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Memoria

Con 54 años de edad y 30 de carrera, Milton Flores expresa que el periodismo ha sido una carrera vivida con mucha alegría, estrés y peligros. | Foto: Luis Galdámez

Anécdotas de periodistas veteranos

Milton Flores, «Loco» por la fotografía

Texto: Raquel Kanorroel*
Fotos: Milton Flores y Luis Galdámez

Mayo 30, 2025

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A mediados de 2005, un avión procedente de México arribó al Aeropuerto de Comalapa. En él venía un ex prófugo de la justicia. Periodistas de diversos medios esperaban ansiosos para captar la noticia. En eso salió de la aeronave un tipo claramente desvelado y sin rasurar. Muy pronto recibiría su merecido. En efecto, alrededor de las 5:00 p.m. llega a su destino final y, cuando entra al recinto, todos los allí presentes, distribuidos en alrededor de 100 cubículos, se paran y… comienzan a aplaudir. Él preguntó que qué putas les pasaba. «¡Maje, te están felicitando!», exclamó una voz.

El tipo desvelado y sin rasurar era el fotoperiodista Milton «Loco» Flores, quien llegó a la Sala de Redacción de La Prensa Gráfica (LPG) y recibió un espontáneo homenaje por lograr darle cobertura al caso del ex presidente de la Administración Nacional de Acueductos y Alcantarillados, ANDA, ingeniero Carlos Perla, acusado de desfalcar al Estado varios millones de dólares y quien escapó a las afueras de París; pero fue detenido y procesado en Francia y luego extraditado a El Salvador vía México. Flores y él regresaron en el mismo avión, donde el «Loco» realizó la entrevista.

Antes que Milton —quien para entonces ya era ampliamente reconocido por sus coberturas deportivas—, del rotativo enviaron a periodistas experimentados a Francia, quienes no lograron cubrir el proceso. Pero la de Perla fue también la cobertura de un «deporte», añejo como el mundo: la corrupción. De hecho, desde muy pequeño, Flores —nacido en 1971 y originario del Cantón El Tablón del municipio de Sociedad en Morazán— conoció el lado oscuro de la naturaleza humana. 

Fue un niño de la guerra, al que asustaban tanto los hombres armados —de uno y otro bando— como las armas en sí mismas. La madre tenía una tienda grande, a la que llegaban alternadamente soldados y guerrilleros a saquearla, también en grande. Cierta noche, los insurgentes botaron las puertas y entraron. «Mi madre era una mujer sola con tres hijos pequeños, pues los dos mayores no estaban ya con nosotros. Los subversivos se llevaron la cocina, víveres y varias cosas más. Antes de marcharse, uno de ellos le dijo a mi mamá que en la noche volvería por ella», relata Milton. 

La señora entró en pánico: esa misma mañana salieron para Corinto. Vinieron saltando de localidad en localidad hasta llegar a San Salvador, a inicios de los ochentas. «No tuve la oportunidad de desarrollarme en mi ambiente. Me ha perseguido siempre la pregunta de quién hubiera sido yo si no hubiese habido guerra. Y no me arrepiento de lo que me ha pasado, pero me habría gustado tener la oportunidad de trabajar tierras: quería ser agrónomo», manifiesta el ahora fotoperiodista. 

Porque, irónicamente, así como teme a las armas, temió también en un inicio a las cámaras: «Todo lo nuevo, para cualquier ser humano, crea eso: inseguridad (…)», expresa. Pero, aunque nunca tiró una bala ni le gustan siquiera los cohetes navideños, es como si la vida lo hubiese llevado a tomar las armas de otra manera. Porque las cámaras también son armas y, como éstas, se disparan.


«Cometí los mismos errores de cualquier fotógrafo nuevo que no sabe las reglas de la cancha…».


Salvadoreños que han sido deportados desde Estados Unidos hacia El Salvador abordan el avión, aún esposados de pies y manos. | Foto: Cortesía de Milton Flores

Su bendito rechazo a las matemáticas… y los protocolos inservibles

Llegó a la Universidad Tecnológica con la intención de estudiar una carrera con la menor cantidad de matemáticas posible. Pidió el programa de Periodismo, vio que sólo llevaba una materia con números y dijo: «¡Aquí me meto!».  Fue compañero en primer ciclo del reconocido fotoperiodista y artista de la cámara Teyo Orellana, quien después lo llevaría a El Diario de Hoy (EDH) y sería su jefe. 

