Paty Meza la gente le preguntaba si bailaba, cantaba o hacía coros cuando decía que trabajaba con el conjunto Fiebre Amarilla. Tenía 17 años, pero no dinero para estudiar una carrera: su papá le dijo que debía conseguir un empleo para costearse el estudio, y él mismo le consiguió uno como secretaria en dicho conjunto. Paty salió como bachiller en 1985 del Instituto Nacional General Francisco Menéndez,  INFRAMEN, promoción Centenario. Luego de tomarse un año sabático, hizo el examen de admisión para entrar a la Universidad de El Salvador (UES) en 1987, con lo que ingresó a la carrera que aspiraba: periodismo.

Se graduaría 20 años después de su ingreso. «Había muchos obstáculos: la UES era considerada «semillero del comunismo»; pero para mí era la oportunidad de estudiar lo más cercano a lo que soñaba: escribir. Así inicié esta carrera sacrificada, abnegada… pero la más bonita del mundo». Pero su padre decía que no era una carrera para mujeres: siempre le preguntaba si estaba segura, o le decía que estudiara otra cosa, porque temía que le pasara algo. «Él pasaba angustia cada vez que me iba a la universidad y le daba gracias a Dios cada vez que volvía», recuerda Meza, conmovida. 

Porque, en los 80, ser universitario era vivir bajo el constante riesgo de sufrir persecución, tortura o desaparición. «Uno normalizaba el peligro: al principio me asustaban los disparos, pero después me decía que eran “cohetes”: teníamos que normalizar la guerra porque teníamos que ir a clase», expresa Paty, mujer decidida a quien ni el zumbido de las balas ni las detonaciones de bombas le impedirían cumplir su deseo de estudiar periodismo. 

Paty considera a Carlos Peraza, director del conjunto Fiebre Amarilla, el primer padrino de su carrera, por siempre facilitar que asistiera a clases en la UES, en la época en que  trabajó con ellos. | Foto: Giuseppe Dezza

«Pecho en tierra»… y pecho herido

Su primer contacto cercano con los «cohetes» fue una tarde, durante una clase de Periodismo de Investigación con el licenciado Eduardo Cubías: de pronto se escuchó un bombazo por la entrada principal y luego muchos disparos. Era un fuego cruzado entre miembros de agrupaciones estudiantiles y militares. «Nos evacuaron de inmediato y salimos, con mucho miedo de quedar atrapados en el fuego cruzado», recuerda Paty, quien primero pasó a traer a su amiga Ivonne Cáceres. Pálidas, las alojaron en una casa vecina, donde sólo entraron y se tiraron al suelo. 

Al día siguiente, el profesor les preguntó su impresión sobre lo que habían vivido; pero nadie supo hilvanar una narrativa periodística. Entonces él les recordó que el periodismo era una carrera peligrosa; pero que, aun así, siempre debían estar atentos a lo que pasaba, preguntándoles luego dónde estuvo entonces el «pecho en tierra», frase que significa que el periodista debe tirarse al suelo, no sólo para protegerse, sino para seguir trabajando. 

Pero, si ya era costoso normalizar la violencia para sobrevivir y estudiar, era más difícil aún normalizar la desaparición de un compañero. Mientras cursaba segundo año, en las noticias anunciaron que alguien no identificado había explotado en San Miguel mientras colocaba una bomba en un poste; pero los estudiantes de periodismo supieron de inmediato que era Juan Méndez, porque ya no llegó más a clases: era comando urbano de la guerrilla.


Cuando estalló la ofensiva de 1989 a Paty le sorprendió descubrir que muchos de sus compañeros estaban organizados.


«Los medios sensacionalistas lo llamaron “terrorista”, y era un tipo tan humano… Después supimos que no fue él quien detonó la bomba, sino que los mismos soldados lo amarraron al poste y luego lo obligaron a estallarla», relata Paty. Como la cuestión fue empeorando, muchos estudiantes desaparecieron; pero no sólo porque fueran capturados, sino porque se pasaron a otras carreras o simplemente se fueron. O porque decidieron volar a la montaña, como la poeta Amada Libertad, quién cayó en una emboscada a sus 21 años. 

Una «cobardía» necesaria

«Como estudiantes, apoyábamos a las organizaciones e íbamos a las presentaciones culturales: me encantaba ver a Chicho, a Talapo, escuchar los discursos de Otoniel Guevara…: ellos eran los “concientizadores”. Participábamos en todas las actividades; pero las combinábamos con nuestro estudio. Porque nuestra carrera era decir la verdad sobre lo que pasaba: reportear el hecho, no tomar parte en él. Así que participábamos, pero zafándonos rápido», explica Meza. 

