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Opinión

Ilustración: Luis Galdámez

El cultivo del pensamiento crítico ante la desinformación

Guillermo Mejía *

Junio 6, 2025

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En una atmósfera cargada de información, desinformación e información falsa no caería mal que desde la propia práctica en círculos familiares y sociales se haga un esfuerzo por cultivar el pensamiento crítico, a fin de evitar caer en posturas sesgadas, sin sustento real, comportamientos públicos irresponsables y ser marionetas de intereses particulares. 

Como sabemos, el pensamiento crítico sirve para analizar problemas desde múltiples perspectivas, cuestionar, evitar sesgos, enfrentar con confianza los desafíos éticos, manejar mejor el cambio y proponer soluciones, señala el experto Ian H. Normile, autor y académico de la Anglia Ruskin University del Reino Unido. 

Pero, si bien parece simple, el autor y académico costarricense, Enrique Margery Bertoglia, lo explica de esta manera: «este tipo de pensamiento es poco practicado. En su lugar, no es raro que se aplique un pensamiento simplificador y egocéntrico, queriendo explicar todo a punta de causas únicas, buscando al “culpable” y pensando que nuestra visión de las cosas es la única y siempre la correcta». 

Para aclarar más el punto, explica que el «pensamiento egocéntrico» surge de la tendencia natural del ser humano a interpretar el mundo desde su propia perspectiva, asumiendo que su visión de la realidad es la única válida. Además, es un enfoque común en la infancia, y limita en el adulto la capacidad de adaptación y comprensión en contextos complejos. 

Por lo tanto, «Este tipo de pensamiento limita el aprendizaje y promueve los conflictos interpersonales, pues “quien piensa diferente a mí es porque no entiende”. De ahí la importancia de combatir este pensar, rígido e inflexible, con un pensamiento reflexivo y objetivo», afirma Margery Bertoglia.

Según él, desarrollar un pensamiento crítico es una competencia deseada tanto en el ámbito profesional como en nuestra relación con los demás, ya que nos ayuda a establecer una comunicación más empática y respetuosa, a evitar juicios precipitados, y tomar mejores decisiones.


El pensamiento crítico busca una comprensión más profunda del mundo, al trascender prejuicios, sesgos y suposiciones.


«Incluso, es una habilidad que ponemos en práctica en la vida diaria a través de distintas plataformas de comunicación como redes sociales, videojuegos en línea, y más recientemente, a través de tecnologías de inteligencia artificial generativa (como ChatGPT). El pensamiento crítico permite evaluar la veracidad de la información recibida, prevenir el plagio, combatir nuestros sesgos, formular mejores preguntas y aprovechar al máximo estas herramientas», agrega el autor y académico costarricense. 

Si bien tanto Ian Normile como Margery Bertoglia hacen sus reflexiones y propuestas desde el ámbito educativo, espacio básico para las nuevas y las viejas generaciones dada su trascendencia —por cierto un ámbito muy descuidado en nuestra sociedad—, hay que decir que también tiene una relación insoslayable con el ámbito de la información y la comunicación. 

Las prácticas para el desarrollo del pensamiento crítico 

Margery Bertoglia señala que, por su capacidad de procesar información de manera objetiva, reflexiva y estratégica, el pensamiento crítico busca una comprensión más profunda del mundo, al trascender prejuicios, sesgos y suposiciones no examinadas. Son necesarias seis prácticas para ponerlo en práctica: 

  1. Curiosidad intelectual. Es la disposición a cuestionar y explorar ideas más allá de las apariencias. 
  2. Análisis lógico. Se refiere a la capacidad de identificar argumentos y distinguir entre razonamientos sólidos y falacias. 
  3. Evaluación por evidencias. Consiste en la determinación de valorar la calidad y relevancia de datos y argumentos con base en evidencias empíricas o teóricas. 
  4. Perspectivismo. Es la apertura para reconocer y considerar puntos de vista alternativos, con los cuales enriquecer la comprensión. 
  5. Autonomía cognitiva. Se refiere a la capacidad de pensar por uno mismo, resistiendo presiones externas o sesgos de grupo. 
  6. Reflexividad metacognitiva. Consiste en saber examinar y ajustar los propios procesos de pensamiento, reconociendo errores y aprendiendo de ellos. 