El licenciado Eulalio Gómez —de grata recordación— se lo recomendó a Teyo, no sin antes advertirle: «Éste es un poco loco, pero allí va». Aunque Flores ya era instructor fotográfico, tenía en su haber poca experiencia y muy poco material. Así que Gómez le prestó algunas de sus fotos para que las adjuntara al currículum. Corría 1994. Como Milton era «el nuevo» en EDH, lo mandaban a donde nadie quería ir. «Los fotógrafos querían andar donde “había baile”, como digo yo: es decir, donde había protestas o se iban a dar duro o había balazos», acota Flores.

Tampoco lo llevaban a los partidos, sino que él «iba de metido», porque «hay una cosa que me encanta de la fotografía deportiva, y es que usted no tiene que hablar con nadie (aunque yo hablo mucho)», comenta sonriente. También le gusta porque las imágenes deportivas son cualquier cosa menos posadas. Además, «usted sólo llega y se va y todos contentos». Le pusieron «Loco» porque corría de un lado a otro en la cancha, donde estuvieran festejando un gol. 

«Cometí los mismos errores de cualquier fotógrafo nuevo que no sabe las reglas de la cancha: no invadir el terreno, no cruzarse en la cancha cuando se realiza el partido y mantenerse en el área delimitada para los fotógrafos», señala Milton. Sin embargo, Flores no es reconocido precisamente por seguir protocolos, pero él explica la razón: simplemente, aquí no servía el protocolo, a diferencia del que tienen, por ejemplo, los fotógrafos de los presidentes en Estados Unidos, donde, «si el Jefe de Prensa le dice al fotógrafo “Aquí lo pongo”, es porque allí pasará lo más importante». 

«En cambio —continúa— aquí era al revés: lo ponían a uno a un lado y la foto era para el otro lado; entonces ésta sólo la obtenía el fotógrafo oficial. Yo rompía el protocolo entonces porque lo que quería era obtener una buena foto».  

Milton ha cubierto muchos eventos deportivos, incluidos mundiales de fútbol y juegos panamericanos. Su primera foto deportiva publicada fue la de un jugador manco. | Foto: Cortesía de Milton Flores

Los múltiples chips de un periodista

Además de la corrupción, el «deporte» más antiguo es la violencia, la cual Flores también tuvo que cubrir ampliamente. De hecho, «nos teníamos que cambiar el chip varias veces al día, pues en un día cubríamos de todo. Es una carrera muy sacrificada cuando se quiere hacer un buen trabajo. Y había que aprender rápido», señala. Su primera cobertura de tipo social fue una protesta de los lisiados de guerra —aún trabajaba en EDH— desarrollada en la Avenida Olímpica, donde murió desangrado un manifestante porque un policía le tiró una bala de goma desde muy cerca. 


Se oye una detonación y un estudiante cae muerto. Milton se voltea y ve a un tipo armado… apuntándole a él. «Y salgo patas para qué te quiero…».


«A mí me pasó cerquita la bala, hasta sentí el zumbido. Cuando veo para atrás, ya estaba el lisiado caído», recuerda Milton. En cuanto a la violencia estudiantil, era «el pan de cada día» en San Salvador. A veces, aparte de pedradas y cinchazos, salían a relucir armas de fuego en las reyertas. «Nosotros hasta sabíamos la hora en que se daban duro», indica Flores: por la 1.ª Calle Oriente había una Pizza Hutt, donde él y sus compañeros almorzaban mientras esperaban a que iniciara «el baile». 

Cierto día, cabal a esa hora comienza el desparpajo y salen entonces a cubrir. En eso, se oye una detonación y un estudiante cae muerto. Milton se voltea y ve a un tipo armado… apuntándole a él. «Y salgo patas para qué te quiero (…). Gracias a Dios, no disparó. La foto la tomaron mis compañeros». El tipo se regresó por donde había aparecido, tiró el arma en algún lugar y se fue: era un policía vestido de civil, quien después fue apresado y condenado.