Miguel Enrico Mónchez, «Talapo», referente del mimo salvadoreño, durante una conmemoración por los estudiantes caídos en la UES: a Paty le encantaba asistir a sus presentaciones. | Foto: Giuseppe Dezza

Sin embargo, los líderes de los movimientos estudiantiles trataban de comprometer a los alumnos de periodismo, y una semana antes de la Ofensiva Hasta el Tope (1989), se les pasó la mano: les dijeron a dichos alumnos que sacaran unas armas de la universidad. Que no les iba a pasar nada… aunque afuera hubiese un cerco militar. Les dijeron que «eso no importaba», que «se las metieran en los calzones». Obviamente, aquéllos se negaron: allí se dieron cuenta de que tenían que definirse. 

Pero los líderes insistieron, diciéndoles que también tendrían que tomar las armas, y otra vez se negaron: querían hacer periodismo, «leer en radio lo que pasaba, escribirlo, fotografiarlo, pero no agarrar un fusil: nuestra arma era el papel, el lápiz, la grabadora, la cámara…», señala Paty.  Entonces les dijeron que, si no participaban, que no salieran de casa ese día y que apoyaran con lo que pudieran, porque ya otra gente haría «lo que tenía que hacer». 

El 11 de noviembre de 1989 estalló la ofensiva. En la carrera de periodismo todos se conocían y, como en las noticias se daban cuenta de quiénes habían fallecido, les sorprendió descubrir que muchos de sus compañeros estaban organizados: cambiaron la cámara, la libreta y la pluma por un fusil. «A veces, los estudiantes sobrevivientes decíamos que fuimos “cobardes”… ¿o inteligentes? Pues no fuimos carne de cañón», comenta Meza. 

Durante la Ofensiva, escuchando noticias, supo de la muerte de los jesuitas. La impactó: «Si los mataron a ellos, ¿no me van a matar a mí?», pensó. Paty sintió ese día «un montón de cosas, pero, ¿qué podía hacer?», pregunta. Sin embargo, ella no salía, no porque no quisiera, sino porque su papá no se lo permitió. Intuía que podía optar por meterse en líos: «A unas parientes lejanas las mataron en el volcán: estaban ligadas a los movimientos populares, pero mi familia más cercana no». Y ella comprendía: si algo le pasaba a su hija, simplemente «el viejito se iba a morir».


Meza cubrió desde los niños carboneros del Mercado Central, pasando por las estafas en las aduanas, hasta la hipersexualidad femenina.


De un «Bombón» a un «bombazo»

En 1990, Paty se vinculó a la Asociación de Mujeres Salvadoreñas, donde trabajó en comunicaciones, esperando que llegaran los Acuerdos de Paz. Cuando éstos se firmaron, atendía un curso de cooperativismo en Panamá, donde representantes de toda Latinoamérica estuvieron pendientes de El Salvador. Por entonces era una estudiante más, deseosa de aprender todo lo relacionado a su carrera. Trabajó poco tiempo en la Revista Semana; hasta que, en 1993, sin ser una periodista experimentada, la llaman para formar parte de la plana de investigación del periódico La Noticia. 

Aquélla fue la primera Unidad de Investigación Periodística que hubo en el país: el objetivo era contar historias con base en investigaciones sobre temas de interés público, generalmente controversiales. Meza cubrió desde los niños carboneros del Mercado Central, pasando por las estafas en las aduanas, hasta la hipersexualidad femenina, con un enfoque científico y testimonial. Entraba en una nueva etapa laboral, pero también personal: no sabía que estaba embarazada de su primera hija…

El periódico La Noticia se vendía por El Bombón —fotografía en contraportada de una beldad en traje de baño—, y un enfoque serio como el de aquella unidad periodística resultaba contradictorio. Sin embargo, los reportajes investigativos semanales aumentaron las ventas del periódico, sobre todo después de que le asignaran a Paty cubrir un movimiento psicoterapéutico para personas alcohólicas, dando a conocer cómo las trataba con respeto y las sacaba del vicio. De modo que, en La Noticia, pasaron de El Bombón al bombazo documental sobre el Movimiento del Doctor Ayala. 

