Crónica
Agricultores y activistas estiman que los proyectos para generar energía renovable no deben situarse en tierras usadas por los campesinos para sembrar. | Foto Edgardo Ayala
Edgardo Ayala
Noviembre 15, 2024
Afuera de la muralla de cemento que encierra un nuevo proyecto fotovoltaico en las inmediaciones de Mercedes Umaña, Usulután, el agricultor Luis Rivas muestra las tierras que previo a la instalación de esa planta solar eran usadas, primero, para cosechar milpas y, posteriormente, para la ganadería en pequeña escala.
De hecho, los terrenos que circundan la planta solar aún se usan para esa ganadería de subsistencia. Por eso, tras señalar los paneles solares, que asoman desde adentro del recinto, Rivas juguetea con unas vacas y unos chivos que pastan afuera, impasibles, aprovechando que la vegetación aún se mantiene verde, en octubre.
Esas propiedades se localizan en el lugar conocido como Puertas Chachas, del cantón San Benito, en el distrito de Mercedes Umaña, una tierras que siempre han sido productivas, afirma Rivas. Él mismo las tomó rentadas en la década de los 80, para sembrar ajonjolí.
«Cuando yo dejé de rentarlas, los dueños las dieron a los agricultores en parcelas de dos, tres o cinco manzanas, para sembrar, maíz, ayote, maicillo, frijoles, pipianes y de todo lo que cosechan los campesinos», recuerda Rivas, de 66 años.
El agricultor Luis Rivas, en las afueras de un proyecto solar en las inmediaciones de Mercedes Umaña, explica que esas tierras se usaban para cosechar granos y para la ganadería. | Foto: Edgardo Ayala
Pero Rivas lamenta que tierras productivas como estas sean ocupadas por paneles solares para generar energía renovable, limpia. Y aunque los campesinos últimamente ya no sembraban ahí, sí pastaban sus vacas y la ganadería también genera alimentos: leche, quesos y carne.
«Está bueno producir electricidad de fuentes solares, pero hay que regular; me parece que esos proyectos no deben estar en tierras productivas como estas», acotó Rivas, acomodándose el sombrero. Estima que los herederos de esas propiedades probablemente las hayan vendido o alquilado a los inversionistas del proyecto.
Ni Rivas ni algunos residentes a los que Revista Espacio les preguntó saben cuál es el nombre de la planta solar que se ha ido a instalar ahí desde hace un año, en una propiedad de 12 manzanas, cercana al río Lempa. Tampoco saben qué empresa es la que ha realizado la inversión. El proyecto está en su última fase de construcción.
Sin embargo, durante la visita al lugar, Revista Espacio observó que algunos pick ups de AES El Salvador, parte del conglomerado internacional AES, recorrieron la calle de tierra que lleva hacia la planta solar. Empero, la unidad de comunicaciones de ese consorcio en el país no confirmó si se trata de esa multinacional, cuando se le preguntó al respecto.
AES El Salvador cuenta ya con cuatro plantas solares: Opico Power, Moncagua, Meanguera del Golfo y Bósforo, esta última genera 100 megavatios de energía renovable. En su conjunto, estas iniciativas evitan la emisión a la atmósfera de cerca de 304 toneladas de CO2 al año, se lee en la página de internet del consorcio.
«Hay tierras de menor calidad, no muy aptas para la siembra, donde esos proyectos se podrían instalar», subraya Rivas.
Lo que plantea el agricultor es parte de un debate que ya lleva varias décadas en el mundillo energético internacional: el aparente choque de intereses entre las energías renovables, como la solar, y las críticas llegadas de agricultores y activistas preocupados por la soberanía alimentaria, más interesados en que esas tierras sean para cosechar.
Eso último suena sensato en un país tan pequeño como El Salvador, de un poco más de 20 000 km2 y, además, deficitario en la producción de alimentos indispensables, como maíz, frijoles y lácteos, que deben ser importados de países vecinos.
Por ejemplo, solo en frijoles, el país tendrá un déficit de 750 000 quintales, en la cosecha 2024-2025, según proyecciones de la Cámara Salvadoreña de Pequeños y Medianos Productores Agropecuarios (Campo), debido a que se han sembrado 30 000 manzanas menos de granos básicos, en relación a la cosecha anterior.
Carestía de frijoles significará precios más altos para los consumidores en general y, lo peor, menos proteínas en los platos de los campesinos del país.
