Memoria
Rogelio Miranda (al frente) se dirige al lugar donde los sobrevivientes conmemoran el asesinato de sus amigos, vecinos y familiares. | Foto: Luis Galdámez
Espacio Revista
Noviembre 15, 2024
El cantón Copapayo se ubicaba cerca de zonas bajo el control del guerrillero Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) en el cerro de Guazapa y en la parte norte del departamento de Chalatenango en la década de los 80. Eso hacía a los pobladores especialmente vulnerables a la represión del Ejército salvadoreño, según lo recuerda Rogelio Miranda, uno de los sobrevivientes de la masacre que, en aquel momento, tenía sólo diez años: «Trabajábamos a veces en la agricultura o a veces en la pesca, pero igual nos tocaba salir huyendo por la represión del Ejército».
Dicha represión fue la causante de grandes cantidades de población desplazada que huía de los operativos. En el caso de los pobladores de Copapayo, los que pudieron sobrevivir se refugiaron en el campamento de Mesa Grande, en Honduras, y regresaron a El Salvador años después en varias repoblaciones, la primera en octubre de 1987.
En 1983, cerca del embarcadero del cantón Copapayo, dos pobladoras preparan algo para comer. | Foto: Mike Goldwater, Centro de Fotografía
Dicha represión fue la causante de grandes cantidades de población desplazada que huía de los operativos. En el caso de los pobladores de Copapayo, los que pudieron sobrevivir se refugiaron en el campamento de Mesa Grande, en Honduras, y regresaron a El Salvador años después en varias repoblaciones, la primera en octubre de 1987.
Cada noviembre los pobladores recuerdan a sus familiares, amigos y vecinos asesinados en esa masacre. Este año, llevaron una ofrenda floral al lugar y elevaron dos globos, uno negro y otro blanco. «El negro porque es el luto de lo que sucedió allí, y el blanco porque ya por lo menos dizque estamos es paz», refiere Nelson Ayala, otro de los sobrevivientes.
La estrategia de «tierra arrasada» fue una práctica
del Ejército salvadoreño cuyo objetivo era la aniquilación indiscriminada de la población.
Sobrevivientes dejan una ofrenda en las inmediaciones del lago Suchitlán, donde ocurrió una parte de la matanza. | Fotos: Luis Galdámez
Más que una táctica
El Batallón Atlacatl fue uno de los frutos de la asistencia militar de los Estados Unidos a los gobiernos represivos de esa época, entrenados en tácticas contrainsurgentes como la conocida «tierra arrasada» o «quitarle el agua al pez», según consta en el informe de la Corte Interamericana de Justicia (CIJ) sobre la masacre de El Mozote.
Esta estrategia que consistía en «‘el aniquilamiento indiscriminado de uno o varios poblados en el contexto de un mismo operativo1, seguido de la destrucción o quema de siembras, viviendas y bienes de las víctimas que habían sido previamente ejecutadas (…)», (https://corteidh.or.cr/docs/casos/ articulos/seriec_252_esp.pdf).
El Batallón Atlacatl perpetró el operativo y la masacre. En la foto, durante el proceso de desmovilización por los Acuerdos de Paz de 1992. | Foto: Giuseppe Dezza
Tal como lo describe el informe de la CIJ lo recuerda una de las sobrevivientes de la masacre, María Corina Sosa Rauda, quien perdió a tres hermanos, entre otros familiares: «A todos los mataron, las casas incendiadas, a las que les quedaban paredes las botaban, mataban a los animalitos…». (Mediateca Centro Arte para la Paz, https://www.youtube.com/watch?v=4YJhYICONK8).
Según el mencionado informe de la CIJ, el fenómeno de las masacres en El Salvador formaba parte de una estrategia deliberada y sistemática del Ejército, es decir que no fueron algo esporádico: «La Comisión de la Verdad descartó ‘toda posibilidad de que se haya tratado de incidentes aislados o de exceso de los soldados o sus jefes inmediatos. Todo comprueba que estas muertes se inscriben dentro de un patrón de conducta, de una estrategia deliberada de eliminar o aterrorizar a la población campesina de las zonas de actividad de los guerrilleros, a fin de privar a éstos de esta fuente de abastecimientos y de información, así como de la posibilidad de ocultarse o disimularse entre ella’».
Los sobrevivientes Nelson Ayala Sosa, hoy de 54 años, y Rogelio Miranda, de 51, coinciden en los recuerdos dramáticos y espantosos de esos dos días.
Después de presenciar la masacre, Nelson se encontraba aterrorizado, por lo que decidió quedarse solo en los montes.
Los sobrevivientes de la masacre liberaron dos globos: el negro por el luto de lo sucedido y, el blanco, por la paz. | Foto: Luis Galdámez
«Un recuerdo terrible», Nelson Ayala Sosa
Nelson Ayala recuerda que, un día antes, él, su familia y otros pobladores de Copapayo que formaban un grupo de casi 300 personas, salieron huyendo hacia un lugar cercano conocido como La Fosa, al otro lado del embalse, ya en el departamento de Chalatenango.
