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Memoria

Ilustración: Luis Galdámez

Recogiendo cadáveres

Miguel Ángel Chinchilla *

Mayo 30, 2025

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Miguel Ángel Chinchilla reúne en su obra, Recogiendo cadáveres, fragmentos de las vidas de monseñor Óscar Arnulfo Romero y Roberto D’Aubuisson. Organizado en cuatro capítulos, la obra nos refiere al periodo entre 1943, un año después de la ordenación de Romero como sacerdote, hasta 1992, año en el que muriera el exmayor a causa del cáncer. Chinchilla presenta también al contexto social, político y eclesial que sirvió como trasfondo y enmarcó la realidad salvadoreña de esos años. Con el aval del autor publicamos de forma textual fragmentos de su obra correspondientes al tercer capítulo del libro: «Sé que mi hora se acerca».

Últimas homilías de monseñor Romero

Obviamente el arzobispo tenía miedo. Sus últimos días fueron entre la serenidad de la oración y el abatimiento de la realidad. Repetía constantemente como hablando solo el Salmo 91 que se reza en situaciones de peligro: El que habita al abrigo del Altísimo se acoge a la sombra del Todopoderoso. Yo le digo al Señor, tú eres mi refugio, mi fortaleza, el Dios en quien confío.

El domingo 23 de marzo se levantó temprano, el clima estaba caluroso, era verano. Hizo sus oraciones matinales, luego sus ejercicios de calistenia tal cual había indicado el médico, luego se duchó y después revisó los apuntes para la homilía de más tarde. Antes de salir rumbo a la basílica bebió un té con una galleta antes de que llegara Salvador Barraza para llevarlo. Estaba especialmente complacido porque el padre Felipe Pick había llamado temprano para darle la noticia de que el transmisor de la radio ya estaba funcionando y la misa sería transmitida sin ninguna dificultad. Respiró profundo y dando gracias a Dios elevó la mirada al cielo límpido y celeste. La frente de Dios, pensó y le gustó la metáfora.


La ley, dijo monseñor Romero, tiene que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos.


Ese domingo la basílica estaba a reventar. Acompañaban al arzobispo aquella mañana miembros de una misión ecuménica que visitaba el país para comprobar la violación de los derechos humanos. El Evangelio era Juan 8, 1-11. El caso de la mujer adúltera que los jueces según la ley querían lapidar, pero Jesús la salva en su dignidad al confrontar a los acusadores diciéndoles, quien se encuentre libre de culpa que lance la primera piedra, y todos cabizbajos comenzaron a retirarse especialmente los viejos. El subtexto de aquella lectura era ¿quiénes de los militares del Ejército se encontraban libres de culpa para matar a sus hermanos? La ley, dijo monseñor Romero, tiene que ser un servicio a la dignidad humana y no los falsos legalismos con los cuales se pisotea la honradez de las personas. Luego siguiendo el orden convencional habló sobre los hechos de la semana y luego sobre los hechos eclesiales.

Al final antes del Credo pronunció aquella exhortación que históricamente ha quedado grabada en las frases de los grandes profetas: Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del Ejército, y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la Ley de Dios… Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la Ley de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el Gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre… En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión! Una tronazón de aplausos inundó entonces la nave del templo por cerca de un minuto. Muchos han dicho que aquellas fuertes palabras fueron el motivo del magnicidio al día siguiente, mas, la verdad fue que el asesinato era un plan que venía preparándose de días atrás, desde cuando el capitán Ávila Ávila llegó con la noticia de la misa de aniversario de la tía Sarita.


(…) los hechos han demostrado que ciertamente Monseñor ha resucitado en el seno del alma universal.


Luego de la misa como era su costumbre el arzobispo se despidió de los fieles (sin imaginar que se trataba de la última vez) en el atrio de la iglesia y luego tuvo su habitual conferencia de prensa con una gran cantidad de periodistas que lo esperaban en la sacristía. El periodista José Calderón Salazar del diario Excélsior de México, publicó al día siguiente del magnicidio una frase que según él había pronunciado Monseñor a una pregunta suya sobre la posibilidad de que lo mataran: si me matan resucitaré en el pueblo, respondió el prelado. Algunos han negado la veracidad de aquella frase, pero sea que fuese cierta o no, la verdad es que los hechos han demostrado que ciertamente Monseñor ha resucitado en el seno del alma universal y prueba de ello es la cantidad de expresiones artísticas y no artísticas, escolásticas y populares que se han generado en torno a su figura, tales como poemas, pinturas, canciones, murales, esculturas, monumentos, películas, novelas, dramas, obras de teatro, artesanías, libros biográficos, libros teológicos, avenidas, autopistas, aeropuertos, cementerios y centros pastorales que ahora llevan su nombre y que han abonado al imaginario nacional y universal, puesto que en el mismo momento de su martirio la gente popular ya lo llamaba San Romero de América, tal como lo bautizó el obispo brasileño Pedro Casaldáliga en un poema luego del asesinato.

Recogiendo cadáveres

Miguel Ángel Chinchilla

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* Miguel Ángel Chinchilla es un poeta, narrador, ensayista, dramaturgo y periodista salvadoreño nacido en 1956 es una de las figuras relevantes de las Letras en la segunda mitad del siglo XX. Co-fundador del desaparecido suplemento literario Los Cinco Negritos en Diario El Mundo y miembro del consejo de redacción de la revista Amate. 


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