Internacionales

Una multitud de palestinos hambrientos ante el único horno abierto ayer en Nuseirat, Gaza. | Foto: archivo
Asalto a los hornos, Gaza hambrienta y humillada. ONU: «Crueldad»
Chiara Cruciati
Publicado por Il Manifesto el 24 de mayo de 2025
https://ilmanifesto.it/assalto-ai-forni-gaza-affamata-e-umiliata-onu-crudelta
Mayo 30, 2025
A migajas: sólo 115 camiones de ayuda han entrado desde el domingo. La gente pelea por un poco de pan. El alimento usado como arma para desintegrar la sociedad y empujar a los palestinos hacia el sur. Saquearon 15 camiones. UNRWA: «No se sorprendan». Un ataque israelí mata a agentes que protegían un convoy: seis muertos. 50 masacrados en Jabaliya.
Ayah tiene hambre. No encuentra palabras para describir lo que significa. «No soy capaz de explicar lo que es pasar hambre durante tanto tiempo, vivir en lugares abarrotados de personas desesperadas», nos dice. «El hambre es tan profunda que parece poder tocarse». Habla desde Khan Younis, en el sur profundo de Gaza. Es su cuarto desplazamiento.
Las familias envían a los más jóvenes a abrirse paso entre la multitud, con los brazos en alto y las manos abiertas para agarrar una bolsa de plástico transparente con diez panes pita. Esas bolsas cerradas con un nudo tan apretado que nunca se deshace, empañadas por el calor del pan recién horneado, son lo más cotidiano en Palestina; hoy son casi una visión, un espejismo. Ocurre en Deir al-Balah y Nuseirat, en el centro-norte de la Franja: aquí el jueves llegó la primera harina después de 81 días sin ayuda.
Los hornos han trabajado a marchas forzadas toda la noche. Los panaderos no permitieron a sus cuerpos ni un minuto de descanso para hornear la mayor cantidad posible de panes. Afuera, la multitud crecía, se multiplicaba, se convertía en una masa compacta de personas. En los rostros demacrados y pálidos se lee la urgencia de una misión: una bolsa significa que hoy tu familia comerá algo, aunque nada baste para llenar un vacío de dos meses y medio.
En Nuseirat, algunos jóvenes trepan por los muros, otros se suben a hombros de quienes hacen fila. Hay un agujero en la pared: la panadería no ha abierto sus puertas, es demasiado peligroso, serían arrasados. Los panaderos pasan las bolsas de pitas a través de la pequeña abertura; ni siquiera ven los rostros de quienes están al otro lado, solo manos que agarran. No hay un centímetro de espacio libre entre un cuerpo y otro.
El hambre parece poder tocarse, junto a la urgencia y el sentimiento de humillación que flota sobre esa masa informe. Pero son rostros, almas, personas convertidas en meros cuerpos que anhelan un mínimo alivio para los retortijones del estómago y la vergüenza de no poder alimentar a sus hijos, que lloran de dolor, porque el hambre es física, parece poder tocarse.
Israel ha dejado claro durante meses el uso político que hace de la ayuda humanitaria y de su prohibición de entrada.
Israel ha dejado claro durante meses el uso político que hace de la ayuda humanitaria y de su prohibición de entrada. El domingo llegó el tan esperado anuncio: el gobierno había votado para reanudar el ingreso de camiones humanitarios por los pasos fronterizos sellados desde el pasado 2 de marzo. El primer ministro Netanyahu había tranquilizado a la ultraderecha: serían entregas «limitadas». Cumplió su palabra.
Desde entonces, apenas un centenar de camiones han entrado en Gaza —una burla—. O bien otro método más de castigo colectivo y de guerra: una cantidad tan mínima significa empujar a personas desesperadas a hacer cualquier cosa por un pedazo de pan. «En Gaza, el apoyo comunitario y la solidaridad colectiva eran algo dado por hecho —dice Ayah—. Ahora ya no. Es puro instinto de supervivencia».
También significa allanar el camino para la limpieza étnica, como reiteró Netanyahu hace unos días: la desesperación del hambre actuará como un imán, empujando hacia el sur y hacia los centros que abrirá la fundación estadounidense —un círculo infernal de humillación y dificultad para conseguir alimentos—. Una limosna antes de la expulsión.
Ayer ocurrió lo que la Media Luna Roja había anticipado: 15 camiones del Programa Mundial de Alimentos (PMA) fueron asaltados durante la noche del jueves al viernes en el sur de Gaza. «Transportaban ayuda alimentaria vital para las panaderías del PMA», señaló un comunicado de la agencia. El problema, subraya, es que la ayuda es «demasiado escasa y demasiado lenta». No especificó quién saqueó los camiones —si bandas organizadas o civiles—.
Las bombas siguen cayendo. Ayer (…) más de 50 palestinos murieron o desaparecieron en el bombardeo israelí de un edificio de cinco pisos.
Un dato adicional lo aportaron agencias de noticias que ayer reportaron un ataque del ejército israelí contra un grupo de policías palestinos —los pocos que quedan de un cuerpo diezmado en veinte meses de ofensiva— que protegían camiones humanitarios en Deir al-Balah.
Seis agentes murieron. El bombardeo coincidió con el intento de bandas de asaltar la ayuda: un «ataque coordinado», denuncian los palestinos. «Parte de un plan de ingeniería del hambre… destinado a garantizar que los suministros esenciales no lleguen a los beneficiarios», declaró la oficina de prensa del gobierno de Gaza.
Sobre el «hambre como arma de guerra» habló ayer Philippe Lazzarini, jefe de la UNRWA, la agencia de la ONU para refugiados palestinos. Dijo no sorprenderse por los saqueos: «La gente de Gaza lleva más de once semanas hambrienta y privada de todo». También intervino Antonio Guterres, secretario general de la ONU —junto con la UNRWA, uno de los blancos preferidos del gobierno de Netanyahu—: esta es «la fase más cruel de un conflicto cruel», donde 115 camiones y los trámites complejos impuestos por Israel son «una cucharadita de ayuda cuando se necesita un torrente».
Gaza, sin embargo, no puede preocuparse solo del hambre. Las bombas siguen cayendo. Ayer, la peor masacre ocurrió en Jabaliya, donde más de 50 palestinos murieron o desaparecieron en el bombardeo israelí de un edificio de cinco pisos, literalmente arrasado. La mayoría de las víctimas pertenecían a la familia Dardouna.
«Israel mata por diversión», dice un sobreviviente a Al-Jazeera. «Mi nieto murió. Mi hijo lo había llamado Mohammed, como su hermano, asesinado en octubre de 2023». Hace veinte meses: en medio, 70.000 muertos, incluidos 15.000 desaparecidos, y 122.000 heridos. Según la ONU, 629 palestinos han sido asesinados en la última semana; al menos la mitad, masacrados en ataques contra las tiendas de campaña o los esqueletos de casas donde habían encontrado refugio.
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