El doctor cuyo amor —y corrupción— «se esparcían por el Universo»

«¿Y por qué pregunta por el doctor? ¡No se meta!»… «Señorita, usted no sabe qué tipo de gente hay en el movimiento: aquí hay buenos y malos… y le puede pasar algo» le decían a Paty personas del movimiento. Desde el inicio, aquel hermetismo y las amenazas despertaron el instinto periodístico de Paty. Ahí comenzó a sacar una serie de seis reportajes: el primero fue el más duro, pues la llamaban día y noche amenazándola a muerte. También la vigilaban y mandaban miles de faxes de todas partes del mundo donde hubiera ayalistas, exigiendo que despidieran a «esa puta seudo periodista». 

La primera entrega giró alrededor de quién era Ayala: averiguaron que este odontólogo santaneco había estudiado hipnosis de masas. Y, claro está, en la unidad investigaban lo expuesto en cada testimonio que recibían. De modo que, tras publicarse la primera entrega —Doctor Ayala, ¿Ángel o demonio?—, ex ayalistas se comunicaron para decir que faltaba mencionar la gran «generosidad» sexual que había entre miembros: si a un vértice (líder de grupo) le gustaba la mujer de uno, éste tenía que ser «agradecido» con su líder… 

Tan grande fue el impacto de los reportajes, que de México llamó el doctor Mario Ganuza, ex vértice y ex mano derecha de Ayala en ese país, quien se convirtió en una inapreciable fuente y los invitó a ir. Como otros, Ganuza atestiguó que, efectivamente, los ayalistas salían del alcoholismo… pero se convertían en adictos a la nicotina, la tiamina y la cafeína, entre otros estimulantes. Al punto que «un familiar cercano al doctor vendía droga en una disco: teníamos pruebas. Y nadie investigó», declara Paty.

Además, los ayalistas terminaban perdiendo a la familia en el proceso de «sanación», porque simplemente ya no pasaban tiempo con ésta. También había violencia física dentro del Movimiento: tantos «beneficios» daban para varios reportajes. Hasta que Alex Dutriz envía a Meza y al fotógrafo Ernesto Rivas, de la noche a la mañana, a Querétaro, por 15 días; quizá motivado por el Dr. Ganuza —quien allá residía— y donde Ayala tenía una influencia especialmente fuerte.

Paty Meza recibe el primer lugar del Premio del Arzobispado (1996) por su audaz reportaje sobre el movimiento del doctor Ayala. En la imagen, lo recibe de monseñor Sáenz Lacalle. | Foto: Cortesía Paty Meza


En Querétaro, Meza tuvo acceso a mucha información que ponía en evidencia el verdadero actuar del Doctor Ayala y su movimiento.


El «amor incondicional» de Ayala y sus ayalistas

En Querétaro se reunieron a diario con el ex vértice Ganuza, quien les brindó más información, fotos y ubicaciones. Además, los llevó a un templo católico, donde un indignado cura denunció el par de «gracias» más terribles del famoso doctor: una, que a las niñas de 15 años se las entregaban para que las iniciara sexualmente, y la otra —el corolario lógico de toda aquella aberración—: Ayala era adorado como un dios, auto declarándose «más inteligente que Jesucristo».

Para confirmar su «identidad divina», el doctor pintó su rostro bajo los pies de la venerada Virgen de Guadalupe, sobre uno de los angelitos ubicados ahí originalmente. Y, para irradiar su «divina presencia», disponía de un Papayala (equivalente al Papa móvil), desde donde saludaba a sus arrobados seguidores, quienes, si Ayala se sonaba con un pañuelo, declaraban a éste ipso facto «divino». Y, como todos los dioses humanos —incapaces de auto sostenerse—, si él quería un helicóptero, pedía que hicieran cabuda para satisfacer su «gustito». Y un sinfín de «detalles» más… 

Hasta que, la noche antes de que Paty y Ernesto regresaran a El Salvador, la recepcionista del hotel donde se hospedaban los llamó a para advertirles que no llegaran: más de 200 ayalistas los esperaban dispuestos a darles una amena despedida a base de golpes, para luego quitarles el material recolectado y desaparecerlos. Se sentían impunes, pues el Movimiento estaba enquistado hasta en el Partido Revolucionario Institucional, PRI, entonces todavía en el gobierno mexicano.

Contrataron entonces a un taxista, quien llegó al hotel y sacó las pertenencias y los documentos de ambos periodistas en bolsas negras para basura. Pasaron la noche en la clínica del doctor Ganuza. En la madrugada salieron de Querétaro al Distrito Federal en otro taxi. Paty sólo pensaba en su hija de 3 años. Ni ella ni Ernesto pronunciaron palabra durante todo el recorrido: sólo se escuchaba la música de Los Tigres del Norte que llevaba puesta el taxista. Y ese implícito pacto de silencio los salvó.