«Estas seis prácticas no son habilidades aisladas, sino hábitos mentales que, combinados, permiten a una persona comprender, cuestionar, analizar y mejorar su forma de pensar», afirma Margery Bertoglia. Luego hace la siguiente relación: 

«La curiosidad intelectual es el punto de partida: sin ella no hay investigación, ni cuestionamiento, ni mejora del pensamiento. Seguido del análisis lógico, que ayuda a separar lo válido de lo engañoso, lo coherente de lo contradictorio. La evaluación por evidencias nos obliga a no conformarnos con opiniones o suposiciones. Una mención especial merece el perspectivismo, que invita a integrar visiones distintas a la propia y nos protege del pensamiento cerrado o dogmático. También, la autonomía cognitiva, que nos permite pensar por cuenta propia, sin dejarnos arrastrar por modas o presiones. Finalmente, la reflexividad metacognitiva es el motor de mejorar que nos permite corregir el rumbo y mejorar continuamente».


La exposición del ciudadano a la información, desinformación o falsa información puede llevarlo a ser presa de intereses particulares.


No está demás que, de acuerdo con las reflexiones del autor y académico costarricense, se insista en la metacognición —capacidad de reflexionar sobre el propio pensamiento, cuestionar las propias ideas y abrirse a nuevas perspectivas— que mejora la comprensión de los problemas, potencia el aprendizaje estratégico y la capacidad de interactuar efectivamente con los demás. Sus cuatro fundamentos son: 

  1. Conciencia del propio pensamiento. El individuo reconoce sus procesos mentales, incluyendo sus sesgos, creencias y limitaciones. Ejemplo: «Sé que tiendo a ser impaciente en las discusiones, así que intentaré escuchar antes de responder». 
  2. Apertura al perspectivismo. Se valora y considera la diversidad de puntos de vista, entendiendo que la realidad es multifacética. Ejemplo: «No estoy de acuerdo, pero me interesa entender cómo llegaste a esa conclusión». 
  3. Cuestionamiento estratégico. Se evalúa continuamente la validez de las propias ideas y decisiones, ajustándolas según la nueva información. Ejemplo: «Pensaba que esta era la mejor solución, pero después de escuchar otros argumentos, estoy considerándolo». 
  4. Aprendizaje adaptativo. Se desarrollan estrategias para aprender de los errores y mejorar el razonamiento. Ejemplo: «Fallé en mi planificación anterior porque subestimé los imprevistos. En el futuro, dejaré margen para adaptarme». 

El pensamiento crítico y la desinformación 

Al relacionar el pensamiento crítico como herramienta para combatir la desinformación podemos afirmar que, dada la exposición del ciudadano o consumidor de información, desinformación o falsa información a través de una infinidad de medios, por lo general es presa de intereses particulares que necesita dilucidar. 

«Quien recibe información falsa construye su imagen del mundo, lo que él considera realidad, a partir de relatos que no se adecuan correctamente a los acontecimientos, con lo que sus concepciones de lo real, y más todavía, su forma de ser (que está mal construida, mal informada) adolece de una cierta falla», afirma el profesor español Marcelo López Cambronero. 

«El problema de la mala información, así como el de la desinformación, no es solamente una cuestión del aspecto racional (toma de decisiones, criterios de juicio), sino que atañe a un sustrato más profundo y que, con mayor propiedad todavía, corresponde a la ética: el propio sujeto se construye de forma fallida, conoce mal la realidad y, por lo tanto, organiza sus relaciones con la misma desde un punto de vista estructuralmente falso», agrega. 
Esta tarea educativa —informativa y comunicativa— resulta un gran reto. La sociedad necesita cultivar el pensamiento crítico, para dar el salto en lo relacionado con el bien común y el interés público, en busca de una participación política consciente y una práctica política que no priorice el marketing y los algoritmos, un camino que obligará a dejar de lado el dramatismo que invade medios y redes sociales.

* Periodista


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