Cultura

Los mitos, como toda forma de arte, dicen la verdad «mintiendo». Y al decir la verdad, liberan. Cuestión ésta que han tenido muy clara Roque Dalton y otros pensadores. | Fotoilustración: Luis Galdámez
Roque Dalton y el potencial revolucionario del mito
Raquel Kanorroel*
Mayo 30, 2025
«(…) la civilización burguesa sufre de la falta de un mito, de una fe,
de una esperanza (…) El mito mueve al hombre en la historia».
José Carlos Mariátegui, intelectual y político peruano
El miércoles 15 de mayo, el doctor en Filosofía Latinoamericana, Luis Alvarenga —poeta y docente de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas, UCA—, impartió la charla La zona de la llama: Roque Dalton y México/México en Roque Dalton. El objetivo de la ponencia fue hacer una reseña sobre el exilio de nuestro ahora aclamado —y entonces perseguido— poeta en la nación azteca, así como evaluar el significado que para él tuvo su estancia allá.
En el transcurso de la charla surgiría —tenía que surgir— un tema por lo general injustamente menospreciado, precisamente porque al statu quo no le conviene que se llame mucho la atención sobre él, y ese tema es el mito. Y decimos «tenía que surgir» porque México es tierra de una mitología ancestral poderosa, así como de estudios antropológicos de importancia mundial.
Comúnmente el término «mito» es utilizado como sinónimo de «mentira», cuando en realidad se trata de un símbolo que encarna aspectos universales de la condición humana: el escritor y periodista canadiense William Robertson Davies lo define como «la reducción de la experiencia universal a su esencia misma». Y el experto mitólogo estadounidense Joseph Campbell afirma que «los mitos son metáforas de la potencialidad espiritual del ser humano».
De manera que un bardo tan perceptivo como Roque Dalton (1935-1975) no podía menos que asimilar esa bendita agua ancestral durante su estadía. Pero, más importante aún, no podía menos que darse cuenta del enorme potencial que tienen los mitos para inseminar el presente y dar a luz nuevos símbolos, símbolos que vigorizan la lucha por un futuro verdaderamente nuevo… Sin embargo, hagamos antes un repaso de su exilio en tierras mexicanas a principios de los sesentas.
Opciones vitales, exilios forzados
Expone Alvarenga que el primer viaje importante de Roque, «el que ayudó a definir en buena medida sus opciones políticas, fue el que hizo a Chile en 1953. Ese viaje también fue un ritual de paso, pues marcó su tránsito de la adolescencia a la edad adulta». En cambio, «viajó a México, no como un joven asombrado con el mundo amplio que se abría ante sus ojos, ni como el experimentado militante revolucionario con una fuga de la cárcel en su haber, sino como un joven poeta exiliado tras la represión desatada por el régimen de José María Lemus», explicó el ponente.

El doctor Luis Alvarenga también impartió la charla «Roque Dalton: 50 años de ausencia, 90 de legado», el 19 de mayo en la Universidad de El Salvador. | Foto: Raquel Kanorroel
Efectivamente, cuando Dalton llegó a México en 1961, «ya había dejado de ser Roque Antonio García y ya era Roque Dalton. Es decir, ya estaba en posesión de la identidad política y artística que lo caracterizó (…). Al contrario que en Chile, en su viaje iniciático, el viaje a México no sirvió para encontrarse consigo mismo. Más bien, diríamos, sirvió para vivir en carne propia las consecuencias de sus opciones vitales», asevera Luis.
Esas «opciones vitales» de Roque incluyeron tomar parte de las protestas estudiantiles contra Lemus, particularmente las que se dieron en diciembre de 1959, cuando fue apresado a unos metros de la casa de su madre junto al dirigente estudiantil Mario Enrique Montenegro y el líder sindical Carlos Alberto Hidalgo. La madre —María García— y la esposa —Aída Cañas— se movilizaron para pedir su libertad.
Hidalgo y Dalton permanecieron privados de libertad 25 días en la Penitenciaría Central de San Salvador hasta ser liberados después de que el Juez Quinto de lo Penal los excarcelara.
Los espías que vigilaron a Roque vendrían a ser «quizá sus mejores biógrafos», comenta Luis Alvarenga.
Pero el 16 de agosto de 1960 Roque participó en una concentración en la cual insultó —o, más exactamente, puteó— al Gobierno, según el parte policial: él y Aída fueron capturados, junto a unos trabajadores, en una hacienda de La Paz, luego fueron puestos en libertad. Pero, en 1961, el gobierno militar lo expulsó del país. Fue entonces que el embajador mexicano Emilio Calderón Puig —«un ilustre diplomático de grata recordación», según lo describe el periodista Danilo Velado— apoyó a Dalton en sus gestiones de asilo político, así como a otros intelectuales.
Roque partió a México el 11 de enero de 1961, no sin antes escribir una carta a su madre, donde le agradece «su giro de 50 doll y tres chorizitos con 4 dollares cada uno» y la previene de la desinformación que podría surgir sobre su paradero: «Ud. créame a mí y a lo que le puedan decir mis compañeros más cercanos (…). Habrá momentos en que dirán que hay catástrofes y que ya todos los que están en mi lugar de trabajo se han muerto o están muriéndose de hambre. Todo eso son carambadas del enemigo (…)».