A Milton le tocó cubrir la violencia pandillera de los noventas. Considera que, en las décadas de los 80 y 90, el fotoperiodismo en El Salvador ha tenido muy buena calidad. | Foto: Cortesía de Milton Flores

Luego, ya en LPG, hizo un trabajo sobre pandilleros: fue al Penal de Quezaltepeque a platicar con ellos y a fotografiarlos. «Lo más curioso era que tomaba la foto y el tipo al rato ya estaba muerto. Varios murieron así», relata Flores. Hasta que, cierta vez, se subió al carro con unos mareros: no pudo poner los pies en la alfombra por el montón de «juguetes» que llevaban, esos que a Milton lo espantaran tanto desde niño. Los «bichos» le dieron un consejo «profesional»: que mejor no les hiciera las fotos, «porque, si por tu culpa nos pasa algo, el que la va a pagar sos vos».

Pero, más que por cualquier amenaza, Flores se alejó del tema de las pandillas a raíz de la muerte del periodista Christian Poveda: «Me indignó muchísimo, porque él los defendía tanto… les hizo una película; los sacaba a comer pizza, a comer helado… y lo terminan matando. Además, trabajar con ese temor de que lo puedan matar a uno… no sirve». Pero, en el ínterin de esas coberturas a tipos de mala vibra, le tocó captar la imagen de inocentes criaturas aladas en un contexto nada inocente…

Eran los tiempos de las protestas del Sindicato de Salud contra los intentos del ex mandatario Francisco Flores de privatizar la salud, pero «ya estábamos aburridos de la misma “marcha blanca”. Entonces los de redacción decidieron hacer la cobertura al revés: “Vamos a ver qué pasa cuando no están los médicos que protestan”». Así, mientras otros compañeros cubrían las marchas, al «Loco» lo mandan a cubrir el hospital, donde siempre quedaba un poco de personal sanitario atendiendo. 

En eso, ve que a una ancianita le estaban comiendo su comida las palomas de Castilla y tomó la foto. El editor de fotografía, Fernando Golscher, se la mostró a Rodolfo Dutriz. Éste hubiese preferido que Flores enfocara a la señora y no a las palomas. Pero, en el momento que Milton tomaba la imagen, llegó un enfermero y… ¡Fum!: las espantó. No quería que se mostrara al mundo aquella pobreza en la que se mantenía inmerso el principal nosocomio nacional. Pero igual se mostró.

En el antiguo Hospital Rosales, las palomas solían comerse el alimento de los enfermos en Emergencias, claro indicador del abandono en que estaba dicha institución. Esta imagen se llevó la portada en LPG. | Foto: Cortesía de Milton Flores


«Me zampé al ring (…), nadie me dijo nada. Cuando salí, me dijeron que tenía que irme». Lo sacan al pasillo… pero él se mete por otra puerta.


«Persona non grata»… pero sacó las fotos

En 2003, en el Hotel Mandalay Bay de Las Vegas, el salvadoreño Carlos «Famoso» Hernández se coronó Campeón Superpluma. Flores tuvo «full cobertura del evento: podía hasta entrar a la habitación del “Famoso”. A la hora de la pelea, estaba en ringside, que es un lugar privilegiado». Al ganar Hernández, el «Loco» se sube al ring, todavía atrás de las cuerdas; pero los camarógrafos le tapaban la escena. Decidido, «me zampé al ring (…) y obtuve las imágenes. Nadie me dijo nada. Cuando salí, me dijeron que tenía que irme». Lo sacan al pasillo… pero él se mete por otra puerta. 

Regresó al ring a tomar fotos desde abajo; pero lo ven, lo llaman «persona non grata» y lo sacan a la calle, cortésmente acompañado por un tipo mal encarado de casi dos metros de alto. «Pero era por la foto (…). En un medio no podés decir que no la tomaste porque se te metió el camarógrafo», explica Flores, quien ingresa a la Sala de Prensa y comienza a trabajar rapidito las fotos. Lo sacan de nuevo, diciéndole que tampoco podía enviar material. Llega Verónica, esposa del «Famoso», y discute con los de seguridad, diciéndoles que él es el fotógrafo de su esposo.

