Cultura

Fotoilustración: Luis Galdámez
Carlos Mejía Godoy:
Y el verbo se hizo canto
Carlos Mejía Godoy
Abril 4, 2025
Carlos Mejía Godoy, el talentoso cantautor que conocemos por Son tus perjúmenes mujer y Nicaragua, Nicaraguita, hoy en el exilio de su patria querida, nos comparte su libro Y el verbo se hizo canto. Memorias, en el que presenta 50 historias, una por cada canción que comparte «con diversos ritmos, sabores, colores y texturas». Hoy los invitamos a esta mesa servida con una de esas 50 canciones, su letra y una historia relacionada para el recuerdo.
***
Abuelita
Letra y música: Carlos Mejía Godoy
Abuelita la abuela materna
es la niña tierna de la casa nuestra
es un ser tan menudo y sencillo
como un pajarillo que a nadie molesta
Me declama sus versos de otoño
y se suelta el moño con infantil gracia
y se burla de cursis lindezas
de las niñas tiesas de la aristocracia.
Abuelita abuelita
yo venero tu santa vejez
y advertí que el final del camino
como un tierno niño vuelves a nacer.
Te pregunto quién es tu marido
y vos al oído contestas: de boca
que eso del matrimonio es tontera
que vos sos soltera que no estás tan loca
Hoy tenés más de veintiséis nietos
treinta y ocho bisnietos que son un demonio
me decís que son frutos prohibidos
que los has tenido fuere-matrimonio.
Abuelita abuelita…
El doctor que buscaron tus hijas
pa cuidar tu vida ha tenido el empeño
de que tomes modernas pastillas
pa que noche y día la pases con sueño
Pero vos embriagada de euforia
contás otra historia de fondo muy raro
me decís que tus yernos son bolos
te dieron de un solo tres litros de guaro.
Abuelita abuelita…
***
Cuando andaba en mis ocho años allá en Somoto, pasaba mas tiempo con mi abuela que con su hija. Bajo los fustanes almidonados de doña Lucila Armijo, yo me sentía protegido contra todas las adversidades. Y, sobre todo, contra los regaños y los castigos de Maria Elsa, mi mamá.
Me gané el cariño de mi abuelita, porque le ayudaba a hacer mandados y me divertía dándole de comer a las gallinas, a los chompipes y a los chanchos, animalitos que ella mantenía en el traspatio de la tía Evelina.
La Nina, curiosamente, tenía debilidad por los hermanos blancos: Chicoluís y Luis Enrique. Doña Lucila decidió proteger a los negritos. En ese gremio yo funcioné como líder y recibí todos los mimos del nieto predilecto. Pero lo que más disfrutaba, en mi óptima relación con la abuelita, era su espíritu dicharachero y pintoresco. De hecho, toda esa familia, empezando por el ilustre Dr. Modesto Armijo, eran personas de alto nivel intelectual y cultural, pero a la vez seres humanos sencillos, relajados y proclives a la picardía popular.
Cuando se referían a los personajes de la Calle Real no usaban los nombres propios sino los simpáticos apodos: Rabanito, Poca Ropa, Matraca, Mario Diablo, Butute, Camote, Gallina Blanca, etc.
Mi abuelita era juguetona. A veces, ya viuda, me decía:
—A ver, Carlitos, pregúntame si soy casada.
Yo le seguía la corriente y como si fuera un entrevistador, le decía:
—A ver, abuelita, ¿es usted casada?
Ella se frotaba las manos y burlándose de las señoronas del pueblo, respondía con voz aflautada:
Yo sí soy casada
y muy honrada
es galán mi marido
como un clavel
yo le lavo, yo le plancho
y otra perra goza de él.
Acto seguido, se tiraba una carcajada, rubricando su gracia con ese desparpajo, que fue la primera piedra de esa «universidad familiar» que décadas después habría de incidir en mi oficio de cantor. Cuando cumplió 95 años, me le acerqué con mi acordeón y le dije:
—Abuelita, le compuse una canción y se la vengo a cantar.
Ella, siempre educada y cordial dijo sonriente:
—¡Ah!, ¿una canción para mí? A ver pues, voy a escucharla.
Y, olvidando que era su nieto, al terminar se quedo con los ojos anclados en el infinito. Luego aplaudió y me dijo emocionada.
—Qué lindo, señor, cuánto le debo.
No quise contradecirla y siguiéndole la corriente le repuse:
—No se preocupe, deme lo que sea su voluntad.
Acto seguido agito la bolsa de su delantal y sacando un racimo de centavos negros, que mi mamá le aliñaba para que ella se sintiera dueña de su autonomía económica, las puso en mis manos y tiernamente exclamó:
-—Tome señor. No es mucho, pero en otra pasadita le doy algo más. Dios se lo pague.
Yo me aleje con lágrimas en el alma y guarde ese instante en el granero de mis emociones. Por cierto, en el estudio de mi casa en Lomas de Valle; en el sitio donde atesoro mis recuerdos, mis modestas preseas y algún premio internacional, hay una bolsita con un lazo azul que contiene ocho monedas de cobre, algunas con un agujero en el centro. Esos son los «honorarios» más honorables que he obtenido en mi larga carrera de cantor.

«Y el verbo se hizo canto»
Carlos Mejía Godoy
Puede encontrarlo a la venta en www.amazon.comhttps://www.amazon.com/-/es/verbo-hizo-canto-Memorias-Spanish/dp/B0C2SG4Q1L
Carlos Mejía Godoy y su esposa Xochitl Jiménez perdieron su casa y la mayoría de sus pertenencias por un incendio hace pocos días en Estados Unidos. Quienes quieran contribuir a la recolección de fondos para ayudarles, pueden hacerlo en este enlace:
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