La zona de la llama (y de la llamada del mito)
«México fue un lugar de revelaciones, de pruebas y de encuentros para Dalton», afirma Alvarenga. Entre las duras condiciones del exilio que le tocó atravesar está el espionaje del que fuera objeto por parte de la policía local, como preámbulo al espionaje que sufriría pocos años después por parte de la Agencia Central de Inteligencia, CIA. Estos espías vendrían a ser —comenta Luis jocosamente— «quizá sus mejores biógrafos», dada la sistemática vigilancia practicada sobre Roque por largos períodos de tiempo.
No obstante, el poeta salvadoreño se hizo muy conocido en el ambiente literario de izquierda mexicano, trabando amistad con Eraclio Zepeda, Efraín Huerta, Thelma Nava y Carlos Jurado, entre otros intelectuales locales. Fue allá también donde publicó su primer libro —La ventana en el rostro—, prologado por el compatriota Mauricio de la Selva, a quien le dedica una amigable chamarreada en su poema «Soñar la mesa», donde revela los momentos de carencia que sufrió —y que, por dignidad, no dejaba entrever a sus insignes amistades—, del cual citamos un fragmento:
(…) Algún día conoceré a un amigo que se llame Heberto Padilla o algo así / que sea fino como una casa de campo en el otoño de México / hablará francés y sabrá todo lo que por hoy se puede saber sobre vinos / y ganará dinero dulcemente tibio / y me invitará a comer y me invitará a comer (…) Señor Mauricio de la Selva: / ¿cómo se atreve Ud. a irse sin dejarme dinero? / Ud. trabaja en la Universidad (llega siempre a la hora) / Ud. está muy bien relacionado en el distrito / Ud. incluso puede permitirse tener muy mal carácter / ¿por qué no dejó entonces esos diez pesos mexicanos / que hasta mis cien orgullos suplicaron anoche? (…).
«De sus días en México, quedan una serie de poemas que hablan de personajes, de lugares —como el Paseo Reforma, el Zócalo, la estatua de Diana—, de hambres y de nostalgias. Y de sus estudios inconclusos de Antropología, que probablemente hiciera en el Instituto Nacional de Antropología e Historia, perviven sus recreaciones poéticas, en las que el pasado nahua y mayance prehispánico se abrazan con el presente», asevera Alvarenga.
En Cuba, Dalton publicó dos monografías en la editorial Casa de las Américas: una dedicada a El Salvador y otra a la nación azteca.
Toda esa producción en suelo azteca quedó plasmada en el libro que Roque dedicó a México —La zona de la llama—, el cual incluye el volumen de poesía Los testimonios, volumen poblado por materiales «terribles y hermosos» —como bien los describe Luis—, nacidos precisamente de ese «abrazo» entre el pasado prehispánico con el presente. Otros textos que aparecen en dicho volumen se originan en manuscritos coloniales y leyendas orales.
Los testimonios constan de cuatro secciones: «El otro mundo», «La raíz en el humo», «En la lengua del sueño» y «Cortadas ramas retoñables». Los poemas encontrados en «El otro mundo» son, según expresara el autor, «intentos de reproducir, sobre un fondo mágico y alucinado, algunos esquemas mentales de los pueblos mesoamericanos». Como afirma Alvarenga, «a través de su acercamiento académico y poético a la historia y la cultura náhuat, Roque se reencuentra con Mesoamérica, y en la voz poéticamente recobrada del tlamatini, le gana una batalla al olvido de nuestros ancestros».
Tlamatini, según el historiador mexicano Miguel León Portilla, se traduce en «el que sabe cosas», «el filósofo». Luis explica que «poemas como “El brujo Juan Cunjama” o “El príncipe de bruces” están basados en grabaciones hechas por antropólogos del Instituto Nacional Indigenista de México entre brujos de Chiapas y Yucatán. “El pozo del júbilo” es una recreación del estado de ánimo en que se cae bajo el estímulo del peyotl, la tuna sagrada y alucinógena de los indígenas mexicanos».
Más tarde, en Cuba, Dalton publicó dos monografías en la editorial Casa de las Américas: una dedicada a El Salvador y otra a la nación azteca, muy bien documentada, por cierto. De modo que, para Roque, México —a pesar de los momentos difíciles que allí le tocó atravesar— también fue «lindo y querido», no sólo por sus impresionantes lugares, por los buenos amigos que conoció y por su inmenso acervo cultural…
…sino también por cierta íntima conexión sanguínea que descubriera más tarde. Y es que, siempre en Cuba —en 1964, casi por azar en medio de vueltas políticas—, conoció a su media hermana, la escritora Margarita Dalton… nacida en México, de quien dijo que «tiene los ojos asombrados» y de quien siempre recordaría «la tibia luz de su corazón».
Roque se inscribe en el círculo de pensadores de ayer y de hoy que vieron en las narrativas ancestrales traducidas al lenguaje moderno una herramienta iluminadora.