Afortunadamente, a su compañero —Óscar Guerra— Milton previamente le enseñó dónde guardaba el material en la computadora, la clave de acceso y los pasos para mandarlo por correo. De modo que, mientras Verónica discutía con aquellos gringos «caras de póker» en defensa del pobre «Loco», Óscar enviaba el material y ni cuenta se dieron. Quizá por esta determinación mostrada por Flores fue que sus jefes decidieron premiarlo con el viaje a París en 2005… 

A la izquierda, el ex mandatario salvadoreño Francisco Flores durante el encuentro en el que resultó campeón Carlos «Famoso» Hernández (centro) y que lo llevó a ganar el título mundial de boxeo. | Foto: Milton Flores

Un París nada romántico (y muy acelerado)

Héctor Silva, Jefe de Redacción de LPG, le anuncia que irá a la Ciudad Luz, a cubrir la audiencia donde un juez dictaría sentencia sobre la extradición de Carlos Perla. «¡Pero yo no sé francés!», alegó Milton. «No te preocupés, “Loco”. Sé que llevás una gran presión, pero no te preocupés» … «¡Cómo me estás diciendo que llevo una gran presión, pero que no me preocupe!», rezongó Flores… quien efectivamente llegó a París la madrugada siguiente. No le entendía nada al oficial que lo recibió ni éste a él, hasta que el francés se aburrió, selló su pasaporte y le dijo «Bienvenido». 

Luego de que el taxista quiso cobrarle 30 euros más de la cuenta, llega al hotel —donde se alojaban los fiscales salvadoreños— y ve a un tipo ensangrentado: le habían robado la cámara. Pasa cinco días allí, sin nada qué hacer; pero siempre amaneciendo con la maleta hecha y llevándola consigo, por si tenía que salir de emergencia; se reúne con dos chinos —Claudio «el Chino» Martínez (periodista deportivo argentino) y Lissette «la Chinita» Lemus, de EDH—, quienes venían de España…

Se tienen que bajar del metro rumbo al Juzgado, porque les avisan que a Perla lo extraditaron y lo llevaban al aeropuerto. Toman un taxi. Una vez allá, averiguan que el extraditado está a punto de abordar la nave de American Airlines desde la Sala C. Estaban en la A, así que salen corriendo a la C en aquel aeropuerto enorme … Lissette les entrega su equipo y se queda llorando, pues le robaron el suyo en Madrid… El «Chino» también quiere llorar, porque saca como 10 tarjetas sin lograr cubrir el importe del pasaje, hasta que Flores pone el resto y al fin entran al avión grandote de 47 filas…


Aquel insulto al orgullo nacional del agente envió al «Loco» directo a una bartolina… contigua a la de (Carlos) Perla.


El deportado (con derrame facial) está en el último asiento, junto a agentes de Interpol, fiscales y policías salvadoreños. Claudio, aunque no sabía nada sobre quién era Perla y cuál era el lío, estaba ansioso por entrevistarlo. Flores lo calma —“¡Imagínese, yo calmándolo a él!”— y le advierte que ni lo intente, porque entonces «este tipo hace un desmadre y la regamos: lo bajan, nos bajan y se lo llevan», porque en Francia «no podés invadir la privacidad ajena»… 

La primera reacción de Perla fue no querer saber nada de ellos… pero ahora tenían 14 horas de vuelo por delante: no había por qué desesperarse. Ya fuera del espacio aéreo francés, se levanta Milton a ver si logra un par de fotos; el extraditado se niega y después accede. Flores hace varias tomas con su Canon. Luego, como el «Chino» no podía tomar fotos, sacó la cámara de Lissette [¿no dijo que a Lissette le había robado el equipo?] —una Nikon— y las tomó como pudo, pues ambas marcas funcionan de modo muy distinto. En el transcurso del vuelo, Perla decidió hablar. Milton llevaba listo un cuestionario y lo entrevista. 

Grabó cada palabra: Perla consiguió que echaran a varios periodistas, pues daba declaraciones y después las negaba: si no había grabación, podía desdecirse. Había que cuidarse entonces. Al nomás bajarse en México, llama a la LPG para avisar sobre la cobertura y todos felices. Pero al «Loco» la felicidad se le nublaría pronto, pues, aunque tenían un salvoconducto para que los recogiera el embajador salvadoreño en México, a él se le había vencido la visa múltiple mexicana un mes antes. 

Así que, cuando llegó el auto diplomático, Flores le dice a Claudio que se marche solo —los argentinos no necesitan visa allí—, ya que a él lo arrestarían si salía del aeropuerto. Milton va inmediatamente a un restaurante con wifi allí mismo. Pasó 4 horas enviando las fotos y el audio a LPG. También envió las fotos que hizo para sus colegas de EDH. Si lo hubieran sabido en LPG quizá lo sacan, pero no podía «dejarlos valiendo»: muchas veces ayudó así a otros compañeros. En eso llega un agente de inmigración y le dice que su vuelo había llegado hacía 4 horas, que qué hacía allí. 

Flores responde «Trabajando». «¡Pero aquí tienes vencida la visa!», tronó el tipo. «Sí, ¿y cuál es el problema?», contesta el «Loco». El agente, sorprendido, le dice que lo arrestará. Milton le dice que mejor lo envíe a una sala de estar: al siguiente día él agarraría un vuelo y se iría. El tipo insistió y Flores le espetó: «¿Y vos pensás que quiero quedarme aquí, si tengo visa de Estados Unidos?». Aquel insulto al orgullo nacional del agente envió al «Loco» directo a una bartolina… contigua a la de Perla, quien ya andaba bastante rancio de carácter porque la Ley le había aguado la fiesta.

Milton —quien conservaba su equipo, pues no lo entregó— «durmió» en bancas de cemento muy heladas con una cobija muy pequeña. Como a las 3:00 a.m. despierta asustado, gritando: «¡Sáquenme de aquí, me deja el avión!», pues en su mente estaba aún en otro horario. A la mañana, los sacan a él y a Perla al mismo tiempo; pero los llevan por distintas vías al avión. Flores le volvió a tomar fotos al extraditado cuando lo meten a la nave y adentro: allí terminó su «romántica» cobertura.


Después de los disparos, el «Loco» entra sin protección alguna a la UES a buscar al tirador. 


Coordinando el terror y controlando la alegría

En 2007, durante una marcha en protesta por el alza del pasaje que venía del INFRAMEN (Instituto Francisco Morazán) y se uniría a otra en la Universidad de El Salvador (UES), Milton coordinaba la cobertura matutina, pues sus jefes se fueron a una capacitación. «Había rumores de que un día iban a matar policías, pero nunca pasaba. Yo tenía a una compañera cubriendo la marcha del Instituto y a un compañero la de la UES». Flores, presintiendo que el asunto se podía poner «caliente», fue también hasta allá. 

Como coordinador, no haría fotos. En eso llegan los del INFRAMEN y… empieza «el baile»: la policía arroja bombas de humo para dispersar a la gente, hasta que suenan disparos y comienzan a caer los uniformados, a quienes les apuntan a las piernas. Uno de ellos muere. Milton empieza a buscar con la vista al tirador: lo divisa apostado en el triángulo frente la UES. El compañero Javier Gómez se ubica cerca. Flores le grita: «¡Allí está!»; pero Javier está afectadísimo por el gas lacrimógeno. 

Entonces Milton decide tomar él mismo una foto al tirador… literalmente sólo una, pues se le acabó la tarjeta. Pero, como automáticamente se cambiaba a la otra, hace la secuencia del tipo huyendo y entrando a la UES. Hubo otros colegas cerca del sujeto, a quienes, «gracias a Dios, no les disparó. El fusil, al parecer, no era de ráfaga, sino modificado, de tiro a tiro. Porque, después de la guerra, se prohibió que un civil tuviera armas con ráfaga», explica Flores.

Supuesto estudiante de la UES dispara con un fusil M16 a policías salvadoreños. | Foto cortesía de Milton Flores

Empiezan los cuerpos de socorro a evacuar a los policías heridos. Mientras, el «Loco» entra sin protección alguna a la UES a buscar al tirador. Los estudiantes estaban replegados y con los ánimos caldeados: uno de los manifestantes va contra él, pero alguien —a quien Milton siempre miraba en las protestas— lo detiene y le dice: «Es uno de nosotros». De todas formas, Flores ya no quedó tranquilo, así que fue corriendo a la ambulancia de Comandos de Salvamento y se metió en ella.  

En eso la rectora, María Isabel Rodríguez, llamó a Conferencia, donde a un docente supuestamente le dispararon —sin matarlo— desde un helicóptero de la PNC, por la forma en que le cayó la bala. Luego trabajaron hasta medianoche, pues comenzó la búsqueda del tirador, identificado como Mario Belloso. Lo hallaron una semana después. Milton le dio seguimiento hasta que lo metieron a Zacatraz (el Centro Penal de Zacatecoluca). 

Pero no sólo de esos «bailes» hubo ese año: Flores estuvo en Brasil cuando la cuscatleca Cristina López ganó la medalla de oro en los Juegos Panamericanos. Aunque «yo no me emocionaba, porque lo que más me preocupaba era tomar la foto: ésa era mi felicidad», expresa. 


Del encuentro Argentina-Bosnia estaría a cargo el árbitro salvadoreño Joel Aguilar Chicas:
Flores tenía que tener la foto.


«Se alinearon los planetas…»

La determinación del «Loco» por «tomar la foto» quedó confirmada durante el Mundial Brasil 2014, cuando a Milton le dan un código de acreditación correspondiente a un reportero, no a un fotógrafo: comienza a escribir a FIFA para que lo cambien, sin respuesta. Sus jefes y compañeros se burlan de su pretensión. Una vez en Brasil, le explica en portuñol desesperado al encargado que lo atiende su situación, pero nada. Frustrado, logra un pase para palco en el partido inaugural Brasil-Croacia y comienza a fotografiar… pero llega un agente de la FIFA a impedírselo. 

Lo peor era que «aquí mis jefes no iban a entender que yo no tuviera las fotos, aunque supieran de mi situación», manifiesta Flores. Mientras tanto, hizo «color» (fotos de ambiente) lo más que pudo. Pero del encuentro Argentina-Bosnia estaría a cargo el árbitro salvadoreño Joel Aguilar Chicas: tenía que tener la foto. Un día antes del partido, recibe un correo general de la FIFA Brasil. Él escribe a esa dirección y «al fin» recibe una respuesta: no podían hacer nada por él. Sólo en la FIFA Zurich (Suiza) hacían cambios de credencial. Siempre frustrado, reenvió ese mismo correo a Zurich.  

«Lo que hacía yo para entrenar mi ojo era ver mucha fotografía», declara este «Loco» apasionado de la cámara. | Foto: Luis Galdámez

El propio día y varias horas antes del partido, llega Milton con el ánimo gris a hacer «color» y a encargarles a otros fotógrafos imágenes del árbitro salvadoreño. Horas después regresa a la computadora con el «color» y…  sintió que se alinearon los planetas: un correo le anunciaba que ya estaban hechos los cambios de acreditación. «Fue el día más feliz», manifiesta el «Loco», quien debía ir al Centro de Acreditaciones en el Estadio Maracaná. Sale corriendo y se encuentra con sus colegas Marcelo Betancourt y Raúl Mercado. Les anuncia la buena nueva y festejan más que él. 

Pero frente al Maracaná había una protesta: no dejaban pasar a nadie. Flores le explica a un soldado en portuñol desesperado su caso. El militar, más por su cara de aflicción que por sus palabras, lo dejó pasar… pero el enorme lugar está solo. Busca y al fin encuentra a alguien medio dormido, quien lo remite con un tipo más allá y al que Milton no ve. Pero lo encuentra, le explica —ahora en portuñol súper desesperado— y el tipo destruye la credencial que andaba para —¡al fin!— darle la nueva.  Flores regresa corriendo a la Sala de Prensa y pide un pase para gramilla… pero ya no hay. 

Resignado, pide uno para palco. Mientras espera, un argentino le dice que… ¡no quiere el pase de gramilla que ya tiene! Entonces pactan cambiarlos cuando a Milton le entreguen el suyo. Faltando cinco minutos para iniciar el partido, le dan el pase, corre hacia el túnel, donde se encuentra con el argentino, cambian pases y el feliz «Loco» va por fin adentro a obtener su foto. Como siempre.

Pandilleros en el Penal de Quezaltepeque: extrañamente, varios murieron después de ser fotografiados por el «Loco»; razón por la cual unos mareros libres le «aconsejaron» que con ellos no lo hiciera… | Foto: Cortesía de Milton Flores.

* Escritora, periodista, pintora y dibujante. Autora del libro Raíces sumergidas, alas desplegadas (2014). Mención honorífica en el III Concurso Internacional de Microrrelatos Jorge Juan y Santacilia, con sede en Novelda, España (2016).


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