Al llegar al aeropuerto, se bajaron del taxi y pagaron, siempre sin decir nada. Pero, cuando el vehículo arrancó y se alejó, sintieron un escalofrío al darse cuenta de que «era parte del Movimiento, pues tenía una gran calcomanía del mismo en el vidrio de atrás: si hubiésemos dicho que éramos los periodistas salvadoreños, nos desaparecen», recuerda Meza, sintiendo hoy el mismo escalofrío. En el aeropuerto esperaron su vuelo —que salía hasta la tarde— sospechando de todos. 

Al regresar a El Salvador, les dieron custodia policial. Entonces salió el último reportaje sobre Ayala, Herejía colectiva. En cuanto al Movimiento, se desintegró parcialmente: mucha gente se salió y otra pidió que lo investigaran. A los meses, intentaron violar a Paty cerca su casa. Probablemente eran ayalistas. Denunció el hecho, pero en vano. Y, al cerrarse La Noticia, lamentablemente se deshicieron de todo: la única evidencia que queda de la serie son los ejemplares con las entregas que algunos guardaron. 

Meza recibió mucho reconocimiento; el que más la llenó fue dicho por el doctor Ganuza: que ella era «un patito que venció a un gavilán». Pero, cuando se topa con gente que dice que estuvo en el Movimiento y se salió, ella no dice quién es, por temor. Y, hablando de gavilanes, cierto editor —con un acentuado tono verdoso en la piel— le dijo a Meza que «eso» que hizo «no era un reportaje investigativo, pues no logró que apresaran a nadie». En cuanto al «divino» Ayala, aseguró que ella era alcohólica: por su apellido —Meza— decía que estaba de acuerdo con La Constancia. Pero que él, con su «divino amor incondicional», la había aceptado, porque la amaba como ser humano…

Paty entrevistando a Luis Enrique Mejía Godoy, cantautor nicaragüense, cuando la pluma y la libreta eran todavía imprescindibles para todo periodista. | Foto: Cortesía Paty Meza


Cuando murió Diana de Gales, Paty trabajaba en La Prensa Gráfica, de donde fue despedida por «no prever que algo podía pasar».


Del cielo al infierno…

Los periodistas más destacados de La Noticia pasaron a La Prensa Gráfica (la «hermana mayor» de aquel medio) a cubrir temas sobre salud, educación y espectáculos. Después, el editor jefe —el mismo gavilán con tono verdoso— pasó a Paty a Internacionales. Su jefe inmediato, Douglas Tobar, era muy capaz y buena gente: ambos se tomaron cariño. Y, otra vez, esta nueva etapa laboral fue acompañada de un nuevo embarazo.  

El sábado 31 de agosto de 1997, Tobar cumplía años, y Meza —como regalo— le hizo el turno ese fin de semana. Al volver a su casa como a las 11:00 p.m., le avisan que había muerto Lady Di. «Inmediatamente llamé al periódico para decir que regresaría a preparar la edición; pero la coordinadora de turno me dijo: “No te preocupes, todo está solucionado”». Paty insistió, pero la otra siguió afirmando que no tuviera cuidado: «Cuando un jefe te dice “todo está bien”, uno no se preocupa», acota Meza, quien llegó el domingo a LPG y retomó tranquilamente lo de Lady Di. 

Pero el lunes temprano la llamó al pasillo el gavilán verde y le dijo, también tranquilamente, que estaba despedida por irresponsabilidad y negligencia, por no prever que algo podía pasar. Paty alegó con razón que no tenía una bola mágica para adivinar qué sucedería y le explicó lo de «todo está solucionado», pero la decisión estaba tomada. Entonces fue directo donde el Director Propietario —Roberto Dutriz— quien, luego de decirle que no podía sobrepasar las órdenes de los jefes, le regaló un chocolate, el más amargo que probara Meza en toda su vida. 

Desconsolada, antes de irse escribió en una computadora una despedida a sus compañeros, avisando que la habían despedido y echándole una bandeada medio diplomática al medio… sin fijarse que la computadora en cuestión estaba en red con todas las demás. Así que la bandeada llegó hasta el mismo Roberto Dutriz. No puso ninguna denuncia porque, si decía algo, se le cerrarían las puertas. «Así que salí de LPG llorando. Nadie dijo ni hizo nada», señala Paty, la misma periodista que en 1996 hiciera uno de los reportajes más exitosos para la empresa Dutriz Hermanos. 