Mitos: «mentiras» que reflejan —y cambian— la realidad
En el local de Casa de las Américas, junto a sus grandes amigos Eraclio Zepeda y Manuel Galich, Dalton participó en un ciclo de conferencias titulado «Incursión a las mitologías náhuat, maya-quiché y pipil», y los tres formaron parte de una mesa redonda titulada «Vigencia y valor del mito», en marzo de 1963. El periodista cubano Enrique González Manet, quien entonces escribía para el periódico habanero El Mundo, anota en el artículo «Mediante los mitos puede impulsarse la Revolución»:
Roque Dalton citó las grandes posibilidades estéticas y políticas del mito, que no es una deformación de la realidad, sino un enriquecimiento de ella, capaz de ser utilizada para la liberación de las masas indígenas de Hispanoamérica. Y añadió, finalmente, que las creencias religiosas, por las que las clases dominantes mantienen controladas a las grandes mayorías, pueden combatirse mediante el mito, que da al hombre, además, la oportunidad de sentirse orgulloso de su cultura nacional.
De esta forma, Roque se inscribe en el círculo de pensadores de ayer y de hoy que vieron en las narrativas ancestrales traducidas al lenguaje moderno una potente herramienta iluminadora y, en consecuencia, constructora de nuevas estructuras, como Georges Sorel, Leo Strauss, Joseph Campbell y, más cercano a nosotros, el peruano José Carlos Mariátegui, entre otros.
Georges Sorel (1847 – 1922), teórico sindicalista, conocía el poder de la imaginación y apostó por la creación de figuras heroicas para la movilización de las masas, aduciendo que éstas necesitan referentes casi místicos que justifiquen y estimulen sus luchas. Puso como ejemplo a los primeros cristianos, quienes, al hacer de Jesús un líder, generaron una revolución religiosa y, consecuentemente, política. En su obra Reflexiones sobre la violencia, propone abandonar el racionalismo positivista e impulsar la potencialidad del mito como instrumento transformador.
Leo Strauss (1899 – 1973), filósofo político, aunque desde una posición ideológica muy distinta a la de Sorel y Dalton, rechaza el historicismo (que reduce la realidad humana al contexto histórico) y afirma que «la religión y la filosofía política son dos ámbitos distintos pero compatibles», ya que «la filosofía política debe estar arraigada en la tradición y en la búsqueda de las ideas eternas y universales», ideas éstas a las que precisamente contemplan los mitos.
Joseph Campbell (1904 -1987), el ya citado escritor estudioso de religiones comparadas, afirmó que el mito tiene cuatro funciones: mística, cosmológica, sociológica y pedagógica. Para que estas funciones se cumplan, los mitos deben transformarse continuamente, a fin de que se vuelvan compatibles con las realidades de la vida contemporánea.
Roque continuó con una tradición poética nacional que abarca la obra de Gavidia, Pedro Geoffroy, Miguel Ángel Espino y Osvaldo Escobar Velado.
José Carlos Mariátegui (1894 -1930), escritor, periodista, político y filósofo marxista, afirmó que «la fuerza de los revolucionarios no está en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es una fuerza religiosa, mística, espiritual. Es la fuerza del Mito». Influenciado claramente por Sorel y muy criticado junto a éste en los círculos marxistas por este tipo de ideas, su pensamiento influyó, a la vez, en Roque… también muy criticado en los círculos marxistas por varias de sus ideas.
A la pregunta de por qué Dalton, consciente como estaba del poder transformador del mito, no continuó explorando ese tema más profusamente en su obra a lo largo del tiempo, Alvarenga responde que «es difícil especular sobre sus razones interiores (…). En su caso, quizá sentía el tema lo suficientemente abordado (de su parte)».
Pero es un hecho, agrega Luis, que él continuó con una tradición poética nacional que abarca la obra de Gavidia, Pedro Geoffroy Rivas, Miguel Ángel Espino y —tangencialmente— Osvaldo Escobar Velado, quienes trataron la cultura indígena estéticamente, no sólo a través de sus mitos, sino también de sus figuras históricas, como es el caso de Matilde Elena López con Anastasio Aquino.
«Creo que, en buena medida, el hilo conductor común es la construcción de la nación salvadoreña a través de los símbolos. El volado es qué tipo de nación salvadoreña», señala Alvarenga, preguntándose a continuación si se trata de darle algún fundamento a la nación criolla a través de esos símbolos o de fundamentar la nación desde una perspectiva marxista, como Roque.
Nosotros nos preguntamos si de lo que se trata es de crear una simbología para fundamentar una nación verdaderamente humana, habitada por personas pensantes, sensibles, solidarias y materialmente solventes. Como sea, el punto es que Roque Dalton, al igual que los autores salvadoreños arriba citados, iniciaron ese buceo en el océano mitológico, dispuestos a encontrar los múltiples tesoros que encierra en su seno. A los poetas y escritores actuales nos toca seguir profundizando más en esa prometedora exploración en aras del verdadero cambio…
* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).
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