Nelson explica que allí permanecieron un día y parte de la noche. Recuerda que algunos pobladores salieron a explorar y dijeron que los soldados ya se habían ido, por lo que el grupo tomó la decisión de regresar. Al abrigo de la oscuridad comenzaron a embarcarse de regreso a Copapayo en cayucos. Sin embargo, como era bastante gente, los sorprendió la luz del día, por lo que los soldados que estaban en el cerro llamado La Escopeta, los detectaron.
Nelson Ayala (izquierda) y Rogelio Miranda tenían, respectivamente, 13 y 10 años de edad cuando sucedió la matanza. | Foto: Luis Galdámez
Entonces, detalla Nelson que: «Yo estaba junto a mi hermana mayor y pude ver cuando ellos bajaron ametrallando a la gente, pude ver cuando recogieron a los que estaban buenos y a los que estaban heridos (…). Vi cuando entraron pintados, con sus mochilas y toda la cosa, de allí fue que me meto al agua, y empezaron ellos a sacar a los que estaban metidos en el agua —alguna gente se había metido pero no muy profundo—, entonces, los sacan con palos y los tiraban para afuera. Yo me quedé allí en medio, a mí no me encontraron».
Nelson era un niño de 13 años, de poco peso para su edad y no sabía nadar. Sin embargo, explica, se agarró de una parra de lechuga que había en el agua. «Esa lechuga me fue llevando, me fue llevando y me llevó a donde ella quiso, pasé ese día, esa noche a la velocidad de la lechuga, y fui a salir al pueblo que se llama Potonico, cerca de la presa».
Nelson Ayala (izquierda) junto a la persona (derecha) que lo encontró «monteando» en el 83 y lo llevó a San Antonio Los Ranchos. | Foto: Luis Galdamez
A pesar de ser un lugar cercano, Nelson no conocía Potonico. Después de presenciar la masacre se encontraba aterrorizado, por lo que decidió quedarse solo en esos montes. Después de un mes de andar así, cerca del lugar llamado «El plan de las pozas», una columna guerrillera lo encontró y lo llevó a San Antonio Los Ranchos, en Chalatenango, donde le brindaron asistencia.
Nelson no fue de los capturados, pero su hermana sí. Fue violada y después asesinada.
«Las escenas que vi en la masacre, cuando llegan y ametrallan a la gente, terminan a los que están heridos porque decían que esos no podían caminar con los capturados (…) Yo no fui de los capturados, gracias a Dios. Pero pude ver todo», afirma Nelson.
El día de la masacre, Nelson andaba en Copapayo solo con su hermana mayor, su papá, su mamá y el resto de su familia estaban en otro lugar llamado Las Delicias. Refiere que su hermana sí fue capturada y, después, violada y asesinada.
También relata que en Copapayo la población era, sobre todo, mujeres, niños y personas mayores. «Realmente allí no había gente armada, era gente que no andaba combatiendo».
Menciona a Elmer, Johnson, Rogelio y Gabriel, otros niños que también sobrevivieron a la masacre.
Más de cuatro décadas después, Nelson subraya que los sobrevivientes aún esperan justicia. «Realmente a nosotros nos fregaron nuestra niñez. Ese trauma psicológico que traemos de eso que vivimos, pues no es nada fácil, y a 41 años, que no haya habido ningún tipo de justicia, pues deja mucho que desear».
Ahora Nelson trabaja en la agricultura y apoyando a la comunidad. Perdió a su hermana y a su hermano mayor en la guerra y tiene cuatro hijos.
El núcleo familiar de Rogelio Miranda era de seis personas, de las cuales asesinaron a cinco: su papá, su mamá y tres hermanos.
«Me tocó sufrir lo que fue esa terrible masacre», Rogelio Miranda
En su caso, Rogelio relata que sobrevivió a la primera matanza del 4 de noviembre en Copapayo. Allí fue capturado por el Batallón Atlacatl. «Al final, fuimos como 90 personas capturadas y llevadas al cantón San Nicolás (…).
Allá fue donde el grupo, como era muy grande, los distribuyeron en tres grupos, y así fue que, bueno, empezaron a asesinarlos por grupo, igual al grupo donde yo estaba. Gracias a Dios pude sobrevivir a esta última masacre también».
Rogelio era un niño de 10 años en 1983. Su núcleo familiar era de seis personas, de las cuales asesinaron a cinco: su papá, su mamá y tres hermanos, por lo que, ya huérfano y solo, pasó a vivir con su abuela.
Salió hacia el campamento de refugiados de Mesa Grande, en Honduras, desde donde también regresó a Suchitoto como repoblador en 1987, año en que fueron reubicados en el lugar llamado El Cenícero.
Rogelio también relata que en 1988, ya como repoblador viviendo en la zona, le tocó colaborar con la guerrilla en tareas de logística, como llevar alimentos y transportar combatientes. Fue uno de los desmovilizados como parte de los Acuerdos de Paz firmados en 1992 entre la guerrilla y el gobierno salvadoreño.
La presidenta de COMADRES, Madre Lucy, junto a otros ciudadanos presenta el proyecto de ley de justicia transicional que han presentado al Gobierno. | Foto: Luis Galdámez
1 Informe Especial de la señora Procuradora para Defensa de los Derecho Humanos sobre masacres de población civil ejecutadas por agentes del Estado en el contexto del conflicto armado interno ocurrido en El Salvador entre 1981 y 1992 emitido el 7 de marzo de 2005.
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