Entonces recordó que Fabricio Altamirano, dueño de El Diario de Hoy, cierto día la invitó a formar parte de su equipo de redactores. De modo que, en 1998, trabajó seis meses en son de prueba para ese medio, cubriendo temas de educación y salud, mientras esperaba respuesta del Jefe de Redacción, Laffite Fernández. De pronto, él recibe un reporte: el editor la había despedido, a pesar de tener Paty un expediente intachable. Lafitte le preguntó a ella por qué, y Meza contestó: «Por un titular». 

Y es que la UNICEF dijo por entonces que «la desnutrición en el país es como el infierno de Dante». Entonces Paty escribió eso en el título. A ella le gustó mucho cómo le quedó la nota, pues le encantan los temas humanos. Pero la llamó el editor, quien empezó a deshacerla frente a ella, comenzando por el título. Meza le preguntó que por qué lo hacía, si eso dijo el organismo internacional. «¡Pero yo aquí soy el editor y puedo hacer lo que quiera!», respondió él, gritándole ya. 

Más tarde, ya sabedora de su injusto despido, Meza acudió a Fabricio Altamirano, para decirle que por eso no crecía el periodismo en el país. Pero, «como a esos viejitos los chinean, por serviles, no valió de nada la queja», se lamenta ella.


«Sentí tanto dolor y sufrimiento al ver a padres y madres buscar con sus manos entre la tierra a sus parientes que habían quedado soterrados». Paty Meza


Paty, a la izquierda, posa junto a Fidel Castro y otros colegas latinoamericanos en Cuba (2001). Fue una de las seleccionadas para asistir a un congreso convocado por el gobierno de la isla. | Foto: Cortesía Paty Meza

…y de nuevo al Cielo 

Paty encontró empleo como digitadora en FUSAL, donde su jefa no sabía que era periodista ni ella se lo dijo, así que la puso hasta a sacar basura. «Allí me encontró María Teresa Morales, periodista del Co Latino. Dijo que hablaría con su jefe. Nunca me pasó por la mente que el desgastado edificio color marrón y de paredes agrietadas iba a convertirse en mi trinchera por más de 25 años», expresa ella. Llegó al Co Latino en agosto de 1998 a escribir sobre temas sociales, sus preferidos. 

Los mismos compañeros la proponen después a Francisco Valencia, el director, como Coordinadora de Prensa, «y allí me trabaron y allí me quedé, por el mismo salario», relata Meza, riéndose, quien se volvió parte del sindicato de periodistas y se siente orgullosa de estar en la plana del periódico «decano de Centroamérica», con una política editorial inclinada a denunciar las injusticias y dar voz a los más vulnerados: hacer noticia no es un negocio para el Co Latino, señala Paty.

Allí le tocó cubrir el terremoto del 13 de enero de 2001. En Santa Tecla, una colonia entera —Las Colinas— quedó bajo tierra: «Recuerdo bien cuando me bajé del carro y empecé a caminar hacia el lugar. De pronto sentí tanto dolor y sufrimiento, al ver a padres y madres jóvenes buscar con sus manos entre la tierra a sus parientes que habían quedado soterrados», manifiesta Meza, quien no sabía si empezar a escribir lo que observaba o ponerse a buscar a las víctimas junto a sus familias… 

Se quedó largo rato observando, sentada sobre una piedra, «hasta que el fotógrafo que me acompañaba me dijo: «Tenés que redactar». Ahí volví a la realidad: soy periodista, pero hay momentos en que duele serlo», expresa Paty. Sin embargo, también hay momentos de gran satisfacción: en octubre del mismo año viajó a Cuba, a un congreso de periodistas latinoamericanos invitados por el gobierno de la isla: ella fue una de los cinco seleccionados de El Salvador. La idea de Fidel Castro era reunir periodistas que tuvieran compromiso social.

Entrevistar a Fidel fue uno de los mayores logros en la carrera de Meza: su pregunta se refirió al atentado del salvadoreño Raúl Ernesto Cruz León a un hotel en la isla. «Castro era un hombre amable: al salir del congreso le pedíamos tomarnos una foto con él, yo lo logré», cuenta Paty, emocionada. Por otra parte, como recién ocurriera el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, «por un momento creí que no íbamos a poder regresar al país, ya que el ambiente era bastante tenso entre Cuba y Estados Unidos», refiere Meza. 

Ya de vuelta a El Salvador, vinieron muchas coberturas de historias humanas, que tanto le gustan, como las marchas blancas. «Después de 30 años de ejercer, me doy cuenta de que la mayor satisfacción en esta carrera, es la voz que podés darles a los sectores marginados», concluye la patita que venció al gavilán.

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).


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