Esas manzanas que no se sembraron no necesariamente se debe a la falta de tierras, sino, más bien, a las erráticas políticas agropecuarias, o a la falta de ellas, que ha sido la norma en el país desde que se decidió, a mediados de los 90, a abandonar la agricultura y apostarle, en ese entonces, a las maquilas, en los tiempos del presidente Armando Calderón Sol, que gobernó entre 1994-1999. Falleció en octubre de 2017.
Ahora es lo mismo, solo que se le apuesta al turismo y a la construcción, los sectores económicos aliados del presidente Nayib Bukele, quien, desde que llegó al poder en 2019, hasta la fecha —ahora en su cuestionado segundo mandato, desde junio de 2024— ha removido a cuatro ministros de agricultura y ganadería, señal inequívoca de que la situación en el sector no va nada bien.
La ganadería es una de las actividades productivas en el cantón San Benito, de Mercedes Umaña, donde se ha instalado un proyecto solar. | Foto: Edgardo Ayala
Sobre el proyecto solar en el cantón San Benito, se podría pensar que, dado que ese terreno de 12 manzanas ahora es para producir electricidad, los campesinos que la usaban para mantener sus vacas simplemente las pueden llevar a otro lugar, y sanseacabó.
Pero encontrar otro lugar puede implicar un mayor costo económico para esos ganaderos de subsistencia.
Además, puede que esos nuevos espacios no sean adecuados para mantener ganado, lo que al final redundaría en una baja en la producción de leche y quesos, afectando con ello la soberanía alimentaria de las familias campesinas, en un contexto en que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), advirtió en un informe, publicado en julio de 2024, que un millón de salvadoreños pasan por inseguridad alimentaria.
De entrada, habrá que dejar claro algo: nadie se opone o pone en duda los beneficios ambientales y sociales de producir energías de fuentes limpias, como la solar, que no es generada por la combustión de hidrocarburos que producen dióxido de carbono (CO2) y terminan dañando la capa de ozono y aceleran el cambio climático.
A la fecha, según datos oficiales, las energías renovables representan alrededor del 60 % de esa matriz energética del país, con 20 % generado por la geotermia, un 7.31 % por la solar, un 2,27 % por la eólica, un 7,22 % por la biomasa y un 20 % por las hidroeléctricas.
Actualmente, existen aproximadamente 250 proyectos fotovoltaicos en El Salvador, según estimaciones de Oscar Funes, vicepresidente de la Asociación de Energías Renovables (ASER), y presidente de Enersys Solar, una de las empresas de ese segmento.
En conjunto el sector fotovoltaico representa 600 megavatios de potencia instalada en el país, equivalentes a una producción de 600 millones de watts de energía, explica Funes.
«La energía solar trabaja por radiación, no por luz, siempre pongo el ejemplo de que a veces uno va al mar, y aunque esté nublado, uno siempre se quema la piel. El Salvador está bendecido por tener una de las mayores tasas de radiación a nivel territorial, en América», asegura Funes.
Entonces eso permite que los proyectos sean rentables: entre más radiación, más energía se obtiene, añade.
Funes, ingeniero civil, valiéndose de las matemáticas, calcula que, si hay 1,5 millones de paneles instalados en esos 250 proyectos, y considerando las dimensiones de cada uno, en el país hay alrededor de 1,100 manzanas de tierra (unas 750 hectáreas) ocupadas por plantas solares.
El experto recuerda cuando, en los años 90, se dieron los primeros esfuerzos de energía solar, cuando el país había salido de la guerra y la cooperación internacional promovía ese tipo de iniciativas en pequeñas comunidades rurales, pero sin importar el costo, que era altísimo, porque la tecnología de entonces costaba un ojo de la cara.
«No eran viables económicamente, era carísimo, un panelito le costaba a uno entre 2,500 y 3,000 dólares, hoy valen 80 pesos», reseña.
Aun así, algunos empresarios locales se atrevieron a incursionar en el sector de la energía solar, y a medida que la tecnología se fue abaratando, el mercado fue creciendo.
«El Salvador es el país de Latinoamérica, y me atrevería de los más importantes en el mundo, de utilización per cápita de módulos solares», dice Funes.
Incluso el gobierno, por medio de Inversiones Energéticas S.A. de C.V. (INE), un híbrido raro, mitad estatal mitad privado, se ha metido de lleno en la producción energética fotovoltaica, con su planta Talnique Solar, instalada en las cercanías de ese distrito, en el departamento de La Libertad. Se le conoce como la primera planta solar del Estado.
Talnique Solar fue inaugurada en diciembre de 2023 y cuenta con 29,904 paneles solares y una capacidad instalada de 17 megavatios en horas pico, con lo cual puede generar electricidad para abastecer a unos 26 mil hogares al mes.
Esa planta, dice el INE, contribuirá a la reducción anual de 16,620 toneladas de emisiones de dióxido de carbono (CO2).
El Salvador no produce todos los alimentos que necesita su población, especialmente granos como frijoles y maíz, que deben ser importados de los países vecinos. | Foto: Edgardo Ayala
En efecto, esas ventajas socioambientales de la generación solar están más que claras.
El punto clave es, dicen los expertos, regular que la tierra donde se instalan las plantas solares no sea la misma donde los campesinos siembran y cosechan sus productos, como maíz y frijoles, omnipresentes en la dieta alimenticia de los salvadoreños.
«Promover la energía solar es una cosa buena, como es bueno andar en bicicleta, pero hay que tener las precauciones del caso», explica Ricardo Navarro, del Centro Salvadoreño de Tecnología Apropiada (Cesta), afiliada local de la organización internacional Amigos de la Tierra.
Navarro acota: «La energía del sol se puede usar en otros lugares como los techos de las casas o edificios, es más, por ley deberían de ponerse en esas estructuras (…) Pero poner colectores solares en una zona fértil, donde a lo mejor puede producirse alimento, eso no necesariamente es algo bueno».
Mateo Rendón, coordinador de la Mesa Nacional Agropecuaria, sostiene que la llegada de energías renovables siempre ha tenido, históricamente, un componente de despojo y desplazamiento de campesinos, como ocurrió en la construcción de las presas hidroeléctricas en el país, que implicó inundar tierras de comunidades rurales.
«Las energías renovables, como la geotérmica, eólica y solar, vienen a sustituir energías carísimas, como las producidas con petróleo, todo esto es bueno, nadie se opone, pero el caso es que estas energías siempre vienen a desplazar otros quehaceres en los territorios donde se instalan», afirma Rendón.
Igual está pasando con esta energía solar, agrega, pues se instala básicamente en zonas productivas, donde pega fuerte el sol.
«Ahí lo que están haciendo es desplazando la agricultura», afirma. Y eso no es nuevo.
Rendón acompañó a Revista Espacio al caserío La Palomilla de Gualcho, en las inmediaciones del distrito de Nueva Granada, también en Usulután. Él conoce bien esas tierras desde que era un niño, porque ahí se crió y ayudaba en las tareas agrícolas familiares.
«Era una planicie lindísima, unas tierras planas, productivas, en la década de los 70 mi padre cultivaba esas tierras, las alquilaba, y las producíamos de maíz, frijol, maicillo, ganado, calidad de tierras, hasta con riego; y hoy, por lo menos ese segmento, está lleno de paneles», cuenta Rendón, mientras estaciona su automóvil al lado de un proyecto solar ubicado justo a la orilla de la calle de tierra.
En 2009 se inauguró en ese caserío un proyecto solar, pequeño, de unas cuatro manzanas. Los inversionistas detrás de esa iniciativa participaban de un grupo de empresarios «por el cambio», cuando Mauricio Funes se postuló y ganó ese año la presidencia del país, de la mano del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.
La planta solar parece abandonada, descuidada. Parece que nadie ha cortado la maleza, en meses.
Pero, a pesar de las apariencias, la granja solar aún sigue activa, según dijeron personas de la zona.
«Yo no estoy en contra de esas tecnologías, del desarrollo, el problema es que contravenga el derecho de los demás a producir sus alimentos», insiste Rendón.
Al igual que Navarro y el agricultor Rivas, Rendón aboga por que el gobierno ejerza un mayor control y regulación en torno a los lugares donde esos proyectos deben de instalarse.
Ese debate, poco frecuente en el ámbito salvadoreño, podría ir siendo cada vez más visible en el país, sobre todo por el impulso que desde hace varios años se viene haciendo de las energías renovables.
Talnique Solar es la primera planta fotovoltaica del Estado. Fue inaugurada en diciembre de 2023 y genera electricidad para unos 26 mil hogares al mes. | Foto: Inversiones Energéticas
El 15 de octubre, el gobierno salvadoreño anunció que ha aprobado 21 proyectos solares más en el país, lo que supone, por un lado, un incremento en la generación de electricidad de fuentes fotovoltaicas, una vez entren en operación pero, por otro, mayor cobertura de tierras con paneles solares.
Se desconocen los detalles de tales proyectos, como su tamaño y capacidad de generación, y por esa razón no hay modo de calcular la extensión de terreno que ocuparán.
«Normalmente, esos proyectos nuevos no son grandes, pues los grandes son producto de licitaciones; esos nuevos también pueden ser iniciativas propiciadas por el gobierno, a través de excepciones fiscales, etc., como la de Volcano Energy», añade Funes, refiriéndose a la empresa que se espera genere 85 megavatios para empezar a minar bitcoines en enero de 2025. En ese esfuerzo también participa Luxor Techonoly Corporation.
Ese criptoactivo es de curso legal en el país desde septiembre de 2021, una política que no termina de convencer a nadie, pero que el presidente Bukele se obstina en seguir empujando.
Funes descarta que el sector fotovoltaico del país arrebate a los campesinos y agricultores tierras para cultivar.
«Cuando se hicieron todas estas licitaciones (cuando los proyectos comenzaron a despegar) nos daban mapas de El Salvador donde se podían poner paneles solares: en zonas donde las tierras no fueran necesariamente utilizadas para siembras», recalca. Esos mapas siguen vigentes, señala.
Agrega que la mayoría de granjas fotovoltaicas se han instalado en cañales, un monocultivo que de todos modos ya se ha destinado para la producción de azúcar para el mercado local y extranjero.
Según cifras del sector azucarero, en el país se cultivan unas 80 000 hectáreas de caña, pero las organizaciones sociales afirman que son alrededor de 113 000 hectáreas.
«Se ha reemplazado caña por paneles, nunca he visto una milpa que la hayan reemplazado por paneles solares, y sí he visto proyectos en zonas de tierras ociosas», asegura Funes.
Incluso, afirma que ya se han detenido proyectos que atentaban contra las normas ambientales.
«Yo tuve la oportunidad de ver un proyecto que yo lo cambié, porque había un arrozal, en Zapotitán, al nomás verlo vimos que era la locura más grande de este planeta, y lo cambiamos. También vi un proyecto donde iba a haber mucha tala, y lo cambiamos».
Los proyectos mayores a cinco hectáreas o cinco megavatios están sujetos a toda la normativa ambiental, aclara el experto.
Sin embargo, si bien la mayoría de empresas fotovoltaicas que operan en El Salvador son parte de ASER, algunas no, y sobre esas él no mete las manos al fuego.
Esmeralda Villalta, activista del medio ambiente y de la tierra, en la región de Tecoluca, en el departamento de San Vicente, asegura que de las cuatro plantas solares instaladas en la zona, unas desde 2015, otras más recientes, al menos dos sí tenían cultivos de maíz y frijoles, entre otros productos. Las otras dos sí eran ya cañales cuando llegaron esas iniciativas a la zona.
«La zona de Tecoluca es conocida por ser productiva, y a esos campesinos que trabajaban ahí les tocó buscar tierras que sembrar un poco más lejos», afirmó Villalta, que pertenece a la Asociación para el Desarrollo de El Salvador, conocida como Cripdes.
Villalta sostiene además que esas comunidades creen que, al instalarse las iniciativas solares en la zona, tendrán el beneficio directo de recibir una electricidad más barata, e incluso que las áreas sin iluminación van a ser iluminadas, pero luego se enteran de que eso no sucede, porque la energía va a la red del sistema eléctrico nacional, para todo el país.
«Entonces no hay beneficios directos para las comunidades», remata.
Mientras tanto, el agricultor Rivas, parado en el potrero contiguo a la planta solar, en el cantón San Benito, de Mercedes Umaña, toma con su teléfono celular fotografías a las vacas que pastan ahí, porque le gusta la escena: la vegetación verde, las vacas y un volcán de fondo.
Antes de tomar la última foto, y señalando de nuevo hacia los paneles, dice: «Como digo, está bien impulsar proyectos solares, pero insisto en que lo que necesitamos en el campo son políticas eficaces para mejorar la producción, para que los agricultores podamos producir en mejores condiciones».
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