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Memoria

Graduado como profesor de Letras, Joaquín Meza trabajó como periodista de 1987 a 1992 en Diario El Mundo. | Foto: Luis Galdámez

El conflicto armado enfocado por periodistas veteranos

Joaquín Meza: del verso a la noticia (y viceversa)

Texto: Raquel Kanorroel*

Junio 6, 2025

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«Con humilde soberbia o soberbia humilde, no me siento merecedor de este homenaje», expresó el bardo, escritor y periodista Joaquín «Quincho» Meza al ser nombrado «Poeta del Año» por el Proyecto Editorial La Chifurnia —presidido por el poeta Otoniel Guevara— el pasado sábado 17 de mayo, en el marco de la celebración del Día Nacional de la Poesía Azul Indefenso en el Centro Cultural Cabezas de Jaguar. «Quincho», como manifestó Guevara, «bien al suave ha dado enormes aportes» en el ámbito de las letras, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras. 

«Cuando uno entra a estas cosas, no anda pensando en créditos», comenta Joaquín. Pero, pensara o no en ellos, ha recibido varios desde los años 70. Su inclinación literaria surgió durante su educación primaria, motivado por la lectura de Un capitán de 15 años, de Julio Verne, la cual le inspiró en su adolescencia la creación de una parodia a la que tituló Atlacut, sobre un náufrago que no se da cuenta sino hasta mucho después de que se encuentra en el fondo marino sobreviviendo como si siguiera en tierra. 

A partir de allí comenzó a recolectar sus creaciones en un cuaderno, siendo alumno del colegio Externado de San José, del cual salió de bachiller y donde fundó un taller literario con otros compañeros, al cual invitaron a participar nada menos que a José Roberto Cea, Álvaro Menéndez Leal y otros consagrados. Y, como la gran mayoría, se acercó a la poesía en alas de la pasión amorosa. Hasta que, en los Juegos Florales de Zacatecoluca —creados en 1977—, obtuvo premios en varias ocasiones. 

Publicó en revistas literarias de México, Chile, Colombia, España y Estado Unidos y ganó en certámenes internacionales de poesía. Su obra forma parte de antologías poéticas en el extranjero. Pero, para ganarse el «con qué», trabajó como profesor en el Departamento de Letras de la Universidad de El Salvador (UES) —de donde se graduó como tal— y en algunos colegios privados. En la UES, su jefe fue la reconocida abogada y poeta Matilde Elena López.

Al ser homenajeado en mayo, resulta inevitable hablar de Roque Dalton, cuyo natalicio y asesinato se conmemoran ese mes y quien también fuera alumno del Externado de San José. Pero Meza no lo conoció sino a través de sus libros, «y sí me pegó. Tuve un compañero, sobrino suyo, que lo detestaba: se apellidaba Dalton Del Pech, familia dueña de las básculas Toledo: un perfecto burgués (…). Por el Externado pasó la mejor gente de derecha y la mejor de izquierda», asevera Meza. 

Refiere que lo leyó a Roque porque Hato Hasbún, allá por 1973, trajo de Argentina libros de Dalton «cuando era un riesgo hacerlo: mencionar a Roque y leerlo era prohibidísimo, aunque todavía no era conocido entre el público, sino sólo entre intelectuales y poetas». De hecho, cualquier objeto en forma de libro, cualquier folleto, era por entonces objeto de sospecha para el régimen: no fuera a ser que, tras un poema, se escondiera la fórmula para elaborar una bomba…


«{Roberto Franco) se ponía en la Plaza Libertad, con la Rana, a narrar un “partido de fútbol” entre la oligarquía y el proletariado».


El Diccionario Toponímico de «Quincho» fue utilizado como referencia en una universidad ucraniana, y su Real Diccionario de la Vulgar Lengua Guanaca es consultado a nivel internacional. | Foto: Luis Galdámez

Un CLAN de locos «peligrosos»

Al Centro Libre de Artistas Nacionales, CLAN —formado a mediados de los setentas y ubicado por la Alcaldía capitalina, en la segunda planta del edificio Salandra— «llegaba cualquier cantidad de locos; especialmente gente del Bachillerato en Artes: teatreros, músicos… Los viernes hacíamos peñas culturales y amanecíamos allí. Llegaba chinche y talepate a declamar, a cantar…», narra nostálgico Joaquín. La madrugada del sábado iban a los llamados «amaneceres» del parque Hula Hula, a la Puerta del Diablo, a Los Planes de Renderos o a Candelaria, a tomar atol shuco: la bohemia de ese tiempo.

Aparte de las actividades culturales —y etílicas—, en el CLAN se reunía gente de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) o de organizaciones cercanas a éstas. Sus fundadores eran —además de «Quincho»— el ensayista, investigador y poeta Luis Melgar Brizuela y el actor Norman Douglas, entre otras figuras consideradas de relevancia cultural años más tarde; pues, en aquel entonces, para el régimen no pasaban de ser peludos revoltosos. O no tan peludos, pero igualmente revoltosos, como la Ranita Aurora, cuyo titiritero, Roberto Franco, sí que era ambas cosas…

«Se ponía en la Plaza Libertad, con la Rana, a narrar un “partido de fútbol” entre la oligarquía y el proletariado, dándose un gran color», rememora Meza. Y, a la hora de salida de la escuela, Aurora se ponía a estar fregando con los cipotes, quienes esperaban encontrarla cada vez que pasaban. «Cuando no salía, la llamaban y tiraban semillas de mango a las ventanas», relata Joaquín. Pero otros andaban con ganas de tirarles cosas más contundentes… 

Un día, Meza iba saliendo del CLAN cuando un sereno se agarró la pistola al nomás verlo. El poeta pasó como si nada, pero comprendió que ya había vigilancia sobre el grupo: en esa época, no podía esperarse otra cosa. Entre septiembre y octubre de 1978, se reunieron allí 40 jóvenes que conformaban el grupo Teatro Obrero Campesino dirigido por Norman Douglas. Montarían Las Monjas, de Eduardo Manet. «Quincho» llevaba el diario del grupo.  

La noche del viernes 11 de octubre, él y Norman se quedaron «hablando paja», fregando y leyendo un folleto de Lenin. Douglas —quien no acostumbraba desayunar— no cenó, por lo que a la mañana siguiente tuvo hambre y fue a comer a La Taberna de Don Juan, a dos casas del edificio. Fue así como, indirectamente, Joaquín salvó a Norman; pues, gracias a su desvelada con él, éste se marchó a desayunar y las «visitas» que llegaron al Salandra no lo vieron…

En los setentas, el edificio Salandra albergó el Taller de los Vagos, del actor Norman Douglas, y después, el Centro Libre Artístico Nacional (CLAN). | Foto: Luis Galdámez


Al ver hacia arriba, un tipo con una metralleta le preguntó quién era y qué quería y le ordenó que subiera.


Unas «ilustres» e «inesperadas» visitas 

Chalo Chamorro era actor de teatro del Bachillerato en Artes. «Parecía beatle por el pelo; pero tenía carita de ratón y era morenito y choco, con anteojos redondos», lo describe «Quincho». Chalo estaba duchándose en el CLAN cuando oyó que polongonearon la puerta. «¿Quién?», preguntó. «¡La Guardia!», exclamó una voz estentórea. «¡Tu madre!», rezongó él: todos vivían haciéndose bromas así en el CLAN, y «¡Tu madre!» era la respuesta correcta. Vuelven a tocar y contesta lo mismo, ya algo encabritado. Pero quienes tocaban se encabritaron más: ésa no era la respuesta correcta.

«¡La Guardia, hijo de la gran puta!», exclamaron, rompiendo la puerta y sacándolo en toalla de la ducha. Lo llevan a pararse de cara a la pared y con los dedos amarrados tan fuertemente que rápido se le hincharon como jocotes. A la derecha de Chalo pusieron, también atado, a Ricardo Guevara, productor de la entonces Televisión Educativa. Al rato llevan a Meza —arrepentido por no haber cedido a la huevonería esa mañana— y lo ponen a su izquierda, sin atarlo. Estaban en el Cuarto de los Títeres, donde trabajaba Roberto Franco.

Y es que ese sábado 12 de octubre, Joaquín había quedado de ir tempranito a comprar mantas con otro compañero para una manifestación del Movimiento de la Cultura Popular, MCP. Como estaba desvelado, se levantó pensando «voy, no voy»… Pero debía ser responsable. Se va entonces para el CLAN, donde a la entrada divisa un pick up en el que tenían al compañero, quien le quiso advertir, mas era tarde: la inercia ya le había hecho poner el pie en la grada. Al ver hacia arriba, un tipo con una metralleta le preguntó quién era y qué quería y le ordenó que subiera. 

«Quincho» sintió desvanecerse: sabía a lo que se enfrentaba, pero él mismo se dio ánimos y subió. El tipo le pone el cañón en el pecho. Meza dijo lo primero que se le ocurrió: que iba a buscar a su profesor, Norman Douglas, para hacer un examen de reposición. El escuadronero —pues vestía de civil— siguió acribillándolo con preguntas, cuando sale otro escuadronero con la metralleta atravesada, fumando y sosteniendo el mentado folleto de Lenin. «¿Y éste?», preguntó.

El compinche le dijo que acababa de llegar. «Otro semoviente», dijo el fumador, despectivo. Joaquín lo reputeó en sus adentros, preguntándose que quién sería. «Llevalo donde están los otros», le ordenó el despectivo al compinche. «Cuando dijo “los otros”, me pasaron por la mente las 40 personas que estuvieron allí el día anterior», narra Meza. ¿Acaso harían una masacre?… Pero, al ver que «sólo» estaban el semidesnudo Chalo —al borde de una crisis de llanto— y Ricardo, no se consoló precisamente, pero calculó un daño mucho «menor». 

Entre los «visitantes» había dos guardias: «uno que parecía el diablo medieval: rojo y malo se veía», y un guardión viejo, de aspecto «bonachón». Desde el 2do piso se divisaba perfectamente el 3ro por las ventanas de guillotina: adentro, el edificio daba a un patio y su construcción adquiría forma de «L». Desde allí, «una bichita que me agradaba mucho, de unos 12 años, pecosita y pelirroja, se nos quedaba viendo con una gran lástima: entendía lo que estaba pasando», relata Joaquín.


«Pero quedé con paranoia: miraba un cuilio municipal a la legua y temblaba», confiesa Meza.


Los miembros del Grupo de Teatro Maíz solían ensayar y asistir a las peñas culturales del CLAN. Sentado al frente: Dimas Castellón; de pie, de izquierda a derecha: Donald Paz, Mariano Espinoza y Raúl Cuéllar. | Foto: David Méndez

Los tuvieron un gran rato en ese cuarto, mientras quebraban macetas buscando bombas, rompían closets y se robaban todo lo que podían: máquinas de escribir, grabadoras… Después los pasaron a otro cuarto y a otro y a otro. Aquella «visita» comenzó antes de las 8:00 a.m., pero llegaron las 2:00 p.m. y no terminaban. Es más: llegó el mismo José Antonio «Chato» Castillo, Primer Jefe de la Sección 2 de la Guardia —«chiquito y, así como chiquito, bandido»—, echando un gran discurso, llamando al CLAN «nido de delincuentes terroristas, donde se planificaban los secuestros de las FPL». 

En efecto: en el cuarto de Norman, sobre una mesa, había un cráneo de verdad, al que le habían dibujado un orificio de bala en la sien y en cuya frente decía «Matsumoto», apellido del industrial japonés que secuestró la guerrilla a mediados de 1978. Se lo llevaron (no fuera a ser de Matsumoto…). También unas pelucas que usaba Norman en teatro: «¡Hijos de puta, éstas las ocupan para disfrazarse y matar guardias!» Entonces el tipo con cara de diablo le pone una en la cabeza a «Quincho», se la quita al rato y se la pone a Chalo, quien en un descuido la bota. 

El guardia, calmado, recoge la peluca y se la vuelve a poner con primor… tras lo cual le propina el cachimbazo y la patada: «¡Si así te ves bonito, hijueputa!». Encontraron unos planos grandes de San Salvador: obvio, para planificar secuestros. Es más: allí era centro de finanzas de las FPL. A Chalo se le destapó la crisis de llanto: les pedía que los soltaran porque no aguantaban los dedos. «¡No has visto cómo traemos a los de Oriente!», respondieron, burlones. 

A todo esto, Meza no había ingerido nada, así que al menos tomaría agua: cuando se acercó el guardia viejón, le dijo que no aguantaba las ganas de evacuar. «¡A la puta, ahí cagate!», contestó el «bonachón», pero después se arrepintió. En el cuarto había unas graditas que daban a un entrepiso con un baño: por joda le habían puesto un rótulo que rezaba «La cárcel del pueblo». El guardión llevó a Meza allí y éste cerró la puerta; pero el cuilio le ordenó abrirla, pues podía escaparse. «¡Ni que hubiera sido yo el Hombre Araña!», comenta Joaquín, quien se bajó el pantalón y se sentó. 

Pero de lo único que tenía ganas era de tomar agua, aunque no se atrevió. Guardó un cigarro que andaba, pensando que le serviría en la cárcel. Al rato, el guardia le ordenó levantarse y Meza confesó lo que realmente quería… Empieza Castillo otra vez a llamarlos «delincuentes», «manipulados», «tontos útiles»… para finalizar diciendo que, después de que él y su séquito se marcharan, se quedaran allí dos horas más y luego se fueran. Y, claro: «¡No los queremos volver a ver por aquí!» 

Al irse, «Quincho» pensó que los hijueputas no se quedarían esperando dos horas, miró por la ventana para cerciorarse y se fue. «Pero quedé con paranoia: miraba un cuilio municipal a la legua y temblaba», confiesa. En cuanto a Douglas, al volver de desayunar y ver a las «visitas» llegando, fingió despedirse de alguien, se metió de nuevo al comedor, le pidió para el pasaje a la propietaria y se fue al Externado —donde daba clases— a refugiarse. Y así se acabó el CLAN.


En los 70 y 80 cualquier cosa relacionada con la intelectualidad era objeto de sospecha para el régimen.


Salvador el «Pollo» Samayoa lo llevó a asilarse a la embajada panameña y, gracias a que comprobó ser amigo de Baby Torrijos —hermana de Omar Torrijos—, lo colmaron de atenciones: «En la noche le llevábamos vino, fumábamos (…). Allí estuvo como dos meses y salió para Panamá. No lo volvimos a ver», declara «Quincho». A quién sí volvió a ver cierta vez que se disponía a entrar a la Feria Internacional fue al guardia con cara de diablo y ojos enrojecidos: Meza se dio la vuelta y se fue. 

Luego, leyendo Cárceles Clandestinas de Ana Guadalupe Martínez, se dio cuenta de que el tipo armado que lo recibió en las gradas del edificio era un temible escuadronero apodado Topo Gigio. En cuanto al despectivo fumador empedernido con la metralleta terciada —que en tiempos del CLAN fungía como el segundo al mando en la Sección 2 de la Guardia—, lo reconoció pocos años después, cuando apareció en programas de televisión: era un tal mayor Roberto D’Aubuisson. 

Un chelito entre cinco negritos

En los 70 y 80 cualquier cosa relacionada con la intelectualidad era objeto de sospecha para el régimen: varias veces pararon los guardias a Joaquín sólo por llevar un libro en la mano. En 1980, proveniente de Guatemala, Meza traía un lote de libros, uno de los cuales era poético y llevaba la palabra «crónica» en su título. Como a mediados de ese año habían puesto una bomba al periódico La Crónica del Pueblo, un soldado lo vio y se puso paranoico. 

En otra ocasión, llevaba consigo el libro de historia más antiguo que tenía —del Siglo XVII—, empastado en cuero: La Conquista de México, de Antonio Solís. Un policía lo para, se lo arrebata, pregunta qué es, Joaquín le dice «Historia» y el cuilio grita: «¡Eso es subversivo!». Por entonces, recuerda «Quincho», «la UES era considerada un cuartel de la subversión: el hecho mismo de ser universitario era condenado por algunos».

Recuerda también cuando, en la Plaza Morazán, vio a un joven tirar «mariposas» (papelitos con consignas revolucionarias): «Fue un acto de valentía, de reto al sistema, de desafío, sobre todo en esas calles, que siempre tuvieron alta presencia policial. Esto contrasta con la total apatía de la juventud actual respecto a la realidad: uno los encuentra hoy en la UES jugando Pokemón», se lamenta Joaquín, quien —digno representante de la juventud de su tiempo— no «escarmentó» con lo del CLAN, pues luego formó parte del ochentero Grupo Cultural Cinco Negritos.

Dicho grupo estuvo compuesto por el pintor Armando Solís y los poetas/escritores Matilde Elena López, Salvador Juárez, Eduardo Salvador Cárcamo y Julio Henríquez, entre otros. «El nombre lo escogió Chamba Juárez, no por el número de miembros, sino por la flor así llamada, de colores rojo y amarillo, los mismos de las FPL. Era, pues, una identificación ideológica asolapada», explica Meza. 

Además, «decía Chamba que la infusión de las raíces de esa flor era buena para poetas y escritores». En efecto, los envalentonaba: la gente les preguntaba que cómo se atrevían a publicar cosas tan subversivas. De hecho, hubo repercusiones: capturaron a Juárez, con quien Joaquín andaba por todos lados. Luego de ello y por precaución, Meza se fue a dormir a casa de su hermano, en una colonia pequeña… donde resultó que los vecinos estaban ligados a los cuerpos de seguridad, a quienes llamaron al ver entrar a un extraño. 

Roberto Franco y su revolucionaria Rana Aurora. El popular titiritero fue desaparecido en 1983. | Foto: Luis Galdámez


Tras librarse de las garras del mayor y su comitiva en 1978, Meza había desarrollado una especie de cuero de cocodrilo.


Sólo dos días durmió «Quincho» allí, para evitarle problemas a su pariente; pero, al tercer día, igual caen las autoridades y le destruyen el apartamento al hermano. Luego, cuando llegó a vivir a una casa estilo colonial cerca del Colegio La Asunción, «me sacó de madrugada la Guardia para hacer los cateos frecuentes en ese entonces. No me encontraron nada porque me cuidaba, por la experiencia previa en el CLAN». Lo interesante de esa casa era que quedaba cerquita de la librería Tercer Mundo de Álvaro Menéndez Leal (o «Menén Desleal», como le gustaba firmarse).  

Desde que fueran compañeros en el taller literario del Externado establecieron una estrecha relación. Como el consagrado escritor era muy culto y sagaz, las conversaciones entre ellos fluían. Y, como también era muy de etiqueta, fluían los finos tragos: tenía un baúl lleno de licores de toda clase en la librería. Lo abría y le preguntaba a Meza que qué quería, y también lo invitaba a comer y a cervecearse. Definitivamente, aquellos ingratos tiempos tuvieron sus buenas compensaciones…

Se abre un nuevo «Mundo» para «Quincho»

La página Cinco Negritos se publicaba en Diario El Mundo. Cierto día, Joaquín le pidió un chance al Jefe de Redacción, Cristóbal Iglesias, aunque fuera como corrector de pruebas: la poesía sacia el alma, pero no el estómago. Iglesias lo probó y lo contrató. Estuvo en el vespertino desde 1987 a 1992. En su primera salida a cubrir la guerra, «Quincho» estaba emocionado, pues prefería mil veces la riesgosa calle al seguro encierro. Lo enviaron a cubrir el volcamiento de una tanqueta a Guazapa; pero allí nadie sabía nada, sólo le hablaban de una torre derribada. 

Se dirige entonces hacia allá cuando unos bichos comienzan a gritarle que iba directo a pisar una mina: poeta y ahora también periodista, Meza debía cuidarse el doble. Por esos días, sonaba mucho el caso de un tal Amaya Rosa, implicado —junto a una hija del entonces mandatario Napoleón Duarte, la secretaria de éste y otros— en tráfico de dólares: el valor del dólar había subido a diez colones, aún circulantes. La fuente de información de Joaquín en los Juzgados era el mismo juez del caso, de apellido Ventura, quien le suministraba hasta documentos. 

Cierta tarde que no fue Meza al diario, llegó Amaya Rosa echando espuma por la boca, debido a una foto de portada de «Quincho» alusiva al caso. Pero Iglesias envía a Joaquín a traer más información, la cual el juez le suministra, resultando Amaya Rosa más hundido todavía. Hasta que, por el portón de la UES, pasa junto a Meza un tipo diciéndole: «¡Hey, ya dejá quietos los dólares!». 
Pero librarse de las garras del mayor y su comitiva en 1978 había desarrollado en él una especie de cuero de cocodrilo. Cierta vez, se dirigía a las oficinas administrativas de Diario El Mundo, en el tercer piso del Banco Salvadoreño frente a la Plaza Morazán, donde había un tumulto. Siempre andaba con su cámara «ojo al Cristo», así que toma una foto justo en el momento en que un policía iba a darle con la culata de su fusil a una cipota, a quien tenía agarrada del pelo.

De izquierda a derecha, Otoniel Guevara, Karen Ayala, Joaquín Meza, Tania Molina y José Antonio Domínguez, luego de brindar un justo reconocimiento a la obra y la trayectoria de «Quincho». | Foto: Cortesía Proyecto Editorial La Chifurnia


Meza es ampliamente conocido por su Real Diccionario de la Vulgar Lengua Guanaca, compendio en dos tomos.


Luego, «Quincho» se voltea y entra al banco. Presionando estaba el botón del ascensor cuando llega el mentado policía: los guardias del edificio cerraron las puertas. «¿Tomaste la foto?» «¡Sí!» «¿Por qué?» «¡Porque tenía que tomarla!» «¡Cómo que…!» «¡Achís! ¡Usted trabaja en la calle, yo también! ¡Usted hacía su trabajo y yo el mío!» «¿Por qué?» «¡Porque soy periodista! Trabajo en Diario El Mundo y aquí están las oficinas. Para allá voy», concluyó Meza, mostrándole su credencial.

El cuilio, al ver la actitud de Joaquín, se bajó al pozo y dijo que la cipota se había robado una cadena. «Pero pasa una cosa: estoy fuera de mi área de servicio y, si mi oficial me llega a ver en esa foto, me va a sancionar. Le pido por favor que no la publique». «No tenga pena», dijo Meza. «¿Estamos entre hombres?», preguntó entonces el policía, amenazante, a lo que Joaquín replicó: «Usted sabe ahora cómo me llamo, adónde vivo y trabajo, y yo sólo lo identifico a usted por su número (…)». «Bueno, dejemos así esta cosa… ¡Pero recuerde que estamos entre hombres!», espetó el cuilio.  

Situaciones así fueron varias. Cierta ocasión, cerca de la Librería Ibérica sobre la 1.ª Calle Poniente, un sujeto gritaba «¡Policía!» mientras otros lo agarraban y lo metían en un carro. Meza tomó la foto, incluyendo las placas, se dio la vuelta e hizo la nota. Al rato llegó un tipo acompañado de policías —quizá lo siguieron y vieron dónde se metió—, exigiendo que no publicaran nada. «Lo “raro” es que el chamaco secuestrado llamaba precisamente a la policía…», señala «Quincho».

Mente salvadoreña: organizada, poética y caótica

Meza es ampliamente conocido por su Real Diccionario de la Vulgar Lengua Guanaca, compendio en dos tomos que realizó al percatarse de la riqueza del habla popular salvadoreña, a pesar de la estrechez territorial. Comenzó llenando papelitos: andaba a la cacería de palabras, anotándolas adondequiera que las escuchara y guardándolas en una cajita, a modo de alcancía. Cuando vio que ya tenía un buen cúmulo, empezó a procesarlas: se planteó terminar en unos dos meses… los cuales se volvieron más de 6 años, aun cuando dedicaba jornadas enteras a esa labor. 

Mientras sacaba su carrera, estudió fonología, lingüística y fonética. Y, como viajó bastante al interior del país debido a un proyecto de evaluación escolar de la UES y el Ministerio de Educación, se dio cuenta de las variedades semánticas y fonológicas a lo largo del territorio nacional: «En Morazán, por ejemplo, mucha gente habla con un cantadito achapinado», comenta. Y en la zona oriental, «lo que para nosotros es paila para ellos es huacal y viceversa».

La primera edición del Real Diccionario fue patrocinada por la Junta Directiva del Frente Farabundo Martí, allá por 1997. Después, su buen amigo, el empresario y científico Rafael Ibarra —considerado el padre del Internet en El Salvador—, publicó el Real Diccionario y el Diccionario Toponímico, también de la autoría de Joaquín. En el Real Diccionario, él clasifica gramatical y lingüísticamente cada término y cada giro, recopilando tanto los vulgares en sentido prístino como las leperadas. 


Con base en las espantosas situaciones que presenció durante todo el conflicto, Meza  escribió Poemas que dejó el tren… de la guerra.


Entre los términos que más llamaron su atención están güiri güiri, el cual supone de origen africano, por lo fonológico. También ganga, que acá entendemos como algo que cuesta poco y que hay que aprovechar; en realidad, es un ave pequeña europea, que al perseguirla se agacha y por eso es fácil atraparla. La cachada es un método de robo en el cual un ladrón agarra una prenda, la tira para atrás y otro ladrón la cacha. Pero acá la gente le dice cachera a la persona laboriosa. 

Los lingüistas aseveran que, según el lenguaje, así será el pensamiento de una persona o grupo.  Meza está de acuerdo, en base a los términos y modismos que glosó, que el pensamiento salvadoreño es a la vez organizado, poético y caótico. Porque «en el lenguaje también hay poesía. A veces aquí hablamos rítmicamente en octosílabos: hay cierta música, cierta cadencia…», asevera. Pero el lenguaje es más que palabras, y a veces puede ser más que chocante…

Almas, mentes y corazones caóticos…

«Quincho» viajó mucho al oriente del país, antes y durante su labor en Diario El Mundo. En base a las espantosas situaciones que presenció durante todo el conflicto —especialmente en esa zona—, escribió Poemas que dejó el tren… de la guerra y Fabulario Nazional. Por ejemplo, cierta vez en la zona del Puerto El Triunfo vio de repente algo raro arriba de un cerco… «Habían dejado dos piernas paradas y, encima, una mano señalando en cierta dirección… donde estaba colgada la cabeza». 

Y en 1981, luego de volar la insurgencia el Puente de Oro, habilitaron en su defecto el ferroviario. Esperaban Joaquín y sus acompañantes a que les dieran el paso cuando, en la orilla opuesta del río, vieron un grupo de gente conmocionada: venía flotando una joven, con los labios extendidos, boca abajo, vestida de verde olivo. Dos días antes hubo un gran enfrentamiento en una colonia cercana. Un bolito se orilló para rescatar el cuerpo. «La agarró del pelo… y le queda toda la cabellera en la mano», narra Meza, aún impresionado. 

Allí mismo entabló después una conversación con un guardia, preguntándole si había estado en algún enfrentamiento. El tipo sólo dijo «Mire» y se levantó la camisa: tenía la espalda echa picadillo de puras cicatrices. «Fueron como cincuenta hijos de puta que nos dieron verga», manifestó. En eso, pasó un sujeto raro, pálido y seco abajo del puente. El guardia le dice a Meza: «Ese chamaco no es militar, pero le gusta andar con los militares. Se ofrece como motorista para los operativos». 

Joaquín no podía dar crédito a lo que escuchó después: ya en los operativos, el tipo se iba quedando atrás y, a los cadáveres que quedaban tirados —de guerrilleros, soldados o civiles—, les destapaba el cráneo y les comía los sesos… ¿O sería peor lo del guardia que mató y arrancó el corazón a su enemigo, llevándolo después consigo, disecado, en la bolsa?… ¿Habrá sido todo ello una pesadilla